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ABC MADRID 18-03-2002 página 94
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  • EdiciónABC, MADRID
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94 Espectáculos LUNES 18 3 2002 ABC MÚSICA MESTIZAJE ROCK THE STROKES Manu Chao lideró la contra cumbre musical de Barcelona À. GUBERN Nada más que un gran grupo Concierto de The Strokes. Sala La Riviera. Madrid. 16 de marzo de 2002. PABLO CARRERO BARCELONA. Elevado a apóstol de la antiglobalización, Manu Chao se consagró el sábado por la noche en Barcelona como el cantante emblema de este movimiento. El ex líder de los Mano Negra fue la auténtica y única estrella en la gran verbena que la Campaña Contra la Europa del Capital montó en Monjtuïc para cerrar los actos de la contra cumbre Ahora al frente de radio Bemba Sound System, Chao, como los divos, se hizo esperar, y no fue hasta las cuatro de la madrugada- -dos horas más tarde sobre el horario previsto- -cuando aparecía sobre el escenario, aclamado con fervor casi religioso por los 30.000 que se juntaron en el Sot del Migdia. Volver, volver... se arrancó el hispanofrancés ganando para la antimundialización la ranchera que popularizó Chavela Vargas. Fue el broche a una noche larga, larguísima, en la que también se pudo ver a Enrique Morente junto a Lagartija Nick presentando Omega su proyecto conjunto a partir del Poeta en Nueva York de Lorca, así como a Cheb Balowski, Xabier Muguruza o el homenaje de Xavier Ribalta a Léo Ferré. Notables artistas todos, aunque quizás no los más indicados para una noche que pedía ritmos más contundentes. Con la fiesta de ayer, Barcelona recuperó su tradicional querencia por los conciertos de aire reivindicativo, en una convocatoria que no podía encabezar otro que no fuese Manu Chao. Afincado en Barcelona, el autor de Clandestino se ha convertido en abanderado de los antiglobalización, en una toma de postura que el músico no rehúye. Cabalgando la onda mestiza- -Macaco, Ojos de Brujo... Chao convierte el escenario en púlpito. Se le disfruta en lo musical y se le adora en la consigna. A su pesar, asegura, se ha convertido en líder Fue, en definitiva, un sarao que se alargó más de seis horas- -parlamentos reivindicativos incluidos- lo que no parecía bastante para un público que horas antes había participado en la marcha de los 250.000 y que por gentileza del Ayuntamiento tuvo que subir a pie hasta el lugar del concierto. Si los antiglobalización son protagonistas de nuevas formas de protesta, en lo lúdico son de lo más clásico, esto es, cervecita, calimocho y no poco canuteo. Cuando el día ya asomaba, y con el cuerpo del revés, la fiesta se disolvió de forma pacífica y sin incidentes. Al margen de la industria como mera maquinaria comercial, obviamente necesitada de este tipo de fenómenos capaces de sacudir el mercado cuando parece que va inevitablemente directo al letargo eterno, el rock and roll no tendría grandes problemas para seguir adelante sin la existencia de los Strokes... Eso sí, es igualmente cierto que resulta estimulante encontrarse de vez en cuando con una banda fresca y desenvuelta, con un repertorio que combina elementos afilados y peligrosos con la dulzura envenenada de unas melodías y unos ritmos perfectamente asimilables por cualquiera que haya escuchado unos cuantos discos de poprock. Algo así son los Strokes, una banda que no está llamada a cambiar la historia del rock, pero cuyo primer disco atesora un puñado de virtudes más que notables. Acostumbrado como está uno a recibir gatos por liebres cuando la prensa especializada británica se pone de acuerdo en elevar a los altares a una nueva banda, la del pasado sábado se presentaba como una ocasión ineludible para comprobar sobre el terreno los hasta ahora positivos signos hallados en Is this it el atractivo álbum de debut del quinteto neoyorquino. Una vez contemplado su directo, la conclusión viene a ser que lo mejor El cantante de The Strokes durante su actuación en Madrid de los Strokes es su repertorio. Con una base muy evidentemente basada en la fórmula inventada por Lou Reed en los tiempos de Velvet Underground, aunque condimentada con habilidad y personalidad incorporando elementos de la nueva ola, el punk, o incluso el soul más saltarín, las canciones de