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ABC MADRID 11-12-2005 página 54
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  • EdiciónABC, MADRID
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54 Los domingos DOMINGO 11 12 2005 ABC MÁS ALLÁ DE LAS ELECCIONES Chile Latitud sur de mi memoria El autor de El viejo que leía novelas de amor evoca el país de los años sesenta, mucho antes del golpe de Pinochet, que dejó para siempre atrás, y de las esperanzas que ahora se reabren POR LUIS SEPÚLVEDA alí de Chile un día de julio de 1977. Llovía como en un adiós cinematográfico, y en la atmósfera de miedo que envolvía al aeropuerto de Santiago supe que jamás regresaría, pues así son siempre las despedidas de los vencidos. La franja de tierra que quedaba entre la cordillera de Los Andes y el Pacífico nunca volvería a ser mi país, aquel donde, por ejemplo, entre 1958 y 1964, solía toparme con el presidente de la república, que caminaba malhumorado y sin escolta. -Buenos días, su Excelencia- -saludábamos los jóvenes que compartíamos con él la calle Ahumada o la Plaza de Armas. -Serán buenos si estudian- -respondía invariablemente don Jorge Alessandri Rodríguez, un hombre de derechas y culto, que despreciaba el anticomunismo obtuso de su propia bancada parlamentaria. Soy ciudadano del Chile de mi memoria, ejemplarmente democrático y con instituciones sólidas que reflejaban el deseo de cambio social, pero sin quiebres traumáticos en la convivencia diaria. Entre 1964 y 1970, años de efervescencia política en medio de la Guerra Fría, el presidente Eduardo Frei Montalva acostumbraba a tomar onces -la británica hora del té de los chilenos- -con delegados de la Federación de Estudiantes, para discutir con ellos los aciertos y errores de la Revolución en Libertad el programa político del gobierno demócrata cristiano. Durante las campañas electorales presidenciales, los chilenos del país de mi memoria despreciaban el populismo y se inclinaban por el candidato que mejor describía las dificultades para conseguir que Chile, consecuente con los versos de su himno nacional, fuera por fin esa copia feliz del edén En el fondo, triunfaba el que conseguía ser depositario de la esperanza. Y por esa misma simple y compleja razón, el 4 de septiembre de 1970 los chilenos eligieron a Salvador Allende. El Chile de mi memoria tenía S Soy ciudadano del Chile de mi memoria, ejemplarmente democrático y con instituciones sólidas una industria nacional fuerte e internacionalmente competitiva, nuestras textiles competían en igualdad de condiciones con la inglesa, y el mercado natural de nuestro entorno latinoamericano apreciaba los electrodomésticos chilenos. Si es chileno, es bueno era el eslogan que presentaba los productos hechos en Chile. Millones de kilómetros de tendido eléctrico hacían que las manufacturas de cobre chileno brillaran bajo los cielos del mundo. Doscientas millas de soberanía marina a lo largo de casi cinco mil kilómetros de costa, hacían de nuestra flota pesquera, una de las más eficaces y sostenibles, todo el territorio estaba conectado por un estupendo ferrocarril estatal, y éramos el único país latinoamericano dotado de transporte urbano ordenado y eficiente, pues la empresa de trasportes colectivos del estado se encargaba de que cada uno llegase puntual a su estudio o a su trabajo. Chile era un país rico, pero la riqueza en manos de menos del 15 por ciento de su po- blación, no generaba el bienestar al que legítimamente aspirábamos. Y la necesidad de distribuir esa riqueza con equidad era, más que elocuente, clamorosa. Al margen de preguntarnos el por qué de la brutalidad homicida de los militares golpistas chilenos, vale más inquirir por las otras razones que terminaron con el gobierno de Allende. El Chile de mi memoria fue cobaya del primer experimento económico neoliberal del siglo XX. Era fundamental terminar con la posibilidad insolente de que en América Latina existiera un país capaz de comerciar en igualdad de condiciones con las naciones más desarrolladas. El hipotético conflicto entre Chile y los Estados Unidos a raíz de la nacionalización del cobre- -por cierto que Chile pagó lo que un tribunal internacional decidió- o el evidente riesgo de otro país comunista argumentado por Kissinger, no son más que eufemismos para justificar lo medular: arruinar la economía chilena tradicional, y esto sólo era posi- ble eliminando físicamente cualquier intento de resistencia. La dictadura de Pinochet impuso el modelo económico de los economistas de Chicago. Desapareció la capacidad productora y exportadora de manufacturas, y el país se convirtió en un importador desenfrenado de toda la basura barata que no encontraba mercados. Hoy, en vísperas de la cuarta elección presidencial posdictadura, Chile exporta minerales y productos agrícolas, pero como Tropas golpistas chilenas durante el asalto al palacio de la Moneda, el 11 de septiembre de 1973

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