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ABC MADRID 28-07-2003 página 3
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ABC MADRID 28-07-2003 página 3

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ABC LUNES 28 7 2003 La Tercera UN POCO DE SILENCIO (POR FAVOR) E N Madrid coge uno un taxi y el taxista, por las buenas, le bombardea con su radio. Los últimos chismes políticos, los que pontifican, el fútbol y demás, la bolsa, los profesionales. ¡Tenemos que enterarnos de casi todo sobre las enfermedades del riñón, por ejemplo! Y menos mal si el taxista no se empeña en exigirnos que opinemos sobre el Irak igual que él. Uno, que va en sus cosas, sufre. ¿Por qué no hacen como en Barcelona, donde me dicen que el Ayuntamiento ha decretado que el taxista no pueda poner la radio sin pedir permiso al pasajero? Buen programa para Gallardón. La cuestión es que en España no se respeta el silencio. Yo he visto en un autobús italiano cómo hacían callar a los españoles que hablaban demasiado alto. ¿Y el griterío en ciertos restaurantes, excelentes por los demás, aquí en España? Y he ido a Delfos en una noche espléndida de luna llena y mis ilustres acompañantes ni la veían: me abrumaban con su erudición. Yo sólo quería silencio. Algo van mejorando las cosas. En el AVE y en los aviones y en ciertos coches de línea, si uno rechaza los auriculares, se ahorra la película. ¿Es que no se puede mirar el paisaje o pensar, sin más? Disculpen el exordio. Cuando llega uno a Madrid, con lo primero que se topa es con el estruendo de la calle. Una vez publiqué un artículo Señor alcalde, silencie esas sirenas (no las de Ulises, sino las que nos atruenan a nosotros) Pues ahí siguen las sirenas. Ambulancias, policía, bomberos... No sé cómo harán en otras partes, pero en las grandes ciudades que conozco en el mundo no he oído nada semejante. Sigue el programa para Gallardón. Pero ya cambio. Yo venía de Quíos, la isla griega. España es un país duro, lo resisto mal arriba de dos o tres meses. Salgo, luego vuelvo, por supuesto: es difícil pasarse sin ella. Estaba en Quíos, ya digo, inaugurando un Congreso sobre Homero, que dicen que nació allí. Contemplaba desde mi terracita en el hotel la hermosa bahía y el paseo marítimo, al atardecer, con las luces, los barcos entrando y saliendo, el silencio. Y caí en Madrid. Lo primero que hago en Madrid, costumbre un tanto masoquista, es coger los periódicos. No se inquieten los editores de éste y de los demás: de todas maneras, los prefiero a las radios y las televisiones. Permiten ver las diferentes opiniones, saltar de unas a otras, tomarse tiempo para razonar. Mejor esto que el que, entre anuncio y anuncio, le sofoquen a uno con mil cosas que difícilmente puede juzgar y raramente le interesan y que no puede evitar sin acudir, sin mucho éxito, al zapeo. A España la añoramos desde el extranjero y tiene buena imagen. Y hechos, sin duda: los presidentes de varias naciones hacen cola para pedir dinero. Pero no hace falta ir al extranjero: basta con recorrerla. Sus costas y montañas son una maravilla, el progreso es evidente, se ve a la gente relajada, civilizada (con las debidas excepciones) Y las antiguas aldeas paupérrimas son ya otras. De ahí el contraste con la algarabía ambiente (algarabía: la lengua árabe, aquello que al no entenderse parece mero ruido) La de los Un poco de calma y de silencio, de relajamiento de tensiones entre las llamadas derechas y las llamadas izquierdas, no tan distantes entre sí, haría bien a España. Sobre todo cuando hay un problema muchísimo más grave, el de los nacionalismos taxis y las calles no es la peor. La peor es la que nos asalta desde los medios de comunicación. Y la del ambiente que reflejan: ese ambiente hace crecer el ruido de los medios, el ruido de los medios hace crecer el ruido de ese ambiente. Uso ruido en el sentido técnico de la teoría de la información: aquello que impide seguir correctamente un mensaje, altera y perturba. Claro, hay