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ABC MADRID 05-04-2006 página 3
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ABC MADRID 05-04-2006 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC MIÉRCOLES 5 4 2006 Opinión 3 LA TERCERA DE ABC VILLEPIN, ¿O QUÉ OTRA COSA? A ver si alguna vez llegamos al realismo, nos dejamos de engañosos igualitarismos, de creer que el problema es el fracaso escolar (el fracaso del sistema, en realidad) de pretender utopías: que el Estado lo remedie todo... N O es que me encante Villepin, ni tampoco otros políticos franceses, casi tan poco como ciertos políticos periféricos españoles (por lo menos, creen en Francia) Es que los políticos franceses están en una situación imposible, parecida más o menos a la de España. Los periódicos disfrutan mucho, aquí, viéndole en apuros por las manifestaciones de estudiantes. Pero ¿qué otra cosa puede hacer Villepin que no sea lo que hace? Me gustaría que alguien diera fórmulas. Ya se sabe que los estudiantes son materia inflamable, fácil presa de demagogos interesados. Estos plantean sus batallas, siempre para desgastar al rival y buscar el poder, allí donde es más fácil encontrar eco: en los estudiantes universitarios. A estos, toda utopía les es querida. Aunque no hay que olvidar una cosa: cuando se mueven, es que están incómodos. Como cuando uno se da vueltas en la cama. Aparte de esto, es bien claro que esas minirrevoluciones son una especie de festival, una afirmación de poder que produce adrenalina, aleja por un momento de estudios que a lo mejor no interesan, de preocupaciones varias. Es agradable para todos estar en el centro de la escena. Con razón o sin ella o con razones parciales. Y saben que nada va a pasarles, a lo mejor hasta ganan algo. l problema, problema gravísimo, es que eso que les ofrecen, contratos por plazo limitado y sin garantías, evidentemente es poco, pan para hoy y hambre para mañana. Es como las becas que aquí dan. Pero ¿quién va a ofrecer un contrato para toda la vida, a todos? Y ¿a cambio de qué? No hay Estado que lo soporte. Esto que les ofrecen es poco, pero es algo. Para ir tirando. Pero es como cuando las manifestaciones en París en 1990 sobre las que escribí en El Independiente, luego lo recogí en mi libro Humanidades y Enseñanza. En realidad, en el fondo, lo que los estudiantes quieren o querrían es una solución definitiva para su vida, a cargo del Estado, naturalmente. Soterrado, resuena aquello de Felipe, colócanos a todos El problema es que, implícitamente, se habían prometido cosas que no pueden cumplirse. No tiene, hoy por hoy, solución. Porque se ha hecho demasiada demagogia. Antes, todo el mundo seguía la enseñanza elemental, ahora casi todo el mundo la secundaria, mañana todos la universitaria. La cultura os hará libres y todo eso suena bien. Pero no todos tienen vocación intelectual, y la cultura exige mucho esfuerzo y no da resultados económicos tangibles. Difundir la enseñanza es óptimo. Pero ¿qué E hará una nación cuando todos sus ciudadanos sean doctores, muchas veces mediocres? Doctores al paro, y los demás trabajos, para los emigrantes. Sin embargo, a todos se hace ir por este camino. Y para que ello sea posible, el remedio ha sido rebajar los niveles: suprimir exámenes y asignaturas difíciles, rebajar la disciplina, etc. Ya saben: la Logse. Y ahora dicen que en España va a haber licenciaturas de tres años, seguidos dos de una cosa que llaman psicopedagogía. Garantizado al final el aprobado, y, salvo para los más excelentes, la mediocridad. Huyamos de las Facultades difíciles, luego ya veremos. Y, finalmente, como mucho, unas becas o unos contratos- basura que duran dos años. Luego, a la calle. Perdónenme que sea tan crudo, pero este es el panorama. Si no ahora, a un plazo no tan largo. Mientras no se aprecie el esfuerzo intelectual, no se reserven los altos estudios secundarios y universitarios a estudiantes muy calificados, en número adecuado a lo que el país puede ofrecer, no se valoricen otras ocupaciones que exigen dedicación y no títulos vanos, no veo qué puede