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ABC MADRID 06-06-2005 página 5
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ABC MADRID 06-06-2005 página 5

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES 6 6 2005 Opinión 5 ESCENAS POLÍTICAS VERSOS, VERSOS, MÁS VERSOS ERSOS, versos, más versos prescribió, recetó Gerardo Diego, y él sembró algunos miles de ellos desde lo mejor del 27. Los dioses me han complacido con un nuevo error en una cita poética de mi admirado y leído Tomás Cuesta, colega sufridor en la columna y proveedor de entuertos poéticos para mi vocación de enderezador. Había yo rectificado un par de gazapos que se le habían escapado a mi cofrade (en este preciso momento, Rafael Nadal acaba de ganar la final del Roland Garros en un partido épico- lírico- heroico) y eso me valió un artículo tan elogioso para mí como sólo es capaz de escribirlo un alma generosa y un corazón ancho. Como entre perioJAIME distas no es corriente el eloCAMPMANY gio, y mucho menos de un periódico a otro, me quedé abrumado y agradecido. Escribí una carta a Cuesta en la que le anunciaba que vigilaría con escrúpulo sus citas poéticas por si me daba ocasión de repetir la caza de un gazapo, apiolarlo públicamente y provocar otro artículo con las mismas o semejantes alabanzas. Les confieso que, últimamente, desde que he entrado en el club de los octogenarios mesiento poco loado, así que me emocionan los loores que me llegan. Bueno, pues digo que los dioses me han complacido. Tomás Cuesta acaba de atribuir nada menos que a Antonio Machado esos versos que dicen: Se diga lo que se diga, qué bonito es un entierro, con sus caballitos blancos, con sus caballitos negros, con su cajita de pino con su muertecito dentro Tomás Cuesta escribe las dos veces caballito en vez de caballitos y se inventa el singular del posesivo. Lo inventa de verdad, y no como Anson, que dijo que me había inventado yo el posesivo de San Juan de la Cruz. Miau. Pero es que, además, lo atribuye, ¡bendito sea San Cucufate! a don Antonio Machado. No sé de qué obra de Machado habrá sacado Cuesta esos versos del entierro bonito. Debo a Rafael de Penagos, fino poeta y pozo insondable de versos de todas las épocas, la información acerca del autor del poemilla. Lo escribió Mariano Povedano, periodista y poeta cachondo de los años de la posguerra. Povedano era un tipo singular, no sólo en el aspecto literario sino también en el aspecto físico. Cojeaba algo al caminar, torcía un poco los ojos, o sea, miraba contra el Gobierno, y además andaba bastante sordo, aunque de los sordos no hay que fiarse mucho, porque sólo oyen lo que quieren oír. Pero era un ser afectuoso y simpático que disfrutaba saludando a todo el mundo. Povedano entraba en las redacciones de los periódicos, en el parnaso de los poetas o en el café de los escritores saludando a porfía, sin distinción entre los más y los menos hambrientos. Manolito el Pollero le vio entrar así una tarde en el café, quizá en el Café Gijón, que es donde íbamos los plumíferos en aquel tiempo, y en una servilleta del Café escribió el siguiente epigrama: Renco, viroque y teniente, ahí viene dando la mano a todo bicho viviente Povedano Coño, colega, que de Povedano a Machado hay algún trecho. V UNA MANIFESTACIÓN HISTÓRICA ABRÁ entendido Rajoy el mensaje? Existen millones de españoles dispuestos a dar la cara por las ideas que defiende, si las defiende con rigor, sin tibieza, espantando el complejito que la derecha arrastra, como un penitente cargado de cilicios y cadenas, desde que fuera desalojada del poder. Existen millones de españoles dispuestos a tomar pacíficamente la calle, exasperados ante el aguachirle de patosería, sectarismo, engreimiento y sumisión al cambalache nacionalista auspiciado por la facción gobernante. A Zapatero lo guía un único y obsesivo propósito: escenificar el aislamiento de la facción opositora. En este afán aniquilador del adversario, no ha vacilado en pisar territorios minados y en desempolvar viejos problemas que España ya tenía resueltos: ha sometido a pública almoneda el concepto de nación, ha resucitado los fantasmas de la Guerra Civil, ha JUAN MANUEL promovido el odio antirreligioso, ha DE PRADA favorecido la revisión del Estado de las autonomías, ha hecho de la sociedad un laboratorio de experimentos abracadabrantes... En un último tirabuzón de risueña irresponsabilidad, olfateando la posibilidad de erigirse en el definitivo liquidador del terrorismo etarra, Zapatero no ha vacilado en forzar la ruptura de la única alianza que mantenía con la facción opositora; una alianza sin la cual no podría explicarse el actual estado de postración de la banda. Rajoy pudo entonces haberse achantado, ante la perspectiva de la larga travesía por el desierto que le aguardaba si Zapatero culminaba su maquiavélica maniobra (una maniobra, no nos engañemos, urdida para desbaratar a la derecha, antes que a ETA) Pero, en un acto de gallardía, Rajoy antepuso las convicciones a las conveniencias y defendió la memoria de las víctimas. La manifestación del sábado le ha demostrado que existe una porción nada exigua de españo- ¿H les prestos a movilizarse por las mismas convicciones que él se atrevió a proclamar paladinamente en la tribuna parlamentaria. Así, la manifestación del sábado se erige en hito histórico: simboliza el descubrimiento de la calle y de su apabullante fuerza persuasiva por parte de la derecha; simboliza también la posibilidad de combatir a la izquierda con sus mismas armas, en un territorio que creía indisputado y exclusivo; y simboliza, en fin, la recuperación anímica de la derecha, que hasta el sábado había vivido conflictivamente su propia identidad, atenazada por la sombra de un absurdo y ontológico complejo de culpa que le impedía vindicar, a pecho descubierto y sin melindrosas afonías, su existencia. En su estrategia de acceso al poder, la calle representa para la izquierda un papel medular; dicho papel adquirió un protagonismo paroxístico en fechas recientes, con manifestaciones que, más allá de la excusa de su convocatoria, postulaban la instauración de una nueva forma de democracia, que primase el fragor popular sobre la aritmética parlamentaria. En esta estrategia de calentamiento social, la izquierda ni siquiera desdeñó el energumenismo: algaradas, asaltos a sedes de la facción entonces gobernantes, agresiones e insultos, etcétera. En la manifestación del sábado, intachablemente cívica, no hicieron falta estos recursos traumáticos: bastó la limpia, sosegada, ejemplar expresión de un anhelo colectivo. Millones de españoles hallaron por fin una causa digna para vindicar la dignidad que hasta el sábado les había sido negada. Con la manifestación del sábado, la derecha española por fin ha conquistado la calle; y, para las semanas sucesivas, se anuncian nuevas manifestaciones que deberían servirle para ahondar esta vía recién descubierta. Al adversario hay que darle su propia medicina: sólo así se alcanzará la plena normalización democrática; sólo así la derecha podrá sacudirse para siempre el complejito y disputar el poder en igualdad de condiciones. ¿Habrá entendido Rajoy el mensaje?

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