ABC MADRID 20-12-2005 página 3
- EdiciónABC, MADRID
- Página3
- Fecha de publicación20/12/2005
- ID0004944685
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ABC MARTES 20 12 2005 Opinión 3 LA TERCERA DE ABC ENEMIGOS Y ADVERSARIOS POR BENIGNO PENDÁS PROFESOR DE HISTORIA DE LAS IDEAS POLÍTICAS Vivir con mentalidad de resistente cuando se comparten ideas con la mitad- -al menos- -de los españoles es actuar en contra del más elemental sentido común. Pero hay algo todavía más importante: la causa del patriotismo genuino exige que España no se identifique con un grito que no es capaz de aportar buenas razones... U NA confusión interesada entre dos conceptos antagónicos envenena la política española. Enemigo hostis en la Roma clásica, es aquel con quien nos enfrenta una oposición existencial. El objetivo es la destrucción mutua, unas veces de carácter físico y otras muchas- -por fortuna- -sólo en términos sociopolíticos. Adversario en cambio, es el inimicus en sentido amplio: comparte con nosotros los fundamentos de la concordia civil, aunque sean divergentes los intereses y los sentimientos. La distinción cuenta con antecedentes ilustres (Spinoza, entre otros) alcanza su madurez doctrinal en Carl y funciona como un valor entendido en la moderna teoría del conflicto social. Por razones de principio, la democracia constitucional impide la degradación del adversario a la condición de enemigo. Cuando esto sucede, la estabilidad inherente a la forma legítima de gobierno corre un grave riesgo. La chispa enciende la hoguera. Pretextos seudomorales ellos mienten, engañan, manipulan) justifican el oprobio y la exclusión. Cambian las reglas del juego: el todo vale desplaza al juego limpio Saltan las barreras que contienen mal que bien los hábitos menos elogiables de la naturaleza humana. Cuando alguien proclama que el otro es culpable destruye sin remedio la virtud cívica y la función integradora del patriotismo. En democracia se puede- -incluso, se debe- -sentir simpatía hacia el adversario. Muy al contrario, el odio al enemigo existencial es el caldo de cultivo del totalitarismo. una izquierda sin rumbo fijo y del más rancio localismo premoderno. A día de hoy, el centro- derecha ofrece la principal garantía- -espero que no la única- -para la pervivencia de la mejor Constitución de la historia de España. No es una buena noticia, aunque sirve al menos para confortar el ánimo en esta época de turbulencias. La declaración de Rajoy en la Puerta del Sol merece ser suscrita también por los defensores del régimen constitucional ajenos al Partido Popular. Conviene tener muy claro que, en el presente contexto, los principios coinciden al pie de la letra con las estrategias. Es una resposabilidad histórica. Es también una gran oportunidad política. Pero toda grandeza lleva consigo su propia servidumbre. Aquí y ahora. En nuestra España constitucional sólo debemos considerar como enemigo a los terroristas y sus secuaces, así como a quienes obtienen réditos- -directos o indirectos- -de la violencia criminal. En teoría todos los demás son rivales que respetan unas reglas comunes y objetivas. Cada uno sabe dónde se sitúa la línea infranqueable que distingue la decencia de la indignidad. Mejor dicho: lo sabemos todos, porque nos conocemos de sobra después de tantos años. Por desgracia, la deslealtad y el oportunismo diluyen esa frontera intangible. El 11- M y sus secuelas han sacado de quicio a la sociedad española. Las aguas volverán a su cauce, supongo. Pero aquellos días malditos demuestran la fragilidad ¿sorprendente? de ciertos lazos de sólida apariencia. Salimos malparados en la comparación con el Reino Unido: el 7- J apenas dejó algunos rasguños en el vetusto edificio victoriano, anacrónico quizá, digno de confianza siempre. Pero aquí se negocia día tras día sobre la arquitectura constituyente y cunde el desaliento que acompaña por definición a los esfuerzos sin recompensa. Hay algo peor. El nacionalismo intolerante nos ha demostrado con perversa eficacia cómo se excluye del espacio público a quienes no renuncian al orgullo de ser libres. Malas compañías enseñan pésimas lecciones. La estrategia pretende ahora ser aplicada a gran