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ABC MADRID 21-08-2003 página 43
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ABC MADRID 21-08-2003 página 43

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC JUEVES 21 8 2003 Tribuna 43 CABA de morir la actriz Maruchi Fresno, a la que no veía desde hace bastantes años. Fuimos compañeros en mis remotísimos estudios de la Facultad de Ciencias, en 1931. Solía llegar un poco retrasada a la primera clase, y el profesor le decía: Señorita Gómez Pamo, le voy a regalar un despertador Era bonita, graciosa, y sus compañeros le teníamos admiración y cariño. La convencieron para hacer una película: Agua en el suelo Fuimos a verla con ilusión; la decepción fue inevitable: la habían convertido en una muchacha cursi. No lo era en modo alguno; la torpeza la transformó en algo bien distinto. Se llamaba María Gómez Pamo, pero usó el nombre de su padre, el caricaturista Fresno. Conservé una discontinua y distante amistad con ella; hacía mucho tiempo que no nos veíamos, pero su muerte me ha llevado a recordar mi remotísima juventud. Creo que no se logró una posibilidad de actriz que era evidente. Es triste considerar las posibilidades malogradas por falta de comprensión, por la reducción, por no atender a lo que era posible gracias a las dotes personales, pero se frustraba por falta de sensibilidad e imaginación. No sé por qué hablo en pretérito, porque esto sigue sucediendo y se podría hacer un largo catálogo de posibilidades humanas malogradas. En manos más perceptivas y hábiles, Maruchi Fresno hubiera podido llegar a ser una actriz interesante, mucho más considerada y llena de posibilidades. Tenía condiciones personales infrecuentes, que no se supieron aprovechar y dilatar. Hay tipos de actividad que son puramente personales, que dependen primariamente del que las realiza, de las que es casi enteramente dueño el sujeto; así, por ejemplo, el escritor. En cambio las trayectorias que dependen sustancialmente de un engranaje más o menos colectivo necesitan para su realización de los demás. Es un elemento que no se suele tener en cuenta para comprender y estimar las diver- A MARUCHI FRESNO JULIÁN MARÍAS de la Real Academia Española Conservé una discontinua y distante amistad con ella; hacía mucho tiempo que no nos veíamos, pero su muerte me ha llevado a recordar mi remotísima juventud sas trayectorias vitales. Cuando se recuerda a una persona conocida hace cosa de setenta años se evoca, junto a lo que fue lo que hubiera podido ser, aquello que virtualmente era posible. Esto lleva a reflexionar sobre el grado de independencia de cada vida. En la juventud se presentan varias posibilidades alternativas entre las cuales el sujeto tiene que elegir; pero no sólo él, sino en gran proporción su contorno, los demás, las circunstancias sociales e históricas en que esa vida se desenvuelve, los diversos grados de autenticidad y energía con que cada uno intenta ser quien se propone ser. El peso de la circunstancia es enorme, no digamos el que ha sido en épocas difíciles y azarosas como las que han vivido las personas de mi edad. Los más jóvenes han tenido en España un mundo mucho más fácil, menos opresor, con menos riesgos. Las dificultades, las tentaciones han sido incomparablemente menores. Los que hoy son relativamente jóvenes no tienen idea de las presiones, las tentaciones, los riesgos de las vidas anteriores en algunos decenios. Por eso es necesario, si se quiere entender algo humano, saber cuándo ha empezado cada persona a vivir desde sí misma, cómo ha tenido que aprovechar el espacio de libertad existente, evitar las falsificaciones, la inautenticidad. Las diferencias entre las diversas épocas históricas son enormes; si esto no se tiene en cuenta, no se entienden las vidas individuales. Pero en tiempos relativamente recientes, en la fracción de historia que hemos vivido los que ya no somos jóvenes, las diferencias son considerables. Pienso con frecuencia en las trayectorias iniciadas hacia 1930, en el repertorio de sus posibilidades, en los caminos abiertos o cerrados, en la probabilidad de acertar o desviarse. En épocas no tan distantes, que pertenecen todavía a la actualidad, se han producido cambios de un alcance que normalmente no se sospecha ni se mide. Hay una cuestión decisiva y que con frecuencia se pasa por alto: el momento en que se inician las trayectorias propiamente personales, aquellos años de los que efectivamente datan las vidas de cada uno de nosotros. Queda un aspecto en el que rara vez se fija la atención: la amplitud del horizonte de posibilidades vitales en cada momento. Se podría pensar que dentro de la misma época, por