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ABC MADRID 25-11-2002 página 3
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ABC MADRID 25-11-2002 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES 25 11 2002 La Tercera LOS HOMBRES (Y MUJERES) DEL TIEMPO ASTARÍA, si duda, con decir hombres comprende en español a hombres y mujeres, como día al día y la noche. Vean el Diccionario. Pero no está de moda, adaptémonos al uso. Imaginen cualquier fin de semana de estos últimos meses, cuando, tras el largo sufrimiento de ver (oír no, yo quito la voz) los anuncios, llega por fin el tiempo. España radiante de soles, aprovechen, dice el locutor, este fin de semana, quizá sea el último veraniego de la temporada. Solamente, algunas hilachas de nubes sobre el Sudeste. No serán nada, pasarán: uno es optimista. Cojo el coche y me planto en Alicante. Pero en Albacete, el cielo está color panza de burro, pongo la calefacción, me deprimo. Luego, en el mar, hay alternativas. Abre algunos ratos. Pero ahora mismo, cuando escribo en el portátil, a la tarde, otra vez la panza de burro. La verdad, no conozco Ciencia más imprecisa que esa de la Meteorología. Recuerdo cuando anunciaban, el año pasado, mal tiempo en Asturias e hizo un sol radiante: los hoteleros protestaban, pedían que les indemnizaran por las anulaciones. Ahora que inventan tanto, ¿no podrían inventar algo? Que, por ejemplo, no lloviera ni hiciera frío los fines de semana. Y es que el tiempo es para mí lo más interesante de la televisión. Sobre todo los viernes. Aguanta uno montes y montañas hasta que llega: anuncios tontísimos a base de coches fantásticos, paisajes fantásticos, señoritas fantásticas. Uno no está para nada de eso. Ni para mil fruslerías más. Ya llega. A veces con símbolos simples, a veces con decoración de soles, verdes o nevados paisajes, nubes que chorrean. A veces con locutores de aire serio y profesional, a veces con otros que dan saltitos y gritan cual animadores de la fiesta y charlan y charlan. A veces con locutoras elegantes y modosas, que parecen recitar la lección. Al menos, no nos ha llegado la moda, que creo que hace furor en otras partes, de quitarse los presentadores la ropa cuando calienta el sol, abrigarse cuando hace frío, sacar el paraguas cuando llueve. Hay que agradecerlo. Los hombres del tiempo son magos poderosos, verdaderos rainmakers (o así lo imaginamos) de ellos dependemos. Y cuando vienen un fin de semana o un puente deliciosos y resulta que va a hacer mal tiempo, da la impresión, a veces, de que disfrutan de su prestado poder. Uno es su esclavo: sentado impotente en el sillón espera su inapelable sentencia. Y ellos lo saben. Todo el que tiene poder (aunque sea ese poder prestado) disfruta de él. Uno adivina, en las comisuras de sus labios, un leve gesto mefistofélico, algo así como A quedarse en casa, cabrones ¿O es que a uno los dedos se le hacen huéspedes y es pura imaginación? La verdad, el tiempo es el programa estrella de las televisiones. No solo para mí: lo saben bien las emisoras y los anunciantes. A veces, un viernes, hay tres cuartos de hora de anuncios hasta que el tiempo llega. Ni siquiera los deportes y sus poco elocuentes representantes tienen tal preeminencia. Hay que esperar a que pasen y, B Toda la televisión es magia: invención de lo remoto, su traída a casa, olvido del presente. Las cosas ingratas son paréntesis que pronto borramos. Es en este contexto en el que entran esos nuevos magos. Nos gustaría que no tuvieran derecho a fracasar, a equivocarse. Que nos dieran, siempre, un tiempo feliz. Claro que nosotros fracasamos y nos equivocamos. Pero el de la televisión es un mundo mágico. O imaginamos, visionariamente, que lo es. No debería fallarnos antes, esperar a que pase el telediario, en el que tan difícil es distinguir los hechos de su aderezo, variamente cocinado. Y llega el tiempo, al fin, tras una hora larga de espera. Nos va a revelar nuestro destino para las horas próximas. Y es que la televisión, a la que tanto hemos criticado porque cultiva la imagen frente a la idea, realmente es importante por dos cosas: por la imagen precisamente y por lo urgente, lo