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ABC MADRID 17-01-2005 página 7
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ABC MADRID 17-01-2005 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES 17 1 2005 Opinión 7 JAIME CAMPMANY Tengo dicho que Ibarreche es razonablemente listo y muy trabajador, pero que no es español. Añado ahora que es tramposo EL LENDAKARI E JUAN MANUEL DE PRADA Para mí que Bono es uno de esos políticos que, por mantener viva la llama de la popularidad, no vacila en poner una vela a Dios y otra al diablo; en política, a este frenesí votivo se le denomina demagogia LA ESPAÑA DE BONO AS encuestas oficiales coinciden machaconamente en señalar a Bono como el político más apreciado por los españoles; en esta consideración influyen, sin duda, las apelaciones patrióticas con que el ministro gusta de sazonar sus intervenciones públicas, así como su constante vindicación de los principios constitucionales. Ayer publicaba Bono en este periódico un artículo que abundaba en la apología de esa España que nos garantiza la igualdad de oportunidades y denunciaba la artificialidad de las reivindicaciones identitarias que tienen poco que ver con las preocupaciones cotidianas de la inmensa mayoría de los españoles Con ese olfato que siempre ha caracterizado su acción política, Bono proclamaba que había aprendido a beber de la igualdad y de la solidaridad que brota a borbotones de la Constitución y del manantial de las Autonomías En apenas un par de líneas, el ministro introducía cuatro palabras de intención metafórica- -beber, brotar, borbotones, manantial- -que comparten una transparente adscripción semántica. Mientras leía su artículo, me pregunté si esta notoria alegoría acuática no sería en realidad expresión de un acto fallido; pues, paradójicamente, mientras el ministro Bono elige el agua como símbolo de un patriotismo solidario, su delfín Barreda la enarbola como empobrecedora y aldeana afirmación de la patria chica -cito una expresión que el propio Bono utiliza en su artículo- reclamando la paralización del trasvase Tajo- Segura. No era la única ni la más gruesa contradicción latente que transpiraba el artículo de Bono, peligrosamente decantado hacia una retórica huera que uno no sabe si atribuir a la incomodidad del político que, por no agraviar al Gobierno al que pertenece, se instala en el ámbito de los pronunciamientos campanudos o a la más pura y cínica tunantería. Si, como predica L Bono, un español no tiene que pedir perdón por proclamar su pertenencia a una España solidaria e incluyente ¿por qué el Ministerio que preside ha ordenado la retirada de la inscripción A España servir hasta morir que presidía la academia de suboficiales de Lérida? ¿O es que esa España que custodia- -cito de nuevo el artículo de Bono- los valores colectivos que nos hacen sentirnos históricamente juntos y voluntariamente dispuestos a trabajar en un proyecto común no merece un servicio tan exigente y valeroso? Convendría que Bono abandonase por un momento la cómoda poltrona de los pronunciamientos retóricos y nos explicara sus flagrantes contradicciones; de lo contrario, acabaremos por considerarlo uno de esos apátridas funcionales a los que execra, quienes, para dar gusto a arbitristas de ocasión dicen una cosa y hacen la contraria. En otro pasaje inefable de su artículo, Bono se preguntaba: ¿No serán la vivienda, el empleo, la educación de nuestros hijos, la salud, la calidad de vida, la felicidad... las verdaderas inquietudes de los españoles? No descenderemos a enjuiciar aquí esa mezcolanza de vindicaciones pragmáticas y entelequias más o menos quiméricas que Bono enumera caóticamente ¡esa apelación a la felicidad! pero sorprende que nuestro ministro, arrastrado por su propia logomaquia, no recuerde que ha sido su propio partido quien ha contribuido a anteponer estas reivindicaciones artificiales a las preocupaciones cotidianas de los españoles, en su afán por dar gusto a esos arbitristas de ocasión en quienes ha buscado apoyos parlamentarios o pactos de gobierno. Para mí que Bono es uno de esos políticos que, por mantener viva la llama de la popularidad, no vacila en poner una vela a Dios y otra al diablo; en política, a este frenesí votivo se le denomina demagogia. STE lendakari que padecemos los españoles, empezando por los vascos (vascos y vascas, faltaba más) don Juan José Ibarreche Markuartu, es un político tramposo. Muchos políticos lo son, ya lo sé, pero él es reincidente, o mejor dicho, habitual. Cuando afirma en respuesta a Zapatero que mientras él sea lendakari, la voluntad de la sociedad vasca no será sustituida por la del PSOE y el PP tiende una trampa dialéctica adrede, porque sabe que está enfrentando cosas heterogéneas, dos voluntades de diversa naturaleza. No se puede decir que la voluntad de la sociedad vasca se enfrenta a la de dos partidos políticos, sino en todo caso a la voluntad de la sociedad española. Una y otra voluntad salen de la confrontación democrática de las ideas políticas y del debate entre los partidos. Pero es que, además, lo que está intentando el lendakari tramposo y político fullero es sustituir la voluntad de la sociedad española, que incluye la vasca, con la voluntad de los partidos nacionalistas, capitaneados y formados sobre todo por el Partido Nacionalista Vasco, es decir, por la opinión parcial y partidaria de don Juan José Ibarreche Markuartu. Y si el lendakari quiere referirse a la voluntad, acordada o separada, de los dos grandes partidos nacionales, PSOE y PP, debe confrontarla, en honrada dialéctica, con la voluntad del PNV y sus aliados. Claro está que eso no lo hace el señor Ibarreche Markuartu porque en cualquiera de los dos casos, su voluntad se queda pequeña, y como es él quien la echa a pelear con voluntades más amplias y más fuertes, no será desdén afirmar que su voluntad se le queda hecha una birria. Las voluntades políticas, sumadas, del PSOE y del PP representan el ochenta por ciento, voluntad más o voluntad menos, de todo el pueblo español, mientras que la voluntad del PNV, sumada a la de sus aliados, incluyendo el brazo político etarra, apenas alcanza al cincuenta por ciento de la sociedad vasca. En esas condiciones, lo único que le cabe al señor Ibarreche Markuartu es acogerse al beneficio democrático del respeto a la minoría. Naturalmente, ese respeto no incluye la imposición de los menos sobre los más. Y es que el lendakari pretende que la voluntad chica se coma a la grande. No sé si Ibarreche será pescador, pero estoy seguro de que conoce perfectamente la imposibilidad de que la anchoa se trague a la merluza. El empecinado empeño del lendakari es elevar la opinión propia y la de su propio partido a opinión común de la sociedad vasca. Pero resulta que esa voluntad nacionalista radical ni siquiera es mayoritaria entre los vascos y vascas, y a este respecto son claramente iluminadores los resultados de los sondeos de opinión que se han realizado en el País Vasco a propósito del tan traído y llevado plan Ibarreche. El lendakari tiene perfecto derecho a no sentirse español a pesar de ser presidente de una Comunidad española, pero está claro que no va a lograr llevarse esa Comunidad fuera de España, ni tampoco fuera de la voluntad soberana de todo el pueblo español, entero y verdadero. Tengo dicho que Ibarreche es listo y trabajador, pero que no es español. Añado ahora que es tramposo.

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