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ABC MADRID 31-03-2004 página 58
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ABC MADRID 31-03-2004 página 58

  • EdiciónABC, MADRID
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58 Tribuna MIÉRCOLES 31 3 2004 ABC E L extremismo ha parecido atractivo durante mucho tiempo. Quiero decir el extremismo en cuanto tal, en una pluralidad de posibilidades que resultaban prestigiosas. No es fácil percibir el cambio producido en los últimos tiempos, porque es bastante sutil y nada espectacular. Desde hace algún tiempo se ha producido ese cambio que puede tener largas consecuencias. Se ha ido cayendo en la cuenta de la injustificación de las posiciones extremas, de lo desmesurado como tal. Ante el extremista, la reacción espontánea, tácita, que no llega a formularse, sería esta: ¿qué le pasa a este hombre? Las posiciones extremas parecen exageradas, un poco ridículas. Se ha ido abriendo paso en la conciencia habitual la existencia de una amplia zona de coincidencia en la consideración de las cuestiones importantes, lo que implica diversidad de matices pero excluye casi enteramente los enfrentamientos, las contradicciones abruptas, lo inconciliable. El ser viejo tiene alguna ventaja; por ejemplo el recordar con vivacidad y precisión cómo se solían ver las cosas en el cuarto decenio del siglo XX. A la visión en blanco y negro ha ido sustituyendo una más matizada, si se prefiere, tornasolada. Nuestra reacción sincera a lo que era habitual (los enfrentamientos, las contraposiciones abruptas, lo inconciliable) es más bien una sorpresa ante tanta exageración. Tenemos la impresión de que se trata de algo extemporáneo, una supervivencia de formas de ver las cosas que no responden a la visión real y actual de ellas, que son arcaísmos, viejos usos, tal vez manías que vienen no se sabe de dónde. Si se repasan declaraciones recientes de algunas personas o grupos, en nombre de las cuales se toman posiciones beligerantes, no se puede evitar la impre- EXTREMISMO ARCAÍSMO JULIÁN MARÍAS de la Real Academia Española Conviene recordar que la realidad va más allá de lo que se espera sión de que está volviendo algo que es impropio de nuestro tiempo. El aspecto positivo de esta situación es el descubrimiento de amplias zonas de coincidencia en la realidad, a las cuales deben corresponder planteamientos con un gran fondo común. La polaridad es abstracta; hay que tener presente que entre los polos se extiende una inmensa zona de territorio por el que se puede circular y que es habitable. Al transitar por esa extensa superficie se permanece en tierra firme, en un espacio que se puede recorrer y que descubre su riqueza y variedad, aprovechable en todo caso, en que se puede vivir civilizadamente. Este descubrimiento es un enorme enriquecimiento. Los extremos son únicamente eso, extremos; entre ellos está la mayor porción de realidad. La tendencia, sin duda existente durante mucho tiempo, a instalarse en una posición particular y desechar las demás, no solo es un error sino un empobrecimiento voluntario: la renuncia a vastos territorios habitables, que en principio nos pertenecen, por los cuales podemos circular, de los que es posible tomar posesión. No cabe duda de que esta posición es mucho más justa, más concorde con lo que las cosas son, más prometedora. Se está abriendo paso un espíritu de concordia que en la historia ha existido en ciertas ocasiones y así ha corregido los extremismos excluyentes. Recuerdo lo que significó en el siglo XVIII el Padre Feijoo, su escasa disposición a acentuar los dilemas, como cuando se preguntaba: ¿español o francés? y contestaba: español y francés Las polémicas llovieron sobre la obra de Feijoo. Resulta curioso y divertido recordar ahora que Fernando VI las prohibió. Es el ejemplo químicamente puro de lo que se llamó despotismo ilustrado conservando ambos términos: fue un acto de despotismo encaminado a respetar el ambiente en que era posible la Ilustración. Si se hubieran extremado las polémicas no habría habido tiempo ni esfuerzo para otra cosa y se hubiera estorbado el mantenimiento y dilatación del espíritu ilustrado. Sería bueno explorar y descubrir las zonas de coincidencia o convergencia en nuestro tiempo. Se descubriría una zona común, un amplísimo territorio cuya extensión es incomparable con los puntos de fricción y discrepancia. Es más, se vería que esos puntos son zonas limitadas de un mundo habitable por el cual se puede circular sin tropiezos. Es alentador el descubrimiento de que la realidad entera nos pertenece en algún sentido. Habría que resucitar el estado de espíritu de los grandes exploradores del Renacimiento, que se lanzaron al descubrimiento de zonas cuya existencia ni siquiera se conocía. Es una lección perpetua el recuerdo de cómo se intentó simplemente llegar al Oriente navegando hacia Occidente, por un tremendo error en las dimensiones del mundo. El premio fue América, el enorme continente desconocido cuya existencia ni siquiera se sospechaba. Fue el gran obstáculo que impidió realizar aquel propósito ilusorio. Siempre me ha conmovido la significación de aquel ingente error de cálculo. De dicho error hay que conservar el espíritu de aventura, la imaginación, la esperanza