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ABC MADRID 21-03-2005 página 7
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ABC MADRID 21-03-2005 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES 21 3 2005 Opinión 7 JAIME CAMPMANY Esperemos que nadie entre al trapo de volver a las andadas. Han ganado en las urnas. No necesitan ganar también la batalla del Ebro DIVIDE Y VENCERÁS O parece sino que el Gobierno (el socialismo de Zapatero, o sea) ande dedicado desde su ascenso al poder a guizgar y aguijar a la derecha para incitarla a que adopte posiciones extremas. Desde que formó gobierno el presidente ferroviario (Umbral dixit) ese estratega de caseta que es Alfredo Pérez Rubalcaba, iluminado por una idea de bombilla de tebeo, habrá aconsejado socorrerse de la vieja táctica del divide y vencerás En realidad, el Gobierno de Zapatero está en tenguerengue, apoyado en socios indeseables y conflictivos, y puede hacer pim- pum en cualquier momento y estallar como un triquitraque. La división o radicalización furiosa de la derecha sería muy útil para alejar durante algunas legislaturas el peligro de otro triunfo del PP, de la derecha sin radicalismos, eso que se viene llamando, con más o menos fortuna, centro- derecha. Los socialistas serían felices si el Partido Popular se convirtiera en una derecha radical, extremosa y extremista, o mejor aún, si a la derecha de la derecha naciera un partido de extrema derecha, precisamente ahora en que el comunismo ha adelgazado tanto que se ha quedado anoréxico, en los huesos y el pellejo, o sea, Frutos y Llamazares. La división de la derecha supondría casi la garantía electoral de que esa ideología quedara condenada largamente a habitar en la oposición. Se trata, creo yo, de un juego peligroso. El daño que produciría una política de provocación a la derecha no sólo alcanzaría al partido de la derecha, sino a España misma y al fin y cabo a la misma izquierda. ¿A qué vienen, si no, toda esa cadena de señales extemporáneas, de resurrecciones fantasmales del pasado, de provocaciones absurdas, de miradas atrás con ira, de querer imposibles? Porque imposible es volver el tiempo y borrar los hechos, enterrar la Historia. Dicho en endecasílabos se expresaría así: Que lo que sucedió no haya pasado, cosa que al mismo Dios es imposible... Porque, como decía ayer un humorista, parece que los sociatas estén diciéndose hoy, en el quinto año del siglo XXI: Ahora sólo nos queda ganar la batalla del Ebro ¿A qué viene esa pelea con la Iglesia? ¿A qué viene esa constante acusación de fascismo a todo lo que no es izquierda? ¿A qué viene recurrir una vez y otra a la revolución callejera? ¿A qué viene tanta concesión a los separatismos y a los separatistas? ¿A qué viene descabalgar viejos dictadores de bronce mientras se abraza a los actuales déspotas de carne, hueso y hasta de uniforme? ¿A qué viene la exclusión desdeñosa desde el Gobierno de cualquier acuerdo de Estado? Los socialistas se han empeñado en seguir una política mezquina que pretende sobre todo chinchar y mortificar a la oposición. No sé si podrán conseguir ese objetivo señalado por el estratega Rubalcaba. No sé si aparecerá por ahí un grupo de españoles que, escocidos y apaleados por tanta y tan peligrosa provocación, se sitúen en un extremismo también peligroso. Esperemos que no, y que nadie de la derecha entre al trapo socialista de intentar volver a las andadas. Ya han ganado en las urnas. No es necesario que intenten ganar esta vez la batalla del Ebro. N JUAN MANUEL DE PRADA Esta banalización risueña de la muerte, convertida en expresión de un capricho soberano o en metáfora fresquísima de la libertad, ya ha empezado a causar estragos. En unos años, los cementerios se llenarán de fashion victims LA MUERTE COMO TENDENCIA ROMEABA Rosa Belmonte en uno de sus descacharrantes artículos sobre la remoción de la estatua de Franco, aventurando que quizá en un futuro más o menos próximo las esculturas ecuestres podrían convertirse en tendencia Bajo la apariencia absurda de la boutade, Rosa Belmonte acertaba a designar una de las características de nuestra época, cierto mimetismo freak al que cada vez son permeables más y más personas. Auspiciadas desde los medios, las expresiones de este mimetismo abarcan las formas más variopintas: la acuñación verbal raro, raro, raro o un poquito de por favor la moda indumentaria (el rosario usado a guisa de collar) la pura oligofrenia onomástica (la manía de bautizar a las niñas con una falta de ortografía, según el modelo principesco) En este auge del mimetismo freak se confabulan cierto encumbramiento desinhibido de la horterada como signo de identidad social, cierta veneración de las novedades más inanes, cierta propensión a mitigar nuestra insignificancia a través de signos visibles consagrados por la moda. En el fondo de este mimetismo freak subyace, naturalmente, cierto complejo de inferioridad; pero no un complejo atribulado ni cohibido, sino por el contrario orgulloso de su condición, engreído y vociferante. En sus manifestaciones más inofensivas, este mimetismo freak adquiere el prestigio- -ínfimo si se quiere, pero muy resultón- -de lo chocante; incluso lo miramos con cierta simpatía o fascinación, pues al hombre siempre le ha producido alivio comprobar que sus semejantes chapotean en la misma charca de vulgaridad gregaria en la que él mismo se refocila. Otras veces este mimetismo freak infringe los límites más o menos aceptados de la banalidad, para incursionar en territorios más peligrosos. Es aquí donde se impone una reflexión algo más honda sobre un fenó- B meno que puede llegar a tener connotaciones trágicas. En Lober de Aliste, un pueblecito de Zamora, la intervención policial ha frustrado el suicidio de tres jóvenes sin otro vínculo que el entablado a través de internet. El método que habían elegido para cumplir su designio fúnebre- -inhalación de monóxido de carbono- así como su planificación, iniciada a través de contactos on line, nos permiten afirmar que los jóvenes estaban imitando los suicidios colectivos que en los últimos meses se han perpetrado en el bosque de Aokigahara, en Japón. Suicidios muy litúrgicamente premeditados, en los que los suicidas no se conocían entre sí, más allá de los correos electrónicos que se habían intercambiado para resolver las cuestiones logísticas e infundirse ánimos. No entraremos a valorar aquí los motivos que han impulsado a estos jóvenes a intentar quitarse la vida. Juzgar una decisión tan extrema nunca está al alcance de quien la contempla desde fuera, incapaz de zambullirse en el amasijo de angustia y aturullamiento que ofusca al suicida. Más apropiada es la valoración del método que estos jóvenes habían elegido para infringir el último tabú. Resulta evidente que, en su imitación del modelo japonés, estos suicidas frustrados estaban afirmando su voluntad de adherirse a una tendencia Llegados a este punto, deberíamos preguntarnos si a través de ciertas formas de propaganda mediática no se está empezando a fomentar la muerte como un concepto estéticamente atractivo- -una escapatoria frente a la insoportable levedad del ser- iluminado por las lámparas tontorronas y multicolores de la moda. Esta banalización risueña de la muerte, convertida en expresión de un capricho soberano o en metáfora fresquísima de la libertad, ya ha empezado a causar estragos. En unos años, los cementerios se llenarán de fashion victims.

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