escala. En concreto, a todo aquel que se niega a suscribir la falacia más burda de nuestro tiempo: asegurar que es progresista la yuxtaposición entre los intereses coyunturales de No hay que caer en el juego del adversario que actúa de forma irresponsable al plantear la relación en el campo del amigo y el enemigo. Mucha gente honrada podría ser víctima de esta trampa emocional. Hablemos con toda claridad: se puede ser profundamente español y defender a ultranza los propios ideales sin caer en histerismos, sofismas o miserias. La imagen de una derecha airada y montaraz hace feliz a una izquierda que se nutre de tópicos marchitos. Mal asunto. Ciertas actitudes desmesuradas corren el peligro de espantar al voto reflexivo. Luego la táctica es incorrecta. Vivir con mentalidad de resistente cuando se comparten ideas con la mitad- -al menos- -de los españoles es actuar en contra del más elemental sentido común. Pero hay algo todavía más importante: la causa del patriotismo genuino exige que España no se identifique con un grito que no es capaz de aportar buenas razones. La superioridad moral implica requisitos muy exigentes: guardar las formas, afinar los argumentos, convencer sin desvariar. Así lo ha sabido entender el Partido Popular. Así lo reflejan las encuestas. Así podrá ganar las próximas elecciones. Viva la Constitución Viva la libertad Viva la nación española ¿quién tiene algo que reprochar? Como bien sabía John Locke, la idea de trust es consustancial al gobierno basado en el consentimiento. Persuadir, buscar la complicidad moral, crear una relación de confianza: he aquí el núcleo de la estategia política en la democracia de masas. ¿Cómo actúa el presidente del Gobierno? La impostura conduce siempre al vacío decía Metternich, un gran impostor. La gente perdona acaso la ineficacia, el incumplimiento de promesas electorales, el despropósito incluso, siempre y cuando no perciba que existe mala intención. La reacción contra el Estatuto catalán ha superado todas las previsiones. Tal vez la mayoría coyuntural se había tomado en serio su propio discurso: España no es una nación, es sólo un Estado artificial que pretende asfixiar a las naciones auténticas La mentira institucional anula la capacidad de juicio. Al final, la verdad siempre gana. España es una vieja nación, vive con naturalidad en el corazón de muchos millones de personas, se revuelve con energía cuando toma conciencia del peligro. Si no fuera así, no existiría: una idea por la que nadie lucha es una idea muerta escribe Julien Freund, otro teórico inteligente de la enemistad política. No será fácil para Zapatero encontrar ese hilo conductor que le sirva de guía en su propio laberinto. No va a salir bien parado de la OPA, termine como termine. Ningún beneficio le va a reportar el traslado material de los papeles de Salamanca, ofensa gratuita hacia sentimientos muy arraigados. Cometerá nuevos errores si continúa escuchando el disco rayado del nacionalismo victimista: queremos más competencias y más seguras, porque el Estado de las Autonomías ha funcionado a la baja en materia de desarrollo constitucional. Cuando llegue la hora del País Vasco, no podrá eludir las cuestiones de principio: el precio de la paz incierta (presos, Batasuna, el futuro del PSE) conduce a un choque frontal con la dignidad de una sociedad herida. La política es una técnica imperfecta- -un arte en el sentido griego de la palabra- -que sirve para encauzar los antagonismos hacia fórmulas civilizadas. El radicalismo es antipolítico por naturaleza. Excluir al adversario significa tratarlo como enemigo: el pacto del Tinell, todos contra uno la ruptura de los compromisos básicos... No todos los socialistas están de acuerdo con tales maniobras. Hay que apelar con urgencia al buen sentido de mucha gente razonable. Concordia significa amistad política, decía Aristóteles, siempre moderado. Es fuente de la legitimidad que deriva del consentimiento y apela al cumplimiento de una empresa común. No hace falta actuar en el mismo bando para disfrutar del juego colectivo. Pero es imprescindible compartir los postulados básicos. Al menos, el principal: la soberanía nacional reside en el pueblo español...