de encontrar nuevas realidades, que a veces van incluso más allá de los deseos y las expectativas. En todos los órdenes, no solo en el geográfico, ya explorado exhaustivamente. Hay que confiar en la riqueza de la realidad, que solamente se ha empezado a descubrir, a medir, a tomar posesión de ella. Conviene recordar, como Hamlet, que la realidad va más allá de lo que se espera. Aun en nuestra época, frente a una creencia dominante y muy difundida, todavía no se ha hecho más que empezar. Esto parece claro y evidente cuando se trata del espacio; pero hay otras dimensiones de lo real, otros espacios mentales, en que es igualmente cierto y que son una invitación perpetua a seguir adelante. La cuestión es ver en qué direcciones hay que avanzar, hacia dónde hay que indagar. La atención se ha dirigido casi siempre hacia lo exterior y más lejano; no es menos incitante y esperanzadora la exploración de los territorios próximos, de los que se refieren a nosotros mismos. Esto se ha realizado admirablemente en nuestro tiempo. Gracias a Dios, la idea que el hombre corriente tiene de sí mismo es bastante acertada; no tanto cuando se deja dominar por vigencias extremadamente discutibles y arcaicas que lo cosifican. N este país de cuarenta millones de habitantes, cada semana muere al menos una mujer a manos de su compañero sentimental, o del que ha sido su compañero, o del que quiere seguir siendo su compañero cuando ella ya no lo desea. Durante el año 2003, setenta mujeres fueron asesinadas por ellos. Y el 2004 comenzó como había terminado el anterior, con una nueva muerte cuando apenas se habían apagado los ecos de las últimas campanadas. En lo que va de año, siete novias para siete verdugos. Y quizá, desgraciadamente, cuando aparezcan estas líneas esa cifra habrá aumentado. Un estrépito de violencia que no calla y que no parece que vaya a detenerse: setenta mujeres que no supieron advertir el brillo de sangre que asomaba en las arras, que creyeron unirse a hombres que las protegerían de las amenazas de fuera, que las adorarían como a diosas, y un día reciben la primera bofetada en el rostro y se preguntan cómo es posible haber llegado a esa situación, cómo estuvieron tan ciegas para no ver que tras la brillante máscara del cortejo se escondía un tipo con poco parecido con el ser humano. Algunas veces, el hombre se mata después de haber matado, pretendiendo que su suicidio E SIETE NOVIAS PARA SIETE VERDUGOS EUGENIO FUENTES Escritor justifique y perdone su crimen. Un engaño obsceno. Y en todo caso, los suicidas son una minoría. Casi todos quieren seguir viviendo, y viviendo libres, machos y perpendiculares mientras las muertas lloran su muerte. ¿En qué instante un hombre piensa por primera vez en golpear a su pareja? Y ese pensamiento, ¿brota únicamente en los que creen que la mujer siempre debe servirse la comida después que el marido, siempre debe hablar cuando él ya ha hablado, siempre debe caminar varios pasos detrás, o acaso es algo que ya se ha incorporado de modo malsano a todos los de su género después de tantos siglos de uso y de dominio? Tan prolongada familiaridad con el bofetón y el derribo, ¿se ha inscrito ya en la sangre? Es difícil contestar a estas preguntas, pero, a tenor de la inutilidad de todas las medidas administrativas y judiciales para detener esta locura, podría pensarse en una respuesta pesimista. Nadie encuentra remedios eficaces contra esta plaga de la violencia doméstica ni antídoto contra la amargura de no sentirse querido, contra los celos, contra el despotismo, contra el afán de posesión. Y sin embargo, no puede dejar de intentarse emprendiendo de una vez por todas y de un modo global- -educativo, social, judicial- -una estrategia no sólo defensiva, también preventiva. No escribir en las campañas informativas: Hay dos millones de mujeres españolas que sufren malos tratos Escribir con mayúsculas: En España hay dos millones de hombres que son maltratadores Además, no basta señalarlos con el dedo. Es necesario incidir también sobre una conciencia social laxa o cómplice, sobre quienes apelando a lazos familiares o amistosos justifican sus acciones, o se divierten con un chiste cruel, o se dejan acunar por la dialéctica del verdugo, que a menudo resulta más brillante y capaz de embaucar que la de quien está sufriendo su apaleo. Por otro lado, como toda agresión doméstica tiende irremisiblemente a repetirse si no se hace algo que la frene y castigue desde el momento inmediatamente posterior a aquel en que se ha producido, es imprescindible que la ley los obligue a permanecer lejos. Porque estos violentos suelen elegir para matar las armas más primitivas: el palo, la piedra, el fuego, el cuchillo, la cuerda. También las propias manos. Armas que demoran la agonía y exigen cercanía y contacto para que a la víctima no le quepa ninguna duda de quién es su verdugo. Sin duda, el dolor y la decepción también forman parte de la historia sentimental de los hombres que no han encontrado en sus parejas aquello que se les prometió, que han sido engañados, explotados y despojados de sus hijos, a quienes no pueden ver con la frecuencia que desean. Pero esa decepción no justifica que se conviertan en salvajes.

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