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ABC MADRID 11-04-2006 página 3
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ABC MARTES 11 4 2006 Opinión 3 LA TERCERA DE ABC LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS La verdadera fascinación siempre ha sido de Occidente hacia Oriente y casi nunca al revés. Y la fortaleza de la cultura europea enriquecía sus costumbres, con la aportación exótica de esas culturas distintas... E L naturalista Carl von Linneo, a su muerte, legó a su mujer sus colecciones, alegando que su hijo jamás había mostrado interés alguno por las ciencias naturales. En una carta que tituló Voz que habla desde la tumba a mi esposa, le dejaba, entre distintos consejos sobre su conservación- que ningún naturalista coja una sola planta -y el aviso de que siendo ya valiosos, lo serían más con el tiempo, sus dos herbarios, la vitrina de conchas, la de insectos y la de minerales. Pero no citaba ni su colección de porcelanas, ni una curiosa pintura china que aparece en sus biografías y que siempre me ha parecido un precedente pintado de las cajas de Cornell. Lo que sí decía Linneo en esa carta es que la vitrina de los insectos no duraría mucho a causa de las polillas, sin saber que lo que no iba a durar sería su herencia en territorio sueco, pues acabaría vendida a un naturalista inglés, sir James Edward Smith. Eso ocurría a finales del XVIII y cuando uno piensa en las colecciones de Linneo, no es difícil imaginárselas- -el nácar de las caracolas, las formaciones polícromas de los insectos, los pétalos prensados en las láminas- -como un gabinete al estilo de aquellas cámaras de las maravillas- -con autómatas y pequeñas obras de arte ordenadas en las vitrinas- -que tuvieron en el emperador Rodolfo de Praga su gran patrón, y en la pintura holandesa su primer cénit. Siempre me ha gustado pensar que ambas clases de coleccionismo- -el de la naturaleza y el del arte como civilización- -fueron la esencia del cosmopolitismo de Occidente como forma de entender la vida. Un cosmopolitismo que tendría en la literatura- -o una forma de interpretar el mundo- -y la decoración- -el mundo en casa como una proyección de nuestra personalidad- -sus manifestaciones más cercanas. Y me ha gustado también pensar que ése era el espíritu de Europa. O dicho de otra manera: si la espiritualidad de Europa- -es decir, el cristianismo- -bebió, sincréticamente, tanto de Grecia como de Oriente, su materialidad hizo lo mismo respecto a las naturalezas extrañas- -de Plinio a Linneo y de éste a Darwin- -y las culturas exóticas: desde el norte de África hasta Asia, o incluso- -a través de antropólogos y surrealistas- el arte primitivo de más abajo del río Congo. Y de ese mismo espíritu cosmopolita- -combatido sucesivamente por nacionalismos, fascismos y comunismos de toda especie- habría nacido también la afición orientalista del europeo culto: a finales del siglo XIX Occidente miraba al Oriente como la odalisca se deja seducir por el sultán. O al revés, que en esto nunca se sabe. ropa buscaba el misterio que había perdido- -y aún perdería más- -con la Ilustración. Aquel que sí retuvieron las iglesias cristianas orientales, la copta, por ejemplo, o la armenia. Como lo buscaría, en su superficialidad, con las chinoiseries y las japoneserías. De ahí cierta literatura de Morand y de Larbaud, que contemplaban el Oriente en el Este europeo. De ahí la figura del sensual Pierre Loti en Estambul, o del espartano coronel Lawrence- -responsable geoestratégico de las actuales turbulencias de los países árabes- -en el desierto. Sólo en algunas colecciones turcas- -piénsese en El origen de la vida, de Courbet- -podríamos hallar un fenómeno parecido en Oriente. Y también, quizá, en los jóvenes aristócratas y burgueses indochinos educados en el jazz y el art- déco europeos- -aunque luego llegara Pol- Pot (ese reverso maléfico de Malraux hacia Camboya) y su orgía de sangre- Poco más. La verdadera fascinación siempre ha sido de Occidente hacia Oriente y casi nunca al revés. Y la fortaleza de la cultura europea enriquecía sus costumbres, con la aportación exótica de esas culturas distintas. Pienso en el té, las especias o el tabaco, sin ir más lejos. Pero dejo el tabaco a un lado y vuelvo al orientalismo. a Edith Wharton- -y cuyos restos residen ahora en nuestra fascinación por las antológicas de Gerôme o Fortuny, o en ciertas películas- -magníficas- -de Wong Kar- Wai. Pero la diferencia es que la cámara de las maravillas ya está en nuestras ciudades, que lo exótico ha dejado de serlo- -o no es más que decoración en su peor sentido: la moda- -y que, mientras miramos a nuestros nuevos vecinos, comprobamos nuestro desconcierto. El clero sustituyó el apostolado por el ensimismamiento displicente. Los hippies olvidaron a Platón en favor de Sidharta y trajeron el hachís de Afganistán y las barritas de incienso de la India y el Tíbet. Entonces nos perfumábamos con patchouli y era un símbolo, sin que supiéramos que lo era: el de quien busca fuera olvidando lo de dentro y al olvidarlo pierde la fuerza que le concede toda una hermenéutica para comprender y disfrutar lo de fuera. Nos olvidábamos de los sabios- -no necesariamente de Egipto- -y entraron los charlatanes- -o la semilla irracionalista- -y lo alternativo ofreció la hermenéutica del caos para llenar la del vacío. Y suele ocurrir entonces, me temo, algo parecido a lo que ocurrió con el opio y los chinos, o el alcohol y los pieles rojas. Sería consolador pensar que sólo hemos perdido cierto refinamiento en la mirada. E n su poema Ítaca, Cavafis aconsejaba: Detente en los emporios de Fenicia, adquiere hermosos artículos: madreperla, coral, ámbar y ébano, voluptuosos perfumes (de estos llévate cuantos puedas) Visita las ciudades egipcias y aprende, aprende con avidez de los sabios No es una mala máxima para la vida. No es tampoco una mala definición del orientalismo, ése que adornaba los grandes salones a uno y otro lado del Atlántico- -de Marcel Proust E L a pintura orientalista, por ejemplo, fue una de las manifestaciones de tal deslumbramiento, por mucho que Edward Said la tildara, exagerando, de una forma de colonialismo. Eu- n la elaboración de la desafortunada Constitución europea- -que ahora parece encerrada en un batiscafo sumergido no se sabe dónde- -se rechazó la constatación escrita de las raíces cristianas de Europa. Fue un error que puede ayudar a alimentar tanto esa hermenéutica del vacío antes citada, como el discurso irracionalista y mágico del que ya se vio, en el siglo XX, donde desemboca. Mientras tanto observamos los nuevos barrios chinos, pakistaníes o norteafricanos y su defensa de lo propio- -legítima hasta donde choque con las ideas que sostienen Europa- La mala conciencia configura, sin duda, las anteojeras de nuestra mirada desconcertada desde el balcón. Pero la ausencia de esa experiencia religiosa- -de su don y su conocimiento- -que sí se tuvo en el auge de las cámaras de las maravillas contribuye al desconcierto. Como si ya no dispusiéramos de los canales para que lo ajeno nos enriquezca y no sea una amenaza. Las colecciones de Linneo abandonaron Suecia y las vitrinas de los insectos debieron de apolillarse y no sabemos si se echaron a perder. Su hijo jamás había mostrado interés por las ciencias naturales. Del cuadro chino nada se supo, pero Joseph Cornell nos regaló las últimas cámaras de las maravillas. Hoy los chinos falsifican cualquier arte occidental. También el orientalista. JOSÉ CARLOS LLOP Escritor

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