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ABC MADRID 27-04-2005 página 63
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC MIÉRCOLES 27 4 2005 Cultura EN LA MUERTE DE AUGUSTO ROA BASTOS 63 EN CHOGUÍ SE CONVIRTIÓ FERNANDO IWASAKI H Castro y Roa Bastos, a su llegada a Cuba desde Paraguay en el verano de 2003 REUTERS si el legado de García Márquez o los juegos estructurales de Carlos Fuentes y el repaso joyciano de Cabrera Infante dejasen sólo a un Vargas Llosa la responsabilidad de cargar a cuestas con la tradición que arrancaba de Flaubert. Roa Bastos, sin embargo, fue con toda probabilidad el que con mayor énfasis se apropió de aquel concepto de novela global del boom que pretendía dotar a la narrativa latinoamericana de grandes frescos históricos a la manera de Tolstoi, pensando por primera vez en el continente americano de habla española en volver a pensar el significado de la historia. En 1960, Roa Bastos publica Hijo del hombre novela que le dio justa fama y que abarcaba cien años de la historia del Paraguay, desde mediados del siglo XIX a la guerra del Chaco, cuando se instauró la dictadura terrible que padeció ese país y que hizo de él un caso marginal en el devenir de Latinoamérica. Las consecuencias fueron terribles y Roa Bastos hizo de aquellos años de la guerra del Chaco casi el leit motiv de gran parte de su obra. Luego vinieron otras, Madera quemada sobre todo, y Moriencia donde se da cuenta de la miseria moral y social de su país. Todo se confabulaba, quiero decir la historia, para que Roa Bastos indagase casi en un tema que le obsesionaba porque era el del destino de la población paraguaya, y lo cierto es que nunca dejó de incidir con persistencia casi monacal en ese destino. Tengo para mí que su obra cumbre, o la que mayor fama le ha dado, Yo, el supremo que publicó en el año 1974, es la culminación de ese proceso y aquí Roa Bastos, como en un juego que tiene mucho de rizo y de bucle irónico, se pliega como guante de seda a otra de las grandes obsesiones del boom la de hacer una novela sobre dictadores, en este caso la del decimonónico doctor Francia. Esta temática ha sido la piedra de toque, subjetiva, de todo escritor latinoamericano que se preciara. García Márquez tuvo su momento con ese patriarca otoñal que creó también en la década de los setenta, y Vargas Llosa esperó hasta antes de ayer, como se dice, para deleitarnos con su La Fiesta del Chivo pero el mérito hay que apuntárselo a Roa Bastos, ese pequeño, de estatura, y encorvado escritor paraguayo que acaba de morir en su país de origen, aunque fuera también ciudadano español desde 1983, país donde obtuvo el premio Cervantes en 1989. ace unos seis meses, durante el III Congreso de la Lengua celebrado en Rosario, Ernesto Sábato me comentó su inquietud por el escritor Augusto Roa Bastos, cuya salud y soledad le preocupaban. Hace tres días, aquí mismo en Sevilla, Elvira González Fraga- -escudera de Ernesto y directora de la Fundación Sábato- -volvió a hablarme de Roa Bastos, de su caída, de su entorno, de su soledad. Ahora que sé que los peores temores de Sábato se han cumplido, aquellas conversaciones premonitorias han reverberado en mi memoria como relámpagos negros. Comoen los casosde Onettio Carpentier, la obrade Augusto Roa Bastos pudo apreciarse mejor tras el interés que despertaron los autores del boom acaso los primeros en ponderar el valor de los maestros mayores de la literatura hispanoamericana, apenas leídos en sus respectivospaísesy más bien desconocidos en España. Roa Bastos ni siquiera tuvo el reconocimiento de sus paisanos, pues por culpa de las dictaduras tuvo que exiliarse. En Buenos Aires Roa Bastos desempeñó los oficios más inverosímiles, desde botones de hotel hasta operario de una tintorería, pasando por cartero, corrector de pruebas, maestro de escuela y guionista. En esas condiciones escribió los libros de relatos El trueno entre las hojas El baldío y Cuerpo presente aunque sus libros más reconocidos fueron las novelas Hijo de hombre y Yo, el Supremo implacables alegatos contra el poder omnímodo de los tiranos, que le depararon exilios y persecuciones. Hombre discreto, austero y deltodo ajeno a las vanidades mundanas, llevó una vida reservada durante sus últimos años, como si hubiera regresado a Manorá la apócrifa Iturbe de sus narraciones y que en guaraní significa lugar paramorir Su mundo literario no tenía la magia de García Márquez, ni los juegos verbales de Cabrera Infante, ni la compleja técnica narrativade Vargas Llosa, pero era riquísimo en reflexiones metafísicas y en representaciones simbólicas que iluminaban las penumbras y ambigüedades de la realidad. Poeta popular en su juventud, muchas de sus poesías enriquecieron el cancionero paraguayo, como ha ocurrido con los poemas de Martí en Cuba o de los Machado en Andalucía. Por eso escribo estas líneas al conjuro de los arpegios de un arpa paraguaya, porque quiero pensar que en sus horas finales Augusto Roa Bastos convocó los mitos guaraníes que poblaron su infancia, y que arrullado por aquellas melodías nunca murió, porque en choguí se convirtió.

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