ejemplo en el recién terminado siglo XX, han sido aproximadamente las mismas. No hay tal: las posibilidades han ido presentando configuraciones bastantes distintas, con un margen de elección que hay que tener en cuenta para comprender. Entre la vocación personal y el repertorio de posibilidades existentes se realiza el contenido efectivo de cada vida. En la mayoría de los casos son las circunstancias las que modulan y condicionan las trayectorias; por eso muestran considerable semejanza las de cada lugar y tiempo. Pero hay la función de la vocación personal, de la desigual decisión de ser alguien determinado y concreto. El predominio de uno u otro factor será decisivo; y no se olvide que la vida es continuidad variable; quiero decir que a lo largo de los años se puede cambiar de actitud, se puede uno plegar a las presiones, renunciar a lo más propio o, por el contrario, afirmarse en esto e irse liberando en la manera de lo posible de lo que limita cada una de las múltiples trayectorias. Si se consideran épocas lejanas, no digamos si son remotas, no se puede entender ninguna vida individual si no se tiene en cuenta el marco de las posibilidades existentes y el esfuerzo que significaba la realización de cualquier vocación personal. Esta consideración, aunque atenuada, puede aplicarse a las vidas de una misma época, por ejemplo a la nuestra. Y si se mira bien, si se afina la visión, se descubre que las posibilidades van cambiando, probablemente con cada una de las generaciones. Sin olvidar que durante casi toda la historia ha habido que distinguir profundamente entre el varón y la mujer; el hecho decisivo de que la distancia se haya atenuado mucho en nuestro tiempo no debe llevarnos al inmenso error de proyectar esta situación sobre el pasado. N UESTROS padres griegos y romanos, que abordaron casi todas las cuestiones trascendentales de nuestra civilización, a menudo también se detenían en aspectos banales, casi domésticos. Así, en el libro II de las Metamorfosis (vs. 121- 123) aparece ya una referencia a las cremas de protección solar, cuando Ovidio cuenta el gesto de Febo, el padre de Faetón, antes de dejarle conducir los caballos del Sol: Entonces el padre untó el rostro de su hijo con una crema divina, haciéndole capaz de soportar el fuego abrasador Leo la cita con una agradable sorpresa mientras contemplo- -en la playa, desde la sombra de mi parasol- -a algunos bañistas que no leen a Ovidio con la espalda abrasada por el fuego de este brutal ferragosto. Cuando todo arde alrededor, al menos nos queda el mar incombustible, acogedor y abierto. Siempre ha sido la playa un apacible lugar de encuentros. Al regresar a ella cada julio, se busca con la mirada FUEGO Y PLAYA EUGENIO FUENTES Escritor Si los acantilados son la mejor grada para contemplar la naturaleza, las playas son el escenario propicio para el espectáculo de la condición humana a la mujer que el verano anterior estaba embarazada. Se siente alegría al reconocer a los mismos veraneantes de otras temporadas, cuyo aspecto un po- co más viejo nos hace preguntarnos por nuestro propio aspecto y nos recuerda lo efímeros que somos, y un poco de tristeza al comprobar que este año no ha venido la amable pareja de ancianos que desde hacía una década se sentaba en la terraza del hotel a cenar una breve tostada y una pieza de fruta. Si los acantilados son la mejor grada para contemplar el grandioso espectáculo de la naturaleza, las playas son el escenario propicio para el espectáculo de la condición humana. Detrás, el humo de los terribles incendios asciende por encima de las montañas y las llamas saltan como mandriles de un pino a otro y en su huida los zorros abrasados van extendiendo con su cola las chispas. Mientras se juntan en un solo paisaje los cuatro elementos fundamentales de los griegos- -tierra, fuego, aire y agua- al menos nos queda el consuelo de observar a una humanidad que se refresca semidesnuda ante nuestros ojos. Niños o ancianos, familias de orden rígido o jóvenes extranjeros que desayunan a las cinco de la tarde y que, al volver a sus países y acomodarse a sus horarios de estudios o trabajos tendrán que sufrir un jet lag tan intenso como si hubieran dado la vuelta al mundo, hoscos solitarios o hermosas adolescentes a quienes la sal endulza la piel... Todos somos al mismo tiempo modelos y espectadores, desde la mañana al atardecer, cuando, a medio mar, los pequeños barcos regresan a puerto con su cuota de gambas y sardinas y sobre la arena cae la sombra de las hojas de las palmeras sobre los últimos bañistas como una araña gigante sobre una desprevenida mariposa.

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