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ABC MADRID 09-09-2005 página 3
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ABC VIERNES 9 9 2005 Opinión 3 LA TERCERA DE ABC TRES LIBROS POR OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL Ten cuidado con el hombre que sólo ve el cielo por una claraboya, sólo se asoma al mundo por una ventana, sólo comprende lo humano desde una perspectiva. En este sentido es de temer ese hombre, porque está en la pendiente del integrismo... A sabiduría popular, que no siempre es fácil diferenciar de la nesciencia o violencia popular, ha tallado un adagio: Teme al hombre que sólo lee un libro Ten cuidado con el hombre que sólo ve el cielo por una claraboya, sólo se asoma al mundo por una ventana, sólo comprende lo humano desde una perspectiva. En este sentido es de temer ese hombre, porque está en la pendiente del integrismo, de la pasión cegada por un foco de luz, que es real, pero que deja fuera otros muchos colores, sombras y luces de la realidad cósmica, de la historia humana y del misterio de Dios. Ante semejante título, el lector habrá sospechado que voy a hablar de los libros propios de las tres religiones que han configurado la historia espiritual, cultural y social de Occidente: la Torá del pueblo judío, la Biblia de los cristianos y el Corán de los musulmanes. No en vano se las ha designado religiones del libro y los visitantes españoles siguen admirando que París haya dedicado un instituto especializado al estudio comparativo de esos tres libros. El cristianismo, sin embargo, no acepta esa identificación, ya que él se comprende desde la palabra encarnada, la palabra proferida y predicada, de la cual es un sedimento el texto bíblico, que sólo es inteligible por relación a la revelación de Dios, a la persona de Cristo y a la vida compleja de la iglesia en la que nace. España es ininteligible sin el conocimiento cercano de esos tres libros, cuyas ideas, frases y palabras han sido el fundamento no sólo de ideales místicos o de escritos religiosos, sino de nuestra cultura, arquitectura y sociedad. No se puede andar por Gerona y Toledo, por Tudela y Tarazona sin conocer el libro sagrado del pueblo judío, que habitó esas tierras y ciudades, pasando sus ideas y palabras a fachadas y portadas, vestidos y cenefas. En castellano no hemos acertado al designar su libro como Ley Nada más lejos de un judío pensar ese libro santo exclusivamente como disciplina, imperativo, norma. Es mucho más: lámpara para andar el camino de la vida, orientación para estar delante de Dios, vía y envío en medio de los hombres, caricia y advertencia de Dios para quienes marchan entre peligros y asechanzas. M. Buber traducía Torá por Gottes weisung don, orden, instrucción, enseña de Dios para el hombre ¿Y cómo entender toda la arquitectura islámica en nuestro país sin conocer las suras principales del Corán? E. García Gómez nos adentró en la interioridad de la Alhambra descifrando los textos sagrados que jalonan sus paredes y portales, ajimeces y techumbres. Sin verlos desde dentro y sin conocer sus raíces espirituales, los monumentos son mudos y los visitantes son ciegos. L pluralismo interior que los habita. Ha sido la comunidad lectora, creyente y celebrante, la que, siendo tan distintos, los ha recogido como expresión, diversificada y una a la vez, de su fe y esperanza. Sin comunidad judía del destierro en Babilonia y sin comunidad creyente en Cristo no tendríamos Biblia. El día en que estas dos comunidades de fe dejasen de existir, la Biblia perdería su valor e interés. Ese es su admirable enigma: 72 libros en un libro, complejidad de expresiones para la única fe. Probablemente ella contiene casi todos los géneros de la literatura: apólogos, relatos históricos, cantos de amor, cartas de recomendación, poesía pura, biografías, gestas de guerra, relatos aparentemente cronológicos, que en el fondo son pura metafísica y teología como los once primeros capítulos del Génesis. Esa variedad de libros en la unidad es la que ha preservado la fe bíblica de sucumbir al fundamentalismo. A ello se añade el reconocimiento de los cuatro sentidos posibles del texto: el histórico o literal, el alegórico o tipológico, el moral, y el anagógico o escatológico. Esta lectura infinita ha dado lugar a innumerables relecturas, recreaciones y traducciones, siempre acabadas y siempre reemprendidas. ¿Qué hubiera sido del alemán sin la traducción de Lutero y del inglés sin la King s James Versión? ¿Y qué hubiera llegado a ser nuestro castellano si Fray Luis de León hubiera hecho una traducción completa de toda la Biblia desde el hebreo y el griego, como la hizo del Cantar de los Cantares y de algunos salmos? Esa inmensa variedad incitó a una concentración en algunos libros como síntesis de la fe. Así en el Antiguo Testamento el Génesis adquirió una cierta primacía entre los llamados libros históricos, los Salmos entre los Sapienciales e Isaías entre los