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ABC MADRID 30-03-2003 página 63
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC DOMINGO 30 3 2003 Los domingos 63 HISTORIA Gertrude Bell, la célebre arqueóloga que impulsó el Estado de Irak y ayudó al rey Faisal, fue destinada hace ochenta y siete años a la ciudad del sur que los británicos someten hoy a asedio La dama de Basora imero que llamó la atención de Gertrude Bell al llegar al muelle de Basora, en marzo de 1916, fueron las palmeras, los árboles frutales, los jardines y el adobe de las murallas. La célebre arqueóloga británica contempló el paisaje desde la cubierta de un buque de guerra que la traía de Karachi, donde había embarcado después de entrevistarse con el virrey de la India. Es una mujer muy ingeniosa, con el cerebro de un hombre dijo el virrey, lord Hardinge. Basora había sido ocupada por sus compatriotas dos años antes, pero miles de soldados- -los predecesores de las ratas del desierto -estaban rodeados por los turcos un poco más arriba, camino de Bagdad. Gertrude ya no era arquéologa; trabajaba para el servicio de inteligencia. Entonces, como ahora, el control de Basora y el apoyo de sus gentes eran la clave para llegar a la actual capital iraquí. Gertrude Bell (1868- 1926) fue una mujer singular. Entabló una profunda amistad con el rey Faisal, e intrigó para que Irak se gestara en sus actuales fronteras durante la I Guerra Mundial. Cuando el proyecto de un Estado unido sonaba a ignominia entre las tribus, ayudó a Faisal a llegar al trono y, en cierto modo, inventó la monarquía constitucional. Su vida está descrita en una biografía publicada por la periodista Janet Wallach. Se titula La Reina del Desierto (Ediciones B, 1996) y en ella se detallan sus expediciones por Mesopotamia y la península arábiga, bajo dominio turco. El Gobierno británico la reclutó en la I Guerra Mundial porque conocía al dedillo la genealogía de las belicosas tribus de Irak, el Golfo y el Nedj. Bell era amiga de Thomas E. Lawrence, Lawrence de Arabia y todos los jeques y sultanes la trataban de igual a igual. En 1916, en plena guerra, la arqueóloga fue destinada a Basora para servir de ayuda al gobernador Percy Cox, que ostentaba la administración británica en Mesopotamia. En aquellos tiempos, era el equivalente de John Abizaid, el general que los norteamericanos van a destacar en Irak cuando lleguen a Bagdad. Hace 87 años, Cox tenía un problema parecido al que asaltará a Abizaid. Resultaba esencial entenderse con los Lopr POR J. MUÑOZ Bell entabló una gran amistad con el rey Faisal, en el centro de la foto, y con Lawrence de Arabia, a la derecha ¿De qué tribu eres y dónde está? Gertrude Bell no creía en Dios, pero en Basora trabó amistad con una pareja de misioneros norteamericanos, John y Dorothy Van Eiss. En la biografía de la arqueóloga, la periodista Janet Wallach cuenta que John escribió unos versos sobre ella: La G es de Gertrude, de los árabes la reina, y por eso la llaman Um el Mumineen, si va al cielo (seguro que me encontrará allí) incluso a Alá le preguntará: ¿De qué tribu eres y dónde está? Bell se suicidó en 1926, en Bagdad, donde se había establecido. Tropas iraquíes, jeques y centenares de personas la despidieron. Su amistad con el rey Faisal fue intensa. Antes de la coronación, en 1921, el monarca recurría a ella en demanda de consejo. Gertrude le aconsejaba sobre cómo debían ser sus colaboradores; le enseñaba a valerse con los empresarios de la capital iraquí, a seducir a los kurdos del norte. Día tras día, vestida con sus mejores ropas, extendía sus mapas y le enseñaba al encantador Faisal la geografía de las tribus de Irak relata Janet Wallach. La monarquía duraría diecisiete años. Gertrude Bell Bell fue amiga de T. E. Lawrence, al que trató por vez primera en 1911, en unas excavaciones de Carchemish (Irak) cuando éste era un arqueólogo novato. Un muchacho interesante. Se convertirá en viajero fue su descripción. Por lo visto, Gertrude se comportó con altanería y se puso a perorar ante Lawrence sobre excavaciones. Éste, y un amigo que le acompañaba, reaccionaron con una exhibición erudita. Le dimos un baño en cinco minutos Cuando acabamos nos miraba con más respeto recordó Lawrence de Arabia Cuando el proyecto de un Estado unido horrorizaba a las tribus, ayudó a Faisal a llegar al trono e inventó la monarquía constitucional clanes locales para derrotar a los turcos. Sumaban miles de guerreros que o se dejaban comprar o se quedaban a la expectativa de quién podía ganar. Eran capaces de bloquear las comunicaciones y oleoductos. Sir Cox no recibió efusivamente a Gertrude Bell. Era una mujer pelirroja de ojos verdes que llenaba ceniceros de colillas y traducía los versos del poeta persa Hafiz: Cantos de risa muerta, cantos de amor antaño ardiente... Su hogar era el desierto. Los militares la trataron con desdén. Casi nadie la invitaba a cenar, y apenas dos políticos se brindaron a pasear con ella por la ciudad, que tenía 33.000 habitantes. Pero el antecesor británico de John Abizaid se desesperaba. Al norte de Basora, miles de soldados de la Fuerza Expedicionaria de la India se atascaban en la ciudad- península de Kut Al Amara, un cenagal asediado por los turcos y hostigado por las tribus. Acechaban a nuestras tropas como chacales escribió. A sir Cox no le quedó más remedio que apoyarse en Gertrude y encargarle los mapas que orientarían al Ejército. Me han trasladado con mis mapas y mis libros a un mirador grande y espléndido contó a su familia. Sin embargo, antes de llegar a Bagdad, los británicos escribieron en Kut una de sus más históricas derrotas. ¿Van a olvidarse las viejas enemistades? ¿Acaso se puede dar forma a las arenas movedizas del desierto? se preguntó Gertrude.

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