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ABC MADRID 23-09-2005 página 30
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  • EdiciónABC, MADRID
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30 Internacional UN NUEVO HURACÁN CONTRA EE. UU. VIERNES 23 9 2005 ABC Nombres de mujer o de políticos detestados para los huracanes b Fue un metereólogo australiano del XIX quien abrió la moda de darles nombres de damas, hasta que en 1978 las feministas lograron incluir a los varones JUAN M. AMORÓS MADRID. Evidentemente no fue el martirizado San Zenón quien la emprendió con Santo Domingo. Fue un huracán que tuvo la mala intención de cebarse con la capital dominicana en la fecha dedicada al católico beato. Y es que la costumbre hasta hace bien poco era la de bautizar al huracán de turno según el santo del día. Así Santa Ana asoló Puerto Rico el 26 de julio de 1825 y San Felipe lo hizo el 13 de septiembre de 1928. En septiembre de 1834 el huracán Padre Ruiz sobre la República Dominicana recibió ese nombre por presentar sus credenciales en medio de un funeral que oficiaba el sacerdote. Se nombraron también con referencias a catástrofes humanas, como el Rising Sun de 1700, que invocaba el hundimiento del Rising Sun en el que murieron 97 personas o según la localidad que golpeaban, Galveston en 1900. Una bandera norteamericana hecha jirones ondea en uno de los barrios devastados por el Katrina en Nueva Orleáns AFP Hace un año, la prestigiosa revista National Geographic anticipaba con sobrecogedora precisión los desastres del huracán que arrasó Nueva Orleáns. Antes, en 2001, otra publicación científica había advertido lo que tristemente se convirtió en una trágica realidad Katrina una catástrofe anunciada TEXTO: AMADOR GARCÍA ¿Por despecho? El primero en bautizar con nombres de persona a los huracanes parece que fue un meteorólogo australiano del siglo pasado, Clement Wragge, quien, quizá despechado por alguna señora, utilizaba nombres femeninos para referirse a las tormentas tropicales y cuando éstas eran especialmente fuertes recurría a los nombres de los políticos de su época que más aborrecía. Los nombres de mujer se consolidan entre los meteorólogos norteamericanos de la Segunda Guerra Mundial y en 1953 Estados Unidos convierte en oficial la práctica. Reivindicaciones feministas hacen que en 1978 se incorporen los nombres de varón. Los nombres de los huracanes se deciden hoy de acuerdo a una lista alfabética de 21 letras- -no figuran la Q, U, X, Y, Z- -con una periodicidad de seis años, al cabo de los cuales los nombres son reutilizables salvo que hayan pertenecido a una tormenta especialmente violenta, en cuyo caso se retiran. Así, sabemos que el primero de 2006 será Alberto, el quinto de 2008 Edouard, o el decimotercero de 2010 Matthew. Este 2005, sin embargo, es un año especialmente prolijo y parece que no va a haber nombres suficientes. Ahora, en la mitad de la temporada, llega Rita, le seguirán Stan, Tammy, Vince y Wilma hasta terminar con la lista ¿y después... Hasta ahora no se ha dado el caso, parece que se recurrirá al alfabeto griego... Todo es cuestión del tiempo. MADRID. Octubre de 2004. George W. Bush y John Kerry se disputan la presidencia de Estados Unidos en una campaña cuyo hilo conductor se centró, de modo obsesivo, en la seguridad nacional. Mientras el presidente trazaba planes para protegerse frente a eventuales ataques con armas de destrucción masiva, un discreto artículo de Joel K. Bourne en la revista National Geographic anticipaba con sobrecogedora precisión la catástrofe del Katrina Sólo dos ausencias delatan que se trata del anuncio de una catástrofe y no del desastre consumado: la fecha, 29 de agosto de 2005, y un nombre, Katrina Además de los 50.000 fallecidos que fija el autor, un dato que hoy sigue siendo una incógnita. Por lo demás, National Geographic, un año antes del devastador huracán, desvelaba en el reportaje Gone with the water (Lo que el agua se llevó) los detalles de una de las mayores crisis humanitarias que jamás ha vivido Estados Unidos. Tras detectar que un huracán se acercaba a la costa, más de un millón de personas fueron evacuadas a zonas más elevadas. No obstante, cerca de 200.000 permanecieron en la ciudad: los sin coche los sin techo los ancianos y enfermos, y todos aquéllos irreductibles habitantes de Nueva Orleáns que buscan cualquier excusa para organizar una fiesta Éste es sólo el inicio de la premonitoria lucidez del texto, que narra cómo las tormentas que acompañaban a un hipotético huracán desbordaron el lago Pontchartrain e inundaban Nueva Orleáns. Como el nivel del agua en algunas partes de la ciudad alcanzaba los ocho metros de altura, la gente tuvo que refugiarse en los tejados de sus casas relata el texto. Nueva Orleáns se sumió bajo un manto de sedimentos podridos, dejando a un millón de personas sin hogar y 50.000 cadáveres Literal, salvo la cifra de víctimas, que hoy afortunadamente parece excesiva. ¿Cuándo sucedió esta catástrofe? Todavía no lo ha hecho, pero el escenario del día del Juicio Final no es una posibilidad inverosímil sentencia Bourne. Ni Bush ni Kerry hicieron mención alguna en octubre del pasado año a la amenaza del Katrina aún huérfana de nombre, pero la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA) la institución que fue blanco de las más duras críticas tras el desastre, situaba el riesgo de un huracán en la zona de Nueva Orleáns como la principal amenaza sobre el país, junto con un terremoto en California o un ataque terrorista en Nueva York. No creo que la gente se dé cuenta de cuál es el nivel de precariedad en el que vivimos advertía hace un año Joe Suhayda, un ingeniero de costas retirado que se ha pasado media vida ob- servando cómo las frágiles barreras que protegen la ciudad del mar se desvanecen por la intervención humana. Suhayda hablaba de la combinación de dos factores que incrementaban aún más la amenaza sobre Nueva Orleáns: la subida del nivel del mar por el derretimiento de los polos y el mayor número de huracanes, según pronosticaban algunos meteorólogos. La cuestión no es si va a ocurrir, sino cuándo vaticinaba Shea Pendal, geólogo de la Universidad de Nueva Orleáns. Primera advertencia Pero no era ésta la primera predicción del triste devenir de la cuna del jazz Con meticulosa precisión, Mark Fischetti analizaba los riesgos de una ciudad que debe compensar la pérdida de protecciones naturales con un cada vez más complejo sistema de drenaje. La raíz del problema, advierte, se remonta a 1879, cuando el Cuerpo de Ingenieros del Ejército inició el levantamiento de diques para evitar las inundaciones primaverales. Como contrapartida de la actuación sobre el curso del Misisipi, el descenso de sedimentos se ha reducido drásticamente, y con ello la regeneración sólida del delta sobre el que yace Nueva Orleáns y de sus protecciones naturales frente al océano. Hace un año EE. UU. disponía, sin necesidad de poner el mundo patas arriba, de las claves para desactivar un arma de destrucción masiva que iba a estallar en Nueva Orleans. El secreto aguardaba en el kiosco de la esquina. La cuestión no es si va a ocurrir, sino cuándo vaticinaba un geólogo de la Universidad de Nueva Orleáns

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