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ABC MADRID 21-01-2006 página 5
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ABC MADRID 21-01-2006 página 5

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ABC SÁBADO 21 1 2006 Opinión 5 UNA RAYA EN EL AGUA LOS DISFRACES DE EVO E INFANCIA MISIONERA STA mañana, cuando apenas rayaba el alba, ha entrado mi hija de tres años en la habitación, pidiéndome que apoquine un donativo para la Jornada de la Infancia Misionera. En su colegio, regentado por hermanas concepcionistas, le han hablado de otros niños de Guinea Ecuatorial o el Congo, Brasil o Filipinas, atendidos como ella por esta congregación misionera; niños que habrían muerto víctimas de enfermedades feroces o de pura inanición si esas monjas heroicas no hubiesen mediado en su tragedia. Como las hermanas concepcionistas, son miles los hombres y mujeres, religiosos y seglares, que un día cualquiera decidieron inmolarse en la salvación de otras vidas que languidecían en los arrabales del atlas; hombres y mujeres que, como cualquiera de nosotros, hubiesen preferido envejecer entre los suyos, disfrutando de las ventajas de una vida regalada, pero JUAN MANUEL que respondieron sin rechistar a su DE PRADA vocación. ¿Y qué es la vocación? me interrumpe mi hija. Es una llamada de Dios empiezo un poco atolondradamente, pero como compruebo que mi hija no acaba de entenderme añado: Dios nos habla a través de los niños que sufren Y como temo que mi hija confunda a Dios con un ventrílocuo, trato de explicarme: En realidad, Dios está dentro de cada niño que sufre, Dios es cada niño que sufre. Pero sólo algunas personas elegidas saben verlo; mientras los demás miramos para otro lado, los misioneros miran a Dios a los ojos, lo toman entre sus brazos, le dan un trozo de pan, le curan las heridas... ¿Y también le cantan para que se duerma? me interrumpe mi hija, empezando a comprender. Todas las noches le respondo. ¿Y cuándo se duerme ellos también descansan? insiste. No, ellos siempre están despiertos, porque apenas han conseguido que uno de estos niños se duerma otro empieza a llorar E Mi hija frunce el entrecejo: ¿Dios también llora? También. Dios está llorando siempre le contesto. Y estos misioneros, centinelas perpetuos de su llanto, se dedican a apaciguarlo, sabiendo que su misión es incontable como las arenas del desierto. Están hechos del mismo barro que nosotros, incluso parecen más frágiles que nosotros, más adelgazados por las noches de insomnio, por el recuerdo de las muchas vidas que han visto consumirse, por el llanto que no cesa y la rabia de no ser omnipotentes; pero en sus cuerpos curtidos por el sol y adelgazados de vigilias se esconde un incendio de benditas pasiones que mantiene caldeada la temperatura del mundo. Quizá mañana mismo se den de bruces con la muerte, que les tenderá su emboscada bajo la forma de un contagio, o de una ráfaga de plomo; pero, entretanto, perseveran en su epopeya silenciosa, sin aguardar otra recompensa que la sonrisa de un anciano famélico, la mirada palúdica de un niño que apenas se sostiene en pie, la caricia exhausta de una mujer que los contempla entre las neblinas de la fiebre. Ellos saben que en esa sonrisa claudicante, en esa mirada desvanecida, en esa caricia de rendida gratitud se esconde Dios. Son veinte mil españoles, entre los cientos de miles que se reparten allá donde las hambrunas y las guerras endémicas trituran vidas ante la indiferencia de los politicastros y los noticieros televisivos. Si mañana dimitieran de su misión, la noche se abalanzaría sobre el mundo. Seguimos vivos porque el fuego que los enardece no declina su llama. Son veinte mil españoles para atender la muchedumbre del dolor, para apaciguar el llanto multitudinario de Dios que se copia en las lágrimas de cada hombre que sufre, para llevar el Reino a los parajes más arrasados del planeta. Son veinte mil hombres y mujeres salvando cada día a millones de niños. Y necesitan nuestra ayuda: nuestro aliento, nuestra gratitud y también nuestro dinero. Así que a ver si apoquinamos. N un sinvivir nos tiene a estas alturas Evo Morales, sin saber con qué atuendo se presentará mañana en su presidencial investidura: si el célebre jersey a rayas de mercadillo, la chamarreta de mensajero exprés, el poncho indígena, el traje oscuro de reglamento, o si irá desnudo como los hijos de la mar que Bolivia no tiene y por la que tanto suspira. Desde que los argentinos apostaban qué visón sacaría Evita al balcón de la Casa Rosada no se había visto en Suramérica tanta incertidumbre indumentaria. Este hombre, Evo, parece empeñado en hacer categoría de las anécdotas formales, un síntoma preclaro de bisoñez y banalidad, porque lo que importa no es que parezca un inIGNACIO diecito pobre, sino que reCAMACHO sulte un dirigente honrado y digno, capaz de hacer valer su limpia mayoría. De momento se ha empeñado en cambiarle el nombre a los ministros, a los que quiere hacer llamar servidores más le valdría elegirlos con cuidado para que no tengan las manos largas, como es común por esos pagos. Las revoluciones nominalistas suelen acabar quedándose en eso, en los nombres, que cuando se trata del poder no son precisamente arquetipos de la cosa, que decía Borges citando a los clásicos. Algún asesor de ese grupo mediático español que, según el propio Morales, le hace de jefe de campaña debería aconsejarle que para la toma de posesión se deje de disfraces y acuda vestido de civil, que en la América de los uniformes es casi un testimonio de normalidad democrática. En esas tierras de dictadores embutidos en guerreras verde oliva o alicatados de medallas bajo aparatosas gorras de plato, la corbata no es un dogal para los hombres libres, sino un símbolo de civilidad cotidiana. Si Evo quiere solemnizar su toma de posesión como el éxito de la clase humilde de su país, debería ponerse el traje de domingo con el que los pobres se honran a sí mismos en los días de fiesta. En la siniestra tradición latinoamericana de tiranos banderas vestidos de húsares y de dinosaurios ataviados de falsos guerrilleros, no hay mejor homenaje a la libertad que un hombre vestido de calle delante de un ejemplar de esas constituciones redactadas por soñadores liberales que jamás vieron otra cosa que el pisoteo de sus hermosas declaraciones de derechos, tantas veces violentados. La democracia no está en los penachos de colores, ni en las boinas estrelladas, ni en las bocamangas bruñidas, ni en los ponchos de alpaca, sino en el silencioso ejercicio de la igualdad mesocrática. Es de temer, sin embargo, que, jaleado por los ruidosos amigotes castristas o bolivarianos que patrocinan su aventura política, Evo Morales crea que la singularidad de su papel debe reforzarse con un disfraz y se apunte al carnaval plebeyo para camuflarse de lo que ya no va a ser nunca. Porque si hasta ahora podía pasar como un utópico outsider campesino, desde mañana, se vista como se vista, no habrá jersey que le cubra la pérdida de la inocencia.

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