hacerse. Villepin y los demás hacen lo que pueden. Ponen parches. ¿Qué haríamos los demás? El todos para dentro el fuera la exigencia y la disciplina, el rebajar la enseñanza, no ha servido, al final, para nada. El mito de la cultura, el mito de la igualdad, todo eso, tampoco. Se han creado expectativas que no se cumplen. Todo esto no lo puede arreglar una persona: un político, un ministro. Exige un cambio social, un cambio de ideas. quí es horroroso un fenómeno: el del rebajamiento de los estudios, sobre todo los de la alta enseñanza secundaria, también de la Universidad. Pregunten a cualquiera (no sólo en España) y les dirá que baja el nivel de los alumnos que entran en la Universidad y que éstos huyen de los estudios duros. La decadencia comenzó con el último franquismo (Ley General de Educación, 1970) siguió con el PSOE (Logse, 1990) el PP tuvo buena voluntad, pero arregló poco: gobernaba con el apoyo de Convergencia, que había hecho la Logse con el PSOE; y ni siquiera cuando tuvo mayoría absoluta hizo nada decisivo. Ahora ya ven. Y tenemos la famosa declaración o lo que sea de Bolonia, que va a acabar de cargarse la Universidad. Van a dejar las especialidades, dicen, en tres años. Y, luego, el que quiera dedicarse a la enseñanza tendrá que hacer dos años de psicopedagogía. Olvidar lo poco que sabe. Si a mí, tras muchos años de griego, me dicen que para enseñar tengo que aprender psicopedagogía, de seguro que me retiro al yermo para ha- cer penitencia. ¿Por qué no se rebelan las Facultades? Por todo esto, siento cierta piedad por Villepin y por los políticos todos, cogidos en la propia trampa del populismo, el igualitarismo, la demagogia. Tienen las manos atadas, no pueden salir de los parches. Cierta piedad por los estudiantes que, cuando se recobren de manifestaciones y eslóganes, verán que todo eso no va a ninguna parte. ¡Qué hermoso salir en la portada de los periódicos! Pero de ahí no pasa. or eso, todos los que hemos dedicado nuestra vida a la enseñanza estamos desilusionados. Los profesores de Instituto se jubilan en cuanto pueden, mis discípulos se están ya jubilando. Entraron para enseñar una materia (una asignatura, sí, no un área ni esas zarandajas) y pierden el tiempo en reuniones, evaluaciones y monsergas pedagógicas. Y los alumnos universitarios, que íbamos a estudiar y luego ya se vería, había en todo caso oportunidades, tienen ese espectro delante desde el primer año. Las oportunidades disminuyen. Eso de Francia no es sino una crisis, una erupción dentro de una enfermedad. Ya pasará, pondrán unos parches, la cosa seguirá, vendrán luego otros parches. Pero el problema permanecerá para los estudiantes y para la enseñanza. No acusen a Villepin ni se diviertan viéndole en un mal paso, muchos otros ministros se han visto en situaciones semejantes, han puesto sus parches. Hace lo que puede. Llevo viendo las manifestaciones de estudiantes desde los años treinta. Nunca me han gustado, pero mucho menos la izquierda que las organiza, esperando sacar algo en aguas revueltas. Mala fe, de sobra conocen las cosas. No sé si los estudiantes sacarán alguna ayuda, a la larga nada. La enseñanza es uno de los cánceres de nuestra sociedad, por culpa de la demagogia. Hay quienes resisten, estudian contra viento y marea, esperan alcanzar el conocimiento- -y el reconocimiento social y económico- Otros se van a las manifestaciones; otros, en España, al botellón. Por pura desesperación o por esperanzas ilusorias. A ver si alguna vez llegamos al realismo, nos dejamos de engañosos igualitarismos, de creer que el problema es el fracaso escolar (el fracaso del sistema, en realidad) de pretender utopías: que el Estado lo remedie todo. La cultura es trabajosa, hasta un cierto nivel es para todos; luego, para los que de verdad la trabajan. La sociedad es múltiple, hay varios caminos, no engañemos, no seamos engañados y pidamos luego arreglos imposibles. P A FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS de las Reales Academias Española y de la Historia

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