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ABC MADRID 20-09-2002 página 3
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ABC MADRID 20-09-2002 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES 20 9 2002 LA TERCERA SERIEDAD M E parece evidente que la vida pública española está iniciando una fase de seriedad; quiero decir de tomar en serio algunas cuestiones importantes. Más aún, se empieza a ver con claridad cuáles son verdaderamente importantes. Esta clarificación de la jerarquía de las importancias es capital para un estado saludable de la sociedad. La confusión respecto a ello es la mayor causa de desorientación. Se están planteando con serenidad y eficacia algunos problemas de largo alcance, en que va envuelto el horizonte del futuro. Quizá por primera vez se está viendo que hay cuestiones decisivas, frecuentemente olvidadas y que reclaman atención y tratamiento adecuado. Este balance positivo y alentador no se puede extender a la totalidad del panorama nacional. Sería un error dar por consumada esa mejoría indiscutible y extenderla a la totalidad. El contraste entre esa seriedad y la frivolidad y ligereza que aparecen de vez en cuando no se puede pasar por alto. Existen organizaciones que alardean de hablar en nombre de millones de personas, a pesar de que, como saben bien, su influjo se limita a lo sumo al diez por ciento. Esa interesada hipertrofia lleva a la confusión, al oscurecimiento de la verdadera realidad. Contrasta con la seriedad que acabo de señalar, referente a aspectos capitales, el abultamiento de movimientos sumamente restringidos, que apenas tienen influjo en el conjunto del país. Fuerzas extremadamente limitadas se arrogan verbalmente un alcance que no les pertenece y simulan, también verbalmente, una importancia que en modo alguno poseen. Un ejemplo extremo y particularmente claro son los nacionalismos. Todo nacionalismo es, además de otras cosas más graves, una ingente frivolidad. Su carácter artificial y excluyente haría pensar que no tienen nada que ver entre sí y más bien tendrían que ser mutuamente hostiles. Sin embargo, tienden a asociarse, paradójicamente, a pesar de que su único vínculo real es su común condición española; esto descubre su carácter fundamentalmente hostil y negativo. El imperativo de seriedad afecta a todos los grupos que pretenden mantener su importancia, y esto hace que en cuestiones decisivas se comporten razonablemente y no rehúyan su colaboración con otros bien distintos. Lamentablemente, de vez en cuando recuerdan su papel automático de disidencia y resucitan actitudes puramente negativas cuyo rasgo capital es faltar a la verdad. Cuando un grupo, partido o asociación miente, es prueba inequívoca de su inseguridad, de que antepone intereses particulares a la colaboración en proyectos urgentes y necesarios. Como sólo se puede construir Lo más grave es la falta de claridad acerca de dónde están los verdaderos riesgos. Por eso me parece admirable el ambiente de seriedad que creo percibir en la reciente vida pública española. Sería esencial mantener esa seriedad y extenderla a la totalidad de nuestro horizonte histórico. Al comenzar el siglo XXI, valdría la pena defenderse de los errores que han manchado el pasado algo sobre la verdad, esta actitud encierra una inevitable debilidad que compromete todo éxito ulterior y duradero. La idea de que el éxito tiene que ser contra los demás y a expensas de ellos es una apuesta peligrosa y, en definitiva, funesta. Se puede tener éxito con otros, en coherencia con ellos, sin creer que el distinto es por ello adversario. Algo semejante representan ciertas reivindicaciones, más bien cómicas, de independencia El supuesto es que independencia quiere decir separación, como si no fuesen independientes todos los españoles juntos. La identificación entre independencia y escisión es una estupidez peligrosa, que lleva en sí misma su propia destrucción: abandonada a su tendencia básica, lleva a la atomización; no se detendría en una región, sino que llevaría a la escisión de sus diversas pro- vincias, y más allá de ellas a la de cada ciudad o lugar. Recuérdese la locura del cantonalismo que brotó en algunas porciones de España hacia 1870, y que llevó al fracaso total en once meses de la Primera República. En nombre de la nación, claridad era el título del último artículo político que escribió Ortega en 1934. De eso se trata, de tener claridad y no confundir las cosas. Nada es más arriesgado que la confusión, el no tomar en serio la estructura de la realidad, el creer que se la puede tomar cada uno a su antojo, sin respeto a lo que las cosas son. Este error se paga siempre con el fracaso, que a veces no se limita al que lo comete, sino que arrastra al conjunto de un país. Si se repasa con alguna agudeza y con rigor la historia de Europa en el siglo XX se ve hasta qué punto los desastres sobrevenidos en ese tiempo han tenido como causa principal y casi única errores intelectuales fácilmente comprobables y que se hubieran podido evitar. Casi todas las guerras dentro de Europa han procedido de motivos frívolos, absolutamente secundarios, que un examen atento de lo real hubiera descartado desde el comienzo. La falta de seriedad ha sido el origen de casi todos los desastres acontecidos en todo el siglo XX. Habría que parar la atención en los largos periodos en que ha existido un orden razonable, una paz perturbada solo muy parcialmente en algunos momentos, sin que afectase en serio a todos los cuerpos sociales. El contraste entre épocas es sobrecogedor, pero casi nunca se indagan los motivos, lo que ha llevado al equilibrio y la coherencia o al desorden y la violencia extrema. Sería menester poner en claro las grandes diferencias entre unos tiempos y otros; se podría ver que ciertos errores iniciales se han multiplicado por sí mismos y han llevado a situaciones desastrosas. Su escasez de fundamento o la ausencia total de él quedarían de manifiesto y serían un estímulo para prever los posibles peligros del futuro. La ignorancia de la historia es algo sumamente peligroso; casi todo el mundo ignora lo que de verdad ha pasado; la casi totalidad desconoce lo que sería más necesario: por qué ha pasado eso que ha acontecido. Lo más grave es la falta de claridad acerca de dónde están los verdaderos riesgos. Por eso me parece admirable el ambiente de seriedad que creo percibir en la reciente vida pública española, a pesar de las ausencias y descuidos que percibo igualmente. Sería esencial mantener esa seriedad y extenderla a la totalidad de nuestro horizonte histórico. Al comenzar el siglo XXI, valdría la pena defenderse de los errores que han manchado el pasado. JULIÁN MARÍAS de la Real Academia Española

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