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ABC MADRID 25-08-2005 página 3
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ABC JUEVES 25 8 2005 Opinión 3 LA TERCERA DE ABC LA TERCERA ESPAÑA DE CERVANTES POR RICARDO GARCÍA CÁRCEL CATEDRÁTICO DE HISTORIA MODERNA. UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA La España que quiso y no pudo evitar la confrontación de 1640. La España condenada a ser la España que no pudo ser Como tantas veces a lo largo de nuestra historia. El problema de España flota permanentemente en el Quijote... SPAÑA como nación emerge a fines del reinado de Felipe II. El viejo concepto geográfico o territorial de España se carga de valores propios. Una lengua, identificada con la de la monarquía, que a caballo del prestigio de su estela literaria se hace hegemónica en España y fuera de España. Una memoria histórica común que deja tras de sí las primeras historias de España de Garibay y Mariana. La conciencia de una misión providencialista en el mundo como garante del catolicismo. Una imagen exterior con abundantes enemigos que generan opinión negativa (leyenda negra) pero que construyen una identidad española bien definida. Mientras la nación España busca soldar sus lazos con el Estado (no lo conseguirá hasta que la monarquía compuesta de los Austrias se sustituya por la monarquía uniforme de Felipe V) surgen los primeros planteamientos del problema de España. El problema siempre ha ido a caballo de la identidad. Felipe II moría en 1598. Podemos con toda propiedad, hablar de aquel año como nuestro primer noventa y ocho, con las connotaciones agónicas del más clásico de nuestros noventa y ochos, 1898. E La generación de 1598 es una generación de transición entre dos reinados, el de Felipe II y el de Felipe III, que vivirá, ansiosamente, cambios transcendentales en el sistema de valores de su tiempo. Del imperialismo militar intervencionista del reinado de Felipe II al repliegue pacifista de Felipe III, del transcendentalismo mesiánico al tacitismo pragmático, de los héroes (Don Juan de Austria, Cortés) a los pícaros y parvenus de la ética escolástica a la política gracianesca de la supervivencia, de los cánones de la perfecta casada diseñados por fray Luis de León a los primeros signos de liberación de la mujer, del honor- limpieza de sangre a la honra- opinión sujeta a la dictadura del que dirán... En esa coyuntura de transición, de mudanzas, de tobogán de cambios de valores, escribió Cervantes su Quijote. En esa España cambiante ¿en qué lado se situó Cervantes? ¿En la nostalgia de tiempo caduco de Felipe II o en la identificación con los nuevos tiempos políticos de Felipe III? ¿En la España de los héroes integristas o en la de los pícaros corruptos? Todavía está muy vigente la vieja tesis de Américo Castro que consideraba a Cervantes como un ambiguo atormentado que vivía cual galápago de muchas conchas en un mundo hostil, aferrado a la ironía y a las segundas intenciones como salvavidas en tiempos recios. Personalmente, más que en la presunta ambigüedad alambicada de Cervantes, creo en su relativismo convicto y confeso, fruto del cansancio del perdedor histórico. Un relativismo que nunca fue cobarde ni acomodaticio. Siempre tuvo unos límites epistemológicos: la existencia de la verdad objetiva y objetivable, bien establecida por Cervantes en su denuncia de las supercherías y trampas del imaginario, por más que en ocasiones vengan avaladas por la llamada opinión pública. Y límites éticos, porque Cervantes siempre tuvo claro que la bondad y la maldad existen y deben diferenciarse. Un relativismo cervantino, que cree, en definitiva, en la viabilidad de una tercera España alternativa a las dos Españas de la maldita polarización, una tercera España, tal y como la definió Preston refiriéndose a la última de nuestras guerras civiles, como la España de los perplejos y resistentes a la definición confesional entre las dos Españas en juego. Ni la nacionalcatólica ni la heterodoxa. Ni la España vertical construida a partir de Castilla ni la horizontal, agregado territorial bajo una monarquía única. La tercera España de Cervantes, arrastra el problema de la gobernabilidad del Estado, ha sufrido las alteraciones aragonesas de 1591, y quiere evitar el drama secesionista que se produciría en 1640. La España que quiso y no pudo evitar la confrontación de 1640. La España condenada a ser la España que no pudo ser