inmediato. Así en el anuncio del tiempo. Y lo adornan con imágenes: los mapas con sus soles, nubes y tormentas, el pequeño juego dramático de los presentadores. Porque nadie enciende el televisor para escuchar disquisiciones filosóficas, difíciles de visualizar. Podemos ver algo que acaba de suceder (muchas veces no nos interesa) quizá algún partido de fútbol y, ocasionalmente, una buena película. Imagen y drama. Poco más. Y, las más veces, repetitivo. Cierto que hay también la vena trágica: más palestinos y judíos, más ETA, algún que otro accidente o desastre. Y la vena política: más políticos diciendo, más o menos, las mismas cosas de siempre. Nada podemos hacer, nada podemos arreglar. Pero lo olvidamos pronto. Hasta olvidamos a Ibarretxe, que ya es olvidar. Y nos queda la imagen hermosa o atractiva, aunque sea para anunciar el coche inasequible. Yo enciendo el televisor a las nueve o nueve y media, como digo, para ver el tiempo. Al menos, es algo nuevo y no admite mucho disfraz. Dicen que es la hora peor. Mientras llega, hago el zapping o, mejor, zapeo. Veo (entreveo) los horribles concursos, los reality shows por los que desfila un personal que a veces, por desgracia, es la realidad, los programas de cotilleo (que parece que a muchos le importan) alguna entrevista insulsa, alguna más inteligente de cuando en cuando. El mundo cultural cae lejos, la televisión (no esta u otra emisora, toda ella) le es alérgica. ¿Cómo hablar de temas abstractos y difíciles, con múltiples matices, en cuatro o cinco frases y tres o cuatro imágenes? Los sucesos, la historia y la biografía se reducen a unos pocos flashes que ellos eligen, a una visión dogmática. Ni siquiera cabe un articulito como éste. Claro que a veces sale un paisaje atractivo, unos animalitos monos que hacen el amor o se devoran (como los hombres, más o menos) un gol ¡goool! O la misa en San Pedro de Roma, o los monasterios cistercienses o el mercado flotante en Bangkok: algo lejano y prestigioso. Ponemos un momento de atención. O aparece una imagen femenina que nos alegra: ¿un sketch cómico? ¿un anuncio? Se mueve o corre o salta una mujer joven, dice cosas ingeniosas, se mueve provocativamente (y con ella todas sus cosas) Descansamos un momento. Menos mal, algo es algo. Y vayamos al tiempo, a ver qué nos anuncia. Después de todo, la televisión es un descanso. Somos pasivos, no tenemos que hacer el esfuerzo de leer y comprender, asentir o disentir, juzgar. Imágenes, no ideas; e imágenes que, misteriosamente, hasta crean un mundo, un modo de ser, ocupan o rellenan de alguna manera, opinan, en el fondo, imparablemente. Cuanto más brillantes y coloristas, más nuevas, más inmediatas sean, mejor. Es un paraíso: mujeres, coches y paisajes de ensueño, hasta joyas, afeitadoras y detergentes, medicinas que todo lo alivian, desodorantes, compresas, todo saludable. Hasta muestras del arte de todos los tiempos, un bello pupurrí. En este cuadro encajan las noticias del tiempo. Las esperamos anhelantes, los viernes, van a abrirnos un paraíso breve, pero feliz. O eso creemos. Vamos a escapar del presente, del lugar que ocupamos, de la realidad. Que lleguen el buen tiempo y el anticiclón. Y si los hombres y mujeres del tiempo prometen y no cumplen (y, la verdad, no está en sus manos) los consideramos magos fracasados, pediríamos que nos indemnizaran. Como insultan los fieles a los santos que no traen la lluvia. Porque toda la televisión es magia: invención de lo remoto, su traída a casa, olvido del presente. Las cosas ingratas son paréntesis que pronto borramos. Es en este contexto en el que entran esos nuevos magos. Nos gustaría que no tuvieran derecho a fracasar, a equivocarse. Que nos dieran, siempre, un tiempo feliz. Como los coches, los paisajes, las bellezas y hasta los detergentes. ¿Cómo sería nuestra vida sin los adecuados detergentes? Claro que nosotros fracasamos y nos equivocamos. Pero el de la televisión es un mundo mágico. O imaginamos, visionariamente, que lo es. No debería fallarnos. FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS de la Real Academia Española

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