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ABC MADRID 27-03-2005 página 64
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  • EdiciónABC, MADRID
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64 Cultura DOMINGO 27 3 2005 ABC Retrato de Napoleón en Fontainebleau Imagen actual del Palacio napoleónico en San Martino, en pleno bosque de Elba Puertas de madera reseca, plantas invadidas por las malas hierbas, parterres desbordados; cactus asaeteados por cicatrices: nombres y corazones heridos... ABC recorre lo que fue el obligado retiro del emperador corso, hoy isla machacada de abandono Elba, memoria oxidada de Napoleón TEXTO Y FOTOS: SERGI DORIA ELBA. Napoleón vivió en Elba del 5 de mayo de 1814 al 26 de febrero de 1815. 300 días. En la plaza Portoferraio, una lápida ennegrecida lo celebra: Napoleón el Grande completó en él la unidad de una Elba dividida... Cuesta leerlo: hace tiempo que no se limpia el mármol. Aquel mayo de 1814 en la iglesia de Portoferraio se cantó un Te Deum. El Águila planeó los postreros Cien Días de poder. Luego, Santa Elena y la muerte. Elba conserva intacta su belleza. Casas de techo rojo. Nada de edificios colmena. Urbanización controlada. Esto no es Marbella, aunque atraiga a Bill Gates; ni Benidorm, aunque haya jubilados de lujo. En la isla existen dos prisiones, una de ellas de máxima seguridad. A veces, en el Ferry de Piombino viajan reclusos en régimen abierto. Los pescadores acarrean bandejas de plástico con pulpos grisáceos. La isla se enorgullece de los vinos toscanos. Un letrero anuncia la Strada del Vino en la era del alcoholímetro. Hay huellas españolas. Portoferraio se llamó Cosmópoli en tiempos de Carlos V; hoy el topónimo bautiza una agencia inmobiliaria. Pinos en el horizonte violeta. Cipreses y viñedos. Podríamos rodar una película sobre Bonaparte sin elementos que truncaran la representación. El visitante no puede evitar la ligazón ElbaNapoleón. Si alguien ha inspirado has- ta la caricatura de la enajenación es el corso. Pero su huella en la isla está machacada de abandono. No sabemos si le importaría al corso. Cuando arribó a la isla ya planeaba largarse. Estaba demasiado cerca de la cuna de su ambición. Manifestó su hiperactividad desde un trono improvisado. A las cinco de la mañana, con medias de seda y zapatos de hebillas, presidía los trabajos de sus albañiles cuenta Chateaubriand en las Memorias de Ultratumba Tuvo dos residencias: Portoferraio, frente al mar, y San Martino, en el bosque. En la Palazzina Napoleonica dei Mulini, los niños corretean en bici, como una película neorrealista; en la persiana verde asoma una mamma y de los tendederos no cuelgan medias de seda, sino calcetines deportivos. Cuando Napoleón subía al cerro que domina Portoferraio, añade Chateaubriand, a la vista del mar que se extendía por todas partes al pie de los acantilados, se le escaparon estas palabras: ¡Diablos! ¡Hay que reconocer que mi isla es muy pequeña! En unas pocas horas, visitó su dominio; quiso anexionarle un peñasco llamado Pianosa. Europa va a acusarme- -dijo entre risas- -de haber hecho ya una conquista... Balas de cañón ferruginosas descansan en la puerta oxidada del palacete napoleónico. Una anciana con bata sa- La humedad y el abandono cercan los símbolos y estatuas que Napoleón dejó en la isla luda y un hombre con anorak nos indica el recorrido. En la biblioteca que Bonaparte se trajo de Fontainebleau sobresale el Moniteur Universel órgano que jaleó su ascensión. En Elba, Napoleón tenía una corte pequeña, pero conservaba la voracidad aguileña: He hecho todos los cálculos, la fatalidad hará el resto le dijo a Benjamin Constant, el 10 de abril de 1815. Un vistazo a los volúmenes polvorientos encuadernados en piel granate y con la N en el lomo nos lleva por las Vidas de los hombres ilustres el Quijote, Gil Blas, Boileau y un Manual del librero que denota pasión. Imaginamos al corso recostando un Moniteur en el atril con el águila imperial dorada mientras repite las admiraciones que concitó: Este compendio del mundo (Goethe) la mejor encarnación de la fuerza de voluntad humana (Schopenahuer) el espíritu del mundo (Hegel) Junto al lecho italianizante del primer Ochocientos, las mesitas de noche tienen forma de columna. Cubierta y cortinajes de color celeste; tal vez fueron de un azul intenso como el Tirreno, pero el tiempo y la humedad lo han desteñido. Desde el Gran Salón de Fiestas se divisa el jardín della Palazzina y el canal de Piombino. Dos bustos se miran: Napoleón y Paulina Borghese. En las paredes, cuadros mal colgados con graba-

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