proféticos. En el cristianismo fue corriente en el siglo XIX editar conjuntamente en un volumen los Evangelios, los Salmos y la Imitación de Cristo o Kempis. Aquí tenemos una novedad, en cuanto que un libro, de autor no sagrado y catorce siglos posterior, se une a dos libros bíblicos. Es sabido que la Imitación de Cristo es el libro que más ediciones ha tenido en Occidente después de la Biblia. Él es un capítulo esencial de la historia espiritual y cultural de España. El siglo XX se divide en dos generaciones: las que lo leye- ron y las que ya no sólo no lo han leído, sino que incluso desconocen su existencia. Se alimentaron de sus páginas hombres como Unamuno, Ortega y Juan Ramón Jiménez. En algunos casos fue leído y subrayado en su original latino como en Unamuno ¿Y quién no recuerda los versos de Amado Nervo, entre amor y rencor, dedicados al Kempis? Pero yo hoy quería hablar de otros tres libros que el cristianismo tiene que redescubrir y tener, tomar en propia mano y pasar de la letra al alma. La Biblia, el Misal y la Liturgia de las horas. Es necesario volver a decir que, al margen de todo recuerdo de fases anteriores y sin que ello tenga nada que ver con nostalgias ni arqueologismos, hoy no es posible mantener la fe viva y generosa sin la radicación en las raíces propias, sin el afincamiento en los orígenes de los que provenimos, sin abrevarnos en las fuentes originales, sin abertura gozosa y alabanza gratuita a Dios. De ello derivan la fecundidad de nuestra vocación con la capacidad de misión, la alegría para adorar a Dios y la disponibilidad para servir al prójimo. La Biblia nos abre a la historia de Dios con los hombres y a nuestra vocación originaria. No relata la búsqueda humana de Dios sino la llamada, visitación y alocución de Dios al hombre. De él sólo sabemos en la medida de su revelación. De la historia fundante hay que pasar a la liturgia como celebración concreta en cada lugar y tiempo para cada hombre de aquella sagrada revelación divina. El Misal es el libro que contiene textos y acciones sagradas, lecturas bíblicas y poemas creados para la celebración comunitaria. Utilizado en casa permite preparar y leer de antemano los textos, recitar después una parábola y volver a una frase paulina. Una liturgia no preparada ni proseguida personalmente, termina siendo una suma de ritos insignificantes, extraños y enajenadores; da igual que sea en latín que en castellano. El tercer libro es La liturgia de las Horas para proclamar la alabanza de Dios y la gloria del hombre, la belleza del Universo y el drama de la historia. Es el Breviario, que antes rezaban sólo los sacerdotes y los monjes. Hoy lo rezan innumerables cristianos de a pie. Rezan sobre todo Laudes u oración de la mañana, para comenzar y santificar el trabajo; y Vísperas u oración de la tarde al concluir el día. Completas nos preparan para el sueño y quienes tienen más tiempo asumen también el Oficio de Lecturas con tres salmos y textos espirituales de toda la historia de la Iglesia. Pero, ¿es la Biblia un libro? Real verdad y grave error al mismo tiempo. En primer lugar está dividida en dos partes. A una de ellas los cristianos la hemos designado Antiguo Testamento para subrayar la novedad y ruptura que introdujo Jesús en su interpretación; y Primer Testamento para expresar la continuidad del designio salvífico de Dios, que abarca al pueblo judío, a Jesús y a la Iglesia. Pero lo esencial de la Biblia (ta Biblia en griego exactamente los libros) es la encuadernación: bajo sus tapas se reúnen nada menos que 72 escritos, entre algunos de los cuales median diez siglos de distancia. Cada uno de ellos es un mundo, tiene un contexto de nacimiento, unos destinatarios y está escrito en una lengua (hebreo, arameo, griego) Deberíamos hacer la experiencia de editar una Biblia por fascículos con cada uno de esos libros, para sorprendernos de la diversidad, distancia y La cultura del libro es la cultura de la atención y de la reflexión, del discernimiento interior y de la libertad. Esos tres libros son indispensables para una vida cristiana que quiera conocer su identidad y ejercer su misión, abrirse a Dios como al hontanar de su verdad y sentido, vivir con libertad y esperanza en el mundo, amar al prójimo. Sólo un cristianismo religioso y cristiano, así pensado y enraizado, tiene capacidad para servir social, cultural y políticamente al mundo. La verdad es concreta; por ello la fe y la piedad tienen que ser también concretas. Desde esa especificidad ellas merecen la pena al mundo y sirven a la sociedad. De lo contrario serían un falaz e inútil redoble de ellos. En la medida en que la secularidad es más fuerte más hay que nutrirla de fuentes de vida eterna; en la medida en que el pluralismo es más intenso hay que vivirlo desde la unidad originaria de quienes somos todos hijos de Dios, hermanos encargados con nuestro prójimo, responsables del único mundo.

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