los Strokes son directas e incisivas, disponen de ganchos más que de sobra para conectar sin problemas con el oyente y se impulsan en trucos y arreglos modestos pero enormemente eficaces. La traslación de todo esto al directo, al menos en la actuación de la otra noche en una abarrotada sala La Riviera, resultó escasamente generosa. Y no solo por la brevedad del concierto, apenas tres cuartos de ho- Julián de Domingo ra sin un miserable bis que echarse a las orejas... La actitud del grupo, presuntamente una de sus armas más efectivas, su presencia sobre el escenario, no fue mucho más allá de la corrección. No es que espere uno números circenses, pero los Strokes resultaron bastante más domésticos de lo prometido. Fue, desde luego, un buen concierto, impulsado por un público frenético y agradecido, por un sonido más que decente, por la propia solvencia de la banda y sobre todo por la solidez del repertorio. El problema pudo ser para quien esperara encontrarse con los nuevos mesías del rock... No, los Strokes no son más que una buena banda de rock and roll, y eso debería ser más que suficiente. ÓPERA KATIA KABANOVA REGRESA AL GRAN TEATRO DEL LICEO sis- -tanto argumental como de estructura musical- el compositor checo construyó una manera de hacer teatro que va mucho más allá de dramaturgias y postulados. La acción se plasma de manera desgarradora en una partitura que es oro puro por orquestación y por el dominio en el uso de las voces. El adulterio que redime Katia Kabanova (Brno, 1921) ópera en tres actos de L. Janácek. O. S. del Liceo. Dir. S. Cambreling. Dir. esc. C. Marthaler. Escen. y vest: A. Viebrock. Ilum. O. Winter. Coro Madrigal. Dir. Mireia Barrera. Gran Teatro del Liceo, Barcelona, 17 de marzo. PABLO MELÉNDEZ- HADDAD La primera producción del Festival de Salzburgo que acoge el Gran Teatro del Liceo permitió gozar de un teatro de calidad en el que el texto y sus referentes son una excusa para ahondar en los recovecos del drama y en su tragedia a través de mil detalles que fuerzan el libreto, lo manosean y lo convierten en un juego de reflexiones que inquieta. En este montaje, parece como si cada personaje estuviera dibujado según la sensibilidad de la protagonista, algo evidente en el perfil grotesco con el que se traza a Kabanikha, transformándola de una viuda frígida y amargada, a un putón alcohólico y retorcido. Lo grotesco de la generación mayor también está en los andares de los más jóvenes, y tanto Kundriaix como Varvara se mueven con los mismos hilos. La soledad de Katia, sin embargo, está tan subrayada en las últimas escenas que más que inspirar lástima mueve a la depresión; su Boris ni la roza. El sexo como reclamo de su insatisfacción se transforma en el motor del drama. Christoph Marthaler cambia el suicidio por la redención, el río por la fuente, el Volga por la foto, las ausencias por presencias. La ambientación es un detalle, lo mismo que esa pieza coral de profundo sentido expiatorio que ilustra los entreactos. Las pinceladas coreográficas, cargadas de melancolía, terminan de construir una Katia que lucha con un entorno que le es hostil desde siempre, y que sueña con cambiar. El realismo fotográfico de la puesta en escena, con citas tan próximas, choca con esos movimientos ilusorios que mueven a la confusión; hay que traducir con paciencia para gozar. La obra de Janácek es musicalmente una joya, imponiendo su inquietante sonoridad desde la obertura. Con un impecable sentido de la sínte- Olé, Cambreling La Simfònica del Liceu estuvo en una de sus noches más inspiradas al mando de un Sylvain Cambreling eficaz, entregado e inflexible; las cuerdas, por momentos, sonaron a gloria. El Coro Madrigal se escuchó en gran forma, lo mismo que esos comprimarios de lujo que resultaron ser Ulrich Voss y Cristina Obregón. Angela Denoke pudo con una particella infernal, guardándose para sus escenas más comprometidas, casi siempre correcta de afinación al intentar los sobreagudos. Straka debió empujar con fuerza para llegar, con una prestación muy irregular, todo lo contrario que Rainer Trost, siempre seguro. Jane Henschel y Dagmar Peckova estuvieron impecables e impactantes, lo mismo que el experto Hubert Delamboye, rey de un reparto sabio y con ideas claras.

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