Como tantas veces a lo largo de nuestra historia. El problema de España flota permanentemente en el Quijote. El término España es citado cincuenta y nueve en el Quijote, treinta en la primera parte, veintinueve en la segunda. La mayor parte de las veces es utilizado en un sentido puramente geográfico o territorial. La España que se menciona más veces en el Quijote es el territorio por donde discurren los caminos transitados por el hidalgo, un territorio más señalado que descrito, una España prioritariamente rural con el escenario de la primera parte situado en Castilla y Andalucía y en la segunda parte, ampliado a Aragón y Cataluña, una España, suma de vivencias locales. Patria para Cervantes es el lugar concreto de origen con toda su estela de adhesiones sentimentales. A Don Quijote le interesan más las personas, los individuos, en su escenario local, que los códigos identitarios generales. que estamos lloramos por España que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural por más que Cervantes se debatiera en notables contradicciones a la hora de valorar la expulsión de los moriscos. Él siempre tuvo muy presente la idea de una España abierta, plural, diversa, heterogénea. En su coloquio con el caballero del Verde Gabán, Don Quijote intercalaba la sentencia en resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche y no fueron a buscar las extranjeras para declarar la altura de sus conceptos y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones y que no se desestimase el poeta alemán por que escribe en su lengua ni el castellano, ni aún el vizcaíno que escribe en la suya La pluralidad territorial excitó la curiosidad viajera de Don Quijote. En su tercera salida, quiere ir obsesivamente a Zaragoza a las justas de San Jorge y acaba yendo a Barcelona. A la busca de la alteridad, de los otros españoles. Porque la España plural, Don Quijote la contempla siempre desde su condición de manchego. En el diálogo entre el cura y el barbero aquel le dice: y aquí le perdonáramos al señor capitán que no le hubiese traído a España y hecho castellano Castellano y español parecen superponerse. El gentilicio español no lo usó nunca. La verdad es que usó pocos gentilicios: castellanos, leoneses, gallegos (yangüeses) andaluces (tartesios) y aragoneses. Nunca catalanes. Sí barceloneses. Su asunción de la España plural fue más voluntarista que efectiva a la larga. Su desprecio del vizcaíno (del que se ironiza sobre su mala lengua castellana y peor vizcaína al que se enfrenta y derrota, es bien patente. Su desencanto tras la fascinación inicial respecto de los barceloneses se convierte en el desenlace de la obra. La alteridad que le ofrece Barcelona la metaboliza mal Don Quijote. Se siente muy bien tratado en esta ciudad por los bandoleros y por el personaje de don Antonio Moreno. Se le ofrece una vida lúdica y placentera, pero descubre la muerte violenta, cruel, salvaje, de la que no tenía conciencia real antes y sobre todo, se descubre a sí mismo, convertido en juguete de la ciudad barcelonesa que experimenta un placer especial en entretenerse con él y con su gracioso escudero. Barcelona fue el espejo en el que finalmente pudo verse a sí mismo Don Quijote y no se gustó. El hidalgo Don Quijote pudo soportar muchas desventuras pero no pudo soportar su ridícula imagen tras la última y definitiva derrota ante su paisano el caballero de la Blanca Luna, Sansón Carrasco, en la playa de Barcelona. El mensaje final de Cervantes, cuando Don Quijote vuelve a ser Alonso Quijano, cuando el actor se desmaquilla antes de morir, cuando vuelve a la lucidez, es contundente. Todo es posible menos el ridículo. La épica de Don Quijote nunca fue nacional. Pero también Cervantes tuvo plena conciencia de la España- nación. Conciencia intelectual fundamentada en el patrimonio de una monarquía común a los españoles y en la autosatisfacción de una memoria histórica también común. Ahí están sus apelaciones al goticismo y al concepto de pérdida de España Y conciencia sentimental. En el prólogo del Quijote, Cervantes introduce el adjetivo emocional nuestra España que se repite en otras ocasiones. La mayor ternura de España como nación Cervantes la pone, curiosamente, en boca de los moriscos expulsos. Su desgarro colectivo otorga especial emotividad al concepto de España. Ahí está la famosa frase de Ricote: Doquiera

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