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ABC MADRID 01-02-2006 página 3
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ABC MADRID 01-02-2006 página 3

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ABC MIÉRCOLES 1 2 2006 Opinión 3 LA TERCERA DE ABC OJOS ANEGADOS DE CENIZA Si en el exterior el peso de los más sombríos capítulos del pasado es muy fuerte, se debe también a que en España no dejamos de remover esos mismos capítulos... O sé de nadie que se hiciese un autorretrato con total honradez declara melancólicamente el personaje principal de Un artista del mundo flotante, novela de Kazuo Ishiguro. Por muy fiel y detalladamente que uno quiera plasmar la imagen que de sí mismo ve en el espejo, la personalidad que queda representada corresponde pocas veces a la realidad que ven los demás apostilla después este personaje desbaratado y otoñal, náufrago de sí mismo y reticente a admitir que su exitoso pasado como animador del Japón imperial y militarudo de Hirohito representa, en el Japón democrático de la posguerra, todo aquello de lo que debería avergonzarse. Pocas novelas como las escritas por Ishiguro explican tan implacable y temblorosamente lo difícil que resulta encontrar en los ojos de los demás el retrato que tenemos de nosotros mismos. Verdad dramática. En ocasiones, inquietante. Porque implica que en alguna parte, ahora mismo, alguien esté contando algo que tiene que ver íntimamente contigo, algo que presenció hace años y que tú tal vez ni siquiera recuerdas, y como ya no lo recuerdas, o lo haces, pero como algo que pertenece al pasado, cicatrizado, cerrado, tiendes a suponer que no existe para nadie, que se ha borrado del mundo. Porque, sin ni siquiera sospecharlo, puede ocurrir que partes de ti mismo se vayan quedando en otras vidas, como habitaciones en las que una vez viviste y ahora ocupan otros. Porque muy lejos de ti se cuentan escenas de tu vida, y en ellas eres alguien no menos inventado que un personaje secundario en un cuadro, un transeúnte en la película o en la historia de otro. N on los países, o su imagen, ocurre algo parecido. La polémica provocada por las declaraciones del teniente general Mena y su disparatado reflejo exterior se lo han demostrado a cualquiera que haya querido asomarse a España desde la atalaya de la prensa mundial. Tópicos, citas y recordatorios de tiempos platerescos, tiempos barroquizados de aceros, sables y fusiles, tiempos de nostalgias romanas y mares wagnerianos, tiempos ya obsoletos, ocuparon por un día los titulares de los diarios con mayor tirada de Europa, América del Sur y Estados Unidos. Como surge un paisaje de la niebla, las palabras de un alto militar próximo a la reserva habían hecho resucitar el fantasma del general Franco. Menos surrealista y rampante que el diario británico The Times- -donde se podía leer: El historial de intervenciones militares para resolver disputas políticas continúa proyectando su sombra sobre la vida política española -el rotativo francés Liberation afirmaba: Los españoles han sido muy cuidadosos para restaurar la imagen de un país largamente asociado con los pronunciamientos militares ¿De veras hemos sido cuidadosos con la reconstrucción de nuestra imagen? Después de una guerra, una larga dictadura y una transición, España es hoy una democracia parlamentaria, hecha de pactos, negociaciones y negocios, un país moderno y plural, plenamente integrado en Europa y no lejos de la cabecera industrial del planeta, un café repleto de gentes y palabras, donde se escribe poesía, filosofa, y se practica la tertulia, tanto en su versión bufa como en la civilizada. Ha- C ce tiempo que el franquismo se disolvió en la vorágine del cambio político de 1978, sin que las tormentas de metralla y sangre convocadas por los terroristas etarras hayan conseguido recrear una cultura antidemocrática. Hace tiempo que la gran mayoría de los españoles se ha emancipado del pasado encarnado por el dictador. Hace tiempo que España ha dejado de ser el país de unos guardianes uniformados, donde el sable trituraba la palabra y la vida era algo humillado y gris. ¿Por qué entonces sobrevive en el exterior la imagen de un país democráticamente frágil? Nada menos que en 1988, una encuesta efectuada con rigor y amplitud en diversos países europeos mostraba bien a las claras que la opinión pública del viejo continente consideraba que el respeto a los derechos humanos en España dejaba bastante que desear. A mediados de los noventa, otra encuesta confirmaba esa actitud escéptica de nuestros vecinos hacia la democracia española. Visión que, si prestamos oídos a la negra resonancia del discurso del militar castigado, parece pervivir en la retina europea. ¿Percepciones empañadas por la distancia? ¿Distorsión o simplificación producto del anómalo hispanismo? Convendría tomar nota, aunque sólo sea para sortear viejos errores y evitarnos lamentos vacuos, convendría tener en cuenta la observación que un día hiciera Gregorio Marañón: Desde que existe España como