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ABC MADRID 15-03-2004 página 7
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ABC MADRID 15-03-2004 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES 15 3 2004 Opinión 7 JAIME CAMPMANY Dicen que de las urnas salen a veces sapos y culebras. Para el PP, han salido dinosaurios. Y para el PSOE, el Hada madrina LA EXPLOSIÓN DE LAS URNAS L JUAN MANUEL DE PRADA Rajoy y sus asesores jugaron sus cartas equivocadamente, pretendiendo que las inercias del voto facilitaran unas elecciones de perfil bajo con porcentajes de participación más bien remolones y un electorado sesteante LA DEBACLE POPULAR N UNCA sabremos a ciencia cierta cuál habría sido el resultado de estas elecciones si no hubiese interferido la barbarie. Parece evidente que la mayor participación ciudadana se ha traducido en un severo voto de castigo a quienes hasta entonces dominaban con cierta holgura las encuestas. Pero antes de enjuiciar la repercusión de la matanza del pasado miércoles, deberíamos cuestionar la campaña desarrollada por el candidato Rajoy, a quien desde estas líneas ya habíamos reprochado su estrategia impropia de la rebatiña electoral, demasiado instalada en una sosería que algunos, piadosamente, confundieron con la moderación. Rajoy y sus asesores jugaron sus cartas equivocadamente, pretendiendo que las inercias del voto facilitaran unas elecciones de perfil bajo con porcentajes de participación más bien remolones y un electorado sesteante, cansinamente aferrado a la continuidad. La imagen que Rajoy trasladó a la ciudadanía siempre fue desaborida, por oposición a la de Zapatero, que supo poner vehemencia y entusiasmo allá donde su rival derivaba peligrosamente hacia el bostezo. Porque Rajoy- -y las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan perdonarán que cite un artículo mío de hace un mes- -actuó desde el principio como si la contienda no fuese con él, como si su territorio natural no fuese la palestra donde los candidatos dirimen sus diferencias, sino la tribuna desde la que el prócer otea el paisaje, con cierto desdeñoso distanciamiento, como subido en un pedestal, huidizo del barro en el que debe desarrollarse la disputa de los votos Luego ocurrió lo que todos sabemos. A la postre, pasó factura la intervención española en la guerra de Irak, cuando ya parecía que su eco se había extraviado en las nieblas de la desmemoria. Aquel error moral de Aznar se agrandó cuando quedó demostrado que la búsqueda de las armas de destrucción masiva de Sa- dam Huseim era, en realidad, una caza del gamusino; pero, como suele decirse, el voto de la gente suele dirimirse por razones más domésticas o apegadas a lo cotidiano, y la facción entonces gobernante pudo salvar en las pasadas elecciones municipales y autonómicas su entusiasmo belicista aportando un balance inequívocamente satisfactorio en cuestiones que la ciudadanía consideraba más perentorias: la lucha contra el terrorismo, la bonanza económica, etcétera. La hecatombe del pasado jueves, como no podía ser de otro modo, ha invertido este orden de preferencias: de repente, los avales de la facción gobernante se tornaron banales, prosaicos, incluso mezquinos. El dolor que anegaba al electorado exigía, más que nunca, un voto que siguiese los dictados del corazón; y ya se sabe que el corazón posee razones poderosas. Pero a la ineptitud de Rajoy como postulante electoral y al trastorno desgarrador introducido por la matanza del jueves debemos sumar un tercer ingrediente sin el cual no puede entenderse esta debacle de la facción popular. Me refiero, claro está, al castigo que los ciudadanos han propinado a la estrategia informativa desarrollada por el Gobierno durante los últimos días. Ignoro si el Gobierno ha mentido, a sabiendas de que estaba mintiendo; prefiero pensar que no haya incurrido en tal flaqueza. Sin embargo, no se puede negar que ha pretendido emboscar la verdad, o al menos, dilatar su alumbramiento, mediante subterfugios un tanto dudosos; el eslogan elegido para encabezar las manifestaciones del viernes- -tan extemporáneo en su apelación a la lealtad constitucional- -resume su error, que los ciudadanos han castigado con severidad, quizá con excesiva severidad incluso, pero ya se sabe que las razones del corazón son poderosas, sobre todo cuando se invocan en circunstancias tan lacerantes como las que actualmente atravesamos. AS urnas también han estallado. Porque esto que ha sucedido ayer no se puede definir como un vuelco. Ha sido una explosión. En las últimas horas ya se podía intuir un cambio muy apreciable en la tendencia de voto, pero no parece que nadie se atreviera a aventurar un cambio tan espectacular como se ha producido a la hora en que escribo estas líneas de urgencia, con más de un ochenta por ciento de votos escrutados. Es lógico pensar que los cambios hasta las cifras definitivas serán irrelevantes en el dibujo esencial del Parlamento, de difícil solución por otra parte. Estas elecciones han sidosin duda las más atípicasy anómalasde la historia de nuestra democracia. Pocos días antes de que los españoles nos acercáramos a las urnas, las ocas sagradas, o sea, los sondeos electorales señalaban que el Partido Popular se encontraba ocho o diez puntos por encima del Partido Socialista e instalado en una mayoría absoluta más o menos holgada. De ahí se ha pasado en veinticuatro horas a unas cifras que indican la pérdida clara de las elecciones por muchos votos y muchos escaños. La masacre del jueves 11- M ha destrozado también aquella mayoría absoluta que andaba sólo en la predicción de los sondeos. La campaña de la izquierda se apresuró a convertir el atentado y la incertidumbre de su autoría en un castigo de los islamitas de Al Qaeda por la actitud de nuestro Gobierno en la guerra de Iraq, y en un encono de su reproche del pueblo por lo que llamaban la sumisión de España ante Estados Unidos y el servilismo de Aznar ante Bush. En la grandiosa manifestación del viernes ya aparecieron pancartas alusivas al No a la guerra con el propósito indudable de convertir el rechazo al terrorismo en una continuación de aquellas manifestaciones en las que Zapatero y Llamazares llevaban, juntos, las pancartas. Al día siguiente, llegaron los acosos ante las sedes del Partido Popular, las algaradas donde prevalecían los gritos de Asesinos, asesinos y las manifestaciones de los líderes socialistas y comunistas, convocadas por organizaciones de la extrema radical desde los teléfonos celulares, que hicieron de la jornada de reflexión un tiempo para las acusaciones falsas y las concentraciones partidistas. Ni siquiera cesaron esas muestras de hostilidad cuando los líderes populares se acercaron a las urnas, y tanto Aznar como Rajoy tuvieron que votar bajo una descarga de insultos. Pero esto ya no es historia de urnas sino de tribus. En cambio, Zapatero mostraba la cara serena, amable y civilizada de unas elecciones ejemplares. No se puede negar que la estrategia podrá parecer cínica y detestable, pero ha sido eficaz. Enfrente, los socialistas han encontrado la seriedad responsable de un ministro del Interior que daba información constante acerca de la autoría del atentado mientras era tercamente acusado de todo lo contrario, y sobre todo una campaña plana y falta de cualquier entusiasmo. El PP se ha comportado en esta partida electoral como la ciudad alegre y confiada. Dicen que de las urnas, a veces, salen sapos y culebras. Para el PP, en este caso, han salido dragones y dinosaurios. Y para el Partido Socialista, el Hada madrina.

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