toda clase de noticias, pero ahora voy a las de la política. Yo salí y esperaba que, a mi regreso, se habría acabado ya el zumbido del avispero de la Comunidad de Madrid. Pues no, sigue creciendo. Y sigue haciendo cada vez más confuso, para la gente en general, qué es eso de la democracia. Consiste, en términos precisos, en una discrepancia controlada, sobre la base de unas reglas que todos respetan. Hay un juez, que son los votos. Luego, los elegidos deciden libremente. Si no fuera así y sólo importara la disciplina de los partidos, bastaría con que el representante de cada uno de ellos saliera con un cartelito: cincuenta votos por ejemplo. Sobrarían los diputados y demás. Pero no es así: los elegidos son libres, incluso para votar en forma que no gusta a otros. No estoy defendiendo a los llamados desechos humanos (no tan desechados, leo) Han votado por razones según ellos morales, según otros, inmorales. ¿Quién conoce las razones por las que votamos o decidimos los demás en cada ocasión? El caso es que estaban autorizados a dar su voto. A los resultados, si suponen un bloqueo, aplíquense las soluciones previstas legalmente: nuevas elecciones o lo que sea. ¿A qué tanto revuelo porque les hayan fallado dos de cincuenta y dos? A Cristo le falló uno de doce. Por supuesto, si hay algo inmoral en las conductas (no en el derecho al voto) debe investigarse. Pero tomar pretexto para abrir un macroproceso sobre el tema de las constructoras, el gran negocio de España, parece fuera de lugar. Si se abre, la verdad, me temo que habría que investigar a mucha gente más. Y a muchos Ayuntamientos, quizá cientos y aun miles. En todo caso, esta magna algarabía no hace sino crear confusión. Salga lo que salga, lo que queda es el escándalo. Y esa algarabía no es sino la continuación de todas las anteriores. Primero contra la Ley de Calidad, un intento de llevar un poco de sentido común a la enseñanza. Luego vino la huelga general, en respuesta a un intento de limitar abusos bien conocidos. El PP cedió y fue peor. Porque vino lo del Prestige: la explotación de un accidente desgraciado, que cogió de sorpresa. Y la guerra del Irak: después de todo, en las fuerzas del gobierno no hubo ni una baja (fue desgraciada la muerte de los periodistas) Fue, por parte del gobierno, más bien un paripé inevitable. Al final la escandalera fue, electoralmente, bien poco rentable. Debería haberse evitado. En un país que funciona razonablemente bien, salvo en conocidas excepciones, el estruendo constante de acusaciones y contraacusaciones no nos deja vivir. Estamos en un período electoral permanente: cualquier decisión de un Gobierno que ha ganado las elecciones es llevada a los tribunales, o es contradicha por las Autonomías o los Ayuntamientos. Entre las elecciones en períodos fijos (mejor sería que todas al tiempo) habría que dejar gobernar, dejar vivir. Es en ellas en las que hay que volcar las propuestas, las ideas. Lo extraño es que en España un Gobierno pueda gobernar. ¿Cómo se puede gobernar (etimológicamente, manejar el timón) en medio de una tempestad constante? ¿Y hacer política soportando un stress intolerable? ¿Y qué me dicen de los jueces? Un poco de calma y de silencio, de relajamiento de tensiones entre las llamadas derechas y las llamadas izquierdas, no tan distantes entre sí, haría bien a España. Sobre todo cuando hay un problema muchísimo más grave, el de los nacionalismos. Toda esta permanente tempestad de voces discordantes- -declaraciones, acusaciones, insultos, proyectos anticonstitucionales, meros chismes sin comprobar- -da una imagen del país mucho peor de lo que se merece. Desacredita, para los más, a la democracia. Y el mismo nombre de España. Menos mal que fuera se enteran poco. Lo de los taxis, ya lo ven, era solo un símbolo. En el fondo es lo mismo: falta de respeto a los demás. FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS de la Real Academia Española

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