nación muchos de nuestros propios artistas han propendido a una complacencia morbosa por escribir o pintar, con tremendo, indisimulado verismo, no la realidad española- -que está, como todas las realidades, hecha de claroscuro- sino la parte tenebrosa de esa realidad. Cuando se habla de España como de un país atroz hay, pues, en cada momento y para cada caso, autoridades específicamente españolas en quienes apoyar la pincelada sombría nterrogarse acerca de la imagen de España supone también preguntarse acerca del pincel que empleamos los propios españoles para retratarnos. Nos miramos en los ojos de los demás, pero tampoco es menos cierto que los demás también nos ven como nos vemos. Si en el exterior el peso de los más sombríos capítulos del pasado es muy fuerte, se debe también a que en España no dejamos de remover esos mismos capítulos. Unos, releyendo la Guerra Civil para informarnos de que fue culpa de la República y señalando que, a fin de cuentas, la dictadura del Caudillo significó una bendición para la atrasada España. Otros, usando y abusando de Franco para dar resonancia fascista a la derecha española y desterrarla a las áridas tierras del falangista de bigote germánico, estrategia militar y épica patriotera. En fin, no es sólo la banalidad del pensamiento lo que espanta, son también su afectación y su coquetería irresponsable: desde solemnizar el retrato autoritario de Aznar a un Maragall que no se recata en esgrimir el espíritu de 1936 para afirmar sus tesis soberanistas, a unos artistas e intelectuales que, por principio, nada sano o elogiable ven en España Diagnósticos que son acogidos y amplificados luego por los observadores foráneos, de la misma manera que el victimismo de los nacionalistas periféricos y su ceñuda impugnación de España- -por supuesto, siempre una España anacrónica, integrista y abusona, con el Valle de los Caídos y El Escorial de escenarios primordiales- -se recogen y exageran más allá de nuestras fronteras. Lo que me importa subrayar es el alcance de esta irresponsabilidad. Herencia, quizá, del peor 1898. Hace poco el secretario general de los socialistas vascos decía que con el gobierno anterior toda Euskadi vivía bajo sospecha y deploraba el macrojuicio contra el entorno de ETA. ¿Toda Euskadi bajo sospecha? ¿Cómo podemos extrañarnos luego de que a los guiñoles políticos de la banda terrorista se les siga ofreciendo en el exterior una sólida cobertura ideológica poniendo el énfasis en el fin separatista más que en los medios terroristas coreados? ¿Cómo podemos asombrarnos de que permanezca la sospecha de que el Gobierno español prohíbe determinados objetivos políticos en vez de perseguir métodos criminales? s triste reconocerlo, pero las palabras de este dirigente socialista parecen sacadas del mismo imaginario político que permite a uno de los máximos responsables del PNV establecer una equiparación entre ETA y el Ejército de un Estado democrático, calificando ambos como peligrosos enemigos del pueblo vasco. Grandes palabras. Como sentencias en una lengua muerta. Todo, por supuesto, en el ambiente de excesos verbales, políticos y morales que habitamos, puede resultar irrisorio. Todo salvo la idea según la cual no debería compararse a quien se sujeta a la ley, la democracia, el Derecho, con quien entona canciones parecidas a las coreadas por las escuadras fascistas de Mussolini, prometiendo al que no comparte cierto destino bombas, bombas, y caricias de puñal Cuando se escucha a ciertos socialistas y nacionalistas del País Vasco hablar de paz, mientras en los soportales de sus ciudades aguarda y vigila el terrorista, a uno le vienen a la cabeza los versos de uno de los poemas de Cavafis: Esperando a los bárbaros. ¿Recuerdan? ¿Por qué inactivo está el Senado e inmóviles los padres de la patria no legislan? Porque hoy llegan los bárbaros. ¿Qué leyes votarán los senadores? Cuando vengan los bárbaros ellos darán la ley Vivimos tiempos de penumbra moral. Tiempos donde se ha llegado a proponer que se tipifique como delito la apología del franquismo cuando no hay forma de condenar a nadie por apología del terrorismo ni por la canonización de etarras. Tiempos en los que hemos llegado a oír frases tan peregrinas como que el orden público no es cuestión del Gobierno sino de los jueces. Vano y ridículo sería argumentar que la imagen negativa de nuestra democracia es producto de los ignorantes extranjeros. Es siembra propia. Y artificial. Contra lo que abunda hoy en el ruedo político español, necesitamos Alonsos Quijanos, no don Quijotes. Bomberos, no pirómanos. Legisladores y políticos que apliquen y respeten las leyes del Estado de Derecho, no que lo perjudiquen y lo deslegitimen. Porque- -como Cavafis sugiere en el poema- -puede que baste esperar ansiosamente la llegada de los bárbaros para quedar convertido en uno de ellos. E I FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR Catedrático de Historia Contemporánea. Universidad de Deusto

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