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ABC MADRID 29-12-2005 página 56
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  • EdiciónABC, MADRID
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56 Cultura JUEVES 29 12 2005 ABC Mystic River dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Sean Penn y Tim Robbins, y la novela de Dennis Lehane, mañana con ABC, por tan sólo 8,95 euros Río de sombra IGNACIO ARMADA MANRIQUE Tiempos oscuros exigen fábulas oscuras. Dennis Lehane, hace décadas, hubiese escrito su aclamada Mystic River en otro tono, probablemente a medio camino entre la novela procedural o de crónica policíaca, y la denuncia de una corrupción social ante la que reivindicar la ética del ciudadano, el deseo de cambiar. Esto le hubiese emparentado con la tradición de la novela negra, y con su afán de compromiso. Pero hoy es imposible. Para empezar, las fronteras de la novela negra hace años que quedaron borradas, desbordadas por la incidencia de un costumbrismo sórdido atento a los sucesos del día a día, tan negros como el futuro de una sociedad que alcanza el desarrollo pero no el bienestar. Este malestar subyace en Mystic River subrepticiamente, está en las formas de relación de todos los personajes, que deambulan por los vericuetos de una historia de suspense como chalupas sin remos en un río desbordado. El sobrio e inteligente clasicismo que Clint Eastwood supo imprimir a la adaptación cinematográfica hizo honor a su espíritu, a pesar de que el sobrevalorado Brian Helgeland, como guionista, escribió una versión muy fiel a las acciones pero despuntada en el alcance de las mismas. En el texto de Lehane, cómo ocurren los hechos es más trascendente que el porqué de los mismos, y tal vez se deba a que ya no hay causalidad en los actos humanos, sino sólo atroces procedimientos. Hasta ahora, Dennis Lehane es un nombre más en el nutrido grupo de autores de temática criminal que aportan los Estados Unidos con regular cadencia, escritores con oficio de novelistas de raza, eficaces y sencillos. No obstante, algo en la literatura de Lehane le aparta de redactores de best- sellers como David Baldacci, que gozan del favor de Hollywood a partir de historias lineales y romas. Ese algo es el mismo que le acerca a otros escritores como Yasmina Khadra o Andrea Camilleri, tan atentos al hecho criminal como a la visión oblicua de la realidad, a la trasposición desde las fracturas en la psicología del delincuente hacia las fisuras del pacto social. En la novela Mystic River hay dos historias, o si queremos, dos motivos. Una trata sobre Dave, un niño que es secuestrado, vejado y torturado, y décadas después transita entre la cruel realidad- -la pobreza, la falta de horizontes- -y las escenas imaginarias de una liberación de sus perseguidores y de este mundo chato y gris. El Dave esquizoide de Mystic River ya está demasiado lejos del perturbado Bo Radley de Matar un ruiseñor personaje propio de otra época su extrañeza del mundo no es la del marginado en el barrio, sino en la mente convencional de los hombres; y la frontera la han establecido los hombres mismos, a través del abuso y, espe- Kevin Bacon y Sean Penn, en una escena de la película cialmente, de la incomunicación. La otra narración en Mystic River versa sobre la vida en una colectividad, sobre el destino de unos niños que se hicieron mayores antes de poder convertirse en amigos; un trasunto moderno de Sherwood Anderson, apuntalado en valores como la amistad o la lealtad, traicionados por la ignorancia del otro, por el olvido de los que nos rodean, por el ejercicio de reconcentración en las propias obsesiones. Dos historias, la del abuso, y la del barrio y la familia, unidas por la reflexión sobre el azar. Lehane deja avanzar ambas sin insistir en ninguna, permitiendo que se engarcen solas de forma inevitable: el barrio genera diferencias de clase, el sentido familiar degenera en crimen organizado, los vecinos se convierten en alimañas cuando llega la noche, la gente mata por miedo a ser castigada, y el río y las marismas engullen a unos y otros, cadáveres y pecados, vivos y difuntos. Por tan sólo 8,95 euros podrá conseguir el libro y el DVD con ABC El sobrio e inteligente clasicismo que Clint Eastwood supo imprimir a la adaptación cinematográfica hizo honor al espíritu del libro LA DOLOROSA VERDAD FEDERICO MARÍN BELLÓN ystic River y Million Dollar Baby son dos de las diez mejores películas del milenio. Más aún, cuando éste acabe, es probable que ambos títulos sigan cerca de la cabeza. Como sus viejos personajes almerienses, Clint Eastwood no se entretiene en hacerse notar. Su cámara o su revólver hablan por él. Parco en todo lo que no sea talento, no malgasta un dólar, pero tampoco escatima ni un centavo. Sin persecuciones, efectos especiales ni humo, su cine no contie- M ne una sola pared de mentira. En su último título el gimnasio olía a sudor. El pueblo bañado por el río Mystic, entre la tienda de Sean Penn y el bar donde se destila la tragedia, es tan auténtico que el nudo de la trama se le atraganta a uno muy adentro. Sin saber por qué, sin tener la oportunidad de intuir siquiera el andamiaje de esta obra maestra, cuesta sacarse a sus personajes de la conciencia. La cinta no es sólo una dirección artística y una fotografía sobresalientes. El guión de Brian Helgeland (ojo a este tío, que también escribió L. A. Confidencial se alía con el ritmo tranquilo pero implacable que sabe imprimir Eastwood. Como una máquina sin fisuras, Kevin Bacon y Laurence Fishburne llevan al espectador y a la trama hacia ese callejón sin respiraderos que es el final. Qué me dicen de ambos actores, que no son ni los principales. La intensidad de Sean Penn, con su grito de dolor clavado para siempre en nuestra memoria (no será lo único que termine clavado) el modo en que Tim Robbins deja asomar sus fantasmas, el infierno de la duda instalado en el anillo nupcial de Marcia Gay Harden, la ciega fidelidad de Laura Linney... El final de Match Point nos hace cómplices, Eastwood no busca prisioneros ni acólitos. Aquí todos son víctimas. Uno sale de ver la película abrumado por el desasosiego, con el mal cuerpo que dejan los sucesos luctuosos, sin el falso final feliz con que suele rematar Hollywood cualquier tragedia. Estamos hablando de una cría asesinada. ¿Qué esperaban?

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