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ABC MADRID 17-05-2005 página 6
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ABC MADRID 17-05-2005 página 6

  • EdiciónABC, MADRID
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6 Opinión MARTES 17 5 2005 ABC AD LIBITUM TRIBUNA ABIERTA JOSÉ JUAN TOHARIA PRESIDENTE DE METROSCOPIA LA RUTA Y EL DESTINO UAN José Rosón, el sigiloso y eficaz ministro del Interior de Adolfo Suárez, fue la primera autoridad de un Gobierno democrático español en hablar, o negociar, con ETA. Sus conversaciones con Juan Mari Bandrés dieron el fruto de la escisión de la facción político- militar de la banda con la recuperación para la causa constitucional de algunos nombres hoy absolutamente respetables y generalizadamente respetados. Desde entonces todos los jefes de Gobierno que se han sucedido, con más o con menos garbo, han hablado con la banda terrorista empujados por la saludable intención de buscar el final de una espiral de violencia que nos aflige a todos. Incluso José MaM. MARTÍN ría Aznar, ahora tan enFERRAND rabietado ante la hipótesis de una nueva intentona negociadora, envió a Suiza, en 1998 y para encontrarse con Mikel Antza, a tres de sus hombres de máxima confianza: Javier Zarzalejos, Pedro Arriola y Ricardo Martí Fluxá. Hoy, por cuenta de la renovada intención negociadora de José Luis Rodríguez Zapatero, el Congreso de los Diputados vivirá una jornada de tensión. Mariano Rajoy, enriscado en los últimos sermones de Aznar sobre el particular, contradictorios en su música actual con la letra de hace siete años, ya ha dicho que la iniciativa gubernamental supone la rendición del Parlamento al grupo terrorista. Sobre tan pétreo argumento será difícil el entendimiento o, por lo menos, el acortamiento de distancias. La escala del gris tiene sus límites en el blanco y en el negro. Hablar con ETA, que suele aprovechar todas sus treguas para tomar resuello en sus horas bajas y retocar las perversas terminales de la organización, es peligroso; pero ¿puede renunciar a ello un Gobierno que aspira a la solución de los primeros problemas nacionales? Otra cosa es la información de la que, vía CNI o cualquier otra, disponga en estos momentos el presidente Zapatero, más dado en lo que le llevamos visto a los gestos y aspavientos que al rigor del dato y la sobriedad de la información. El líder, débil en su situación parlamentaria, se sostiene gracias al apoyo que recibe de su franquicia catalana y ésta, a su vez, sólo puede tenerse en pie con la ayuda de las restantes y muy exigentes patas de su Govern tripartito. No es raro que busque un éxito- -poco es mucho en relación con ETA- -que le permita adelantar las elecciones y, reconfortado con una mayoría, poder salir del callejón sin salida al que hoy le tienen condenado su pacto sobre el Estatut y, generalizando, los compromisos a los que le ha llevado el talante en sus aproximaciones a las fuerzas nacionalistas en Galicia, País Vasco y, especialmente, Cataluña. Incluso el PSC, con el liderazgo de Pasqual Maragall, bien secundado por José Montilla, es una fuerza nacionalista, según parece, superior a la socialista. Una cosa es el destino pretendido, y otra, distinta, la ruta elegida. J ESTADO DE BRONCA El autor interpreta los resultados de las últimas encuestas de opinión para concluir que la crispación que viene marcando la vida política española- -aunque negativa y muy arriesgada para la sociedad- -beneficia, en términos electorales, al PSOE y estanca al PP OS sondeos publicados tras el debate sobre el estado de la Nación indican que son claramente más numerosos los ciudadanos que creen que lo ganó el presidente Rodríguez Zapatero que quienes estiman que el ganador de la confrontación fue Rajoy. Quienes se inclinan por el líder popular (algo menos del 30 por ciento) representan, en líneas generales, un porcentaje equivalente al de sus votantes (sobre censo) en marzo de 2004. Rodríguez Zapatero, por su parte, es percibido como ganador por una proporción de españoles (del orden del 45 por ciento) que viene a ser similar en magnitud al voto, sobre censo, conseguido en aquella fecha electoral por el PSOE y todos los demás partidos, excluido el PP. La foto- finish del debate vendría así a sugerir el mantenimiento, en líneas generales, de los mismos alineamientos electorales cristalizados el 14- M. Sin duda son éstos datos interesantes, pero que hay que manejar con cautela. No estamos en período electoral y, por tanto, toda interpretación de los mismos que intente atribuirles la condición de predisposiciones electorales definidas y cristalizadas sería abusiva. Revelan un determinado estado del ánimo colectivo en un momento concreto, nada más. Pero también nada menos: nos indican por dónde discurre, aquí y ahora, el pulso social, y en ese sentido constituyen un síntoma que no cabe ignorar. Especialmente si, como es el caso, parecen coincidir con otros síntomas obtenidos en otras auscultaciones de la realidad social. L El barómetro de primavera ABC- Metroscopia, publicado en estas páginas el pasado día 9, analizaba la intención declarada de voto de los españoles para unas hipotéticas elecciones que se celebrasen ahora. Un 35,2 por ciento de los entrevistados indicó que votaría al PSOE, frente a un 22,3 por ciento que dijo que lo haría por el PP. En marzo de 2004, los porcentajes de voto (sobre censo) reales fueron, respectivamente, 31,9 por ciento y 28,2 por ciento, lo que parecería indicar que la diferencia entre PSOE y PP ha pasado de los 3,7 puntos de hace poco más de un año a los casi 13 actuales. Evidentemente, no es así y estamos tan sólo ante un efecto óptico, bien conocido por los analistas demoscópicos, y que viene propiciado por la distinta predisposición de los diferentes electorados a explicitar sus preferencias y comportamientos electorales. En realidad, si los datos de intención de voto obtenidos por el barómetro ABC- Metroscopia fuesen sometidos al mismo tipo de tratamiento que reciben los datos de encuestas electorales, las estimaciones de voto probable para cada uno de estos dos partidos presentarían una diferencia de 4,9 puntos (siempre sobre censo) La diferencia real el 14- M fue de 3,8 puntos. En otras palabras, lo que el barómetro vendría a sugerir es la existencia en el momento actual en nuestra sociedad de un estado de opinión cuya traducción electoral apuntaría hacia un básico mantenimiento de posiciones con tendencia a una ligera mayor ventaja socialista. Y esto es lo que, verosímilmente, cabe intuir también tras las

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