Archivo ABC
ArchivoHemeroteca
ABC MADRID 02-09-2001 página 72
ABC MADRID 02-09-2001 página 72
Ir a detalle de periódico

ABC MADRID 02-09-2001 página 72

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página72
Más información

Descripción

72 G E N T E DE V E R A N O DOMINGO 2- 9- 2001 ABC PREMIO MARIANO DE CAVIA La lectura JOSÉ MARÍA ALFARO (Burgos, 1906- Fuenterrabía, Guipúzcoa, 1994) sintió desde muy joven la llamada de la Literatura. Destacado político, periodista y escritor, en los años anteriores a la Guerra Civil formó parte de los círculos culturales madrileños. En 1935 colaboró con el cardenal Herrera Oria en la fundación de Ya Durante la posguerra compatibilizó la escritura con importantes cargos diplomáticos y periodísticos. Colaborador habitual en diversos medios, ejerció de crítico literario en ABC. En 1972 ganó el Cavia con este articulo. e van acumulando los libros en los plúteos, en la memoria, sobre las mesas y las sillas. Leer, leer... Uno ansia la paz, la calma, casi el aislamiento, para poder sumergirse en el libro, para que el presunto equilibrio de los días zozobre con la brisa de las páginas, para que el espíritu sienta cómo se va hundiendo en unos paraísos sutiles y tentadores. Logan PearsaU Smith, tras recorrer- -en un poema- -las insatisfacciones producidas por varios nobles goces, se precipita hacia la lectura, a la que define: ese vicio refinado e impune, esa egoísta, serena y diuradera embriaguez ¡Qué maravilla de matízación! ¡Vicio impune! ¡Duradera embriaguez! Una de las más amargas caídas que produce la entrada al vicio es la subsiguiente impresión de que se ha estado perdiendo el tiempo, de que e ha producido un vacio irrecuperable en la fugitiva contabilidad de nuestras breves jomadas. En cambio, cuando uno emerge de la lectura para volver a tantear las cosas que nos circundan, podrá quizá sentir que se escabulló o hizo trampa a determinada tarea, pero nunca que el lapso transcurrido con el libro ante los ojos es la cascara hueca de unas horas sin retorno. El lector de vocación es algo así como un avaricioso desinteresado al que nunca se le sacia la sed de atesorar caudales de humo, monedas impalpables. Nimca admitirá que haya Jeído bastante. Por el contrario, cada vez que se asome a una biblioteca, a una librería, le morderá la angustia de todo lo que le queda por leer, de la vastedad del horizonte impreso que le resta por descubrir, en uno de cuyos libros- -acaso- -pudiera guardarse el último y decisivo placer, cual el enamorado sueña con ese amor totalizante que siempre se dibuja- -becquerianamente- -un paso más allá del alcance de las manos. Se ha dicho, con intención peyorativa- -y quizá sin una absoluta falta de razón- que vivimos inmersos en j m a civilización de papel de papel impreso, naturalmente. La idea que las gentes más ajenas y objetivas tienen de un funcionario, empleado ya en servicio de la administración pública o de la empresa privada- -de un tecnócrata como está de moda autodenominarse- es la de que se trata de un ser entregado a la obra de leer y leer, sin más reposo- -dentro del santuario de su existencia fimcio- S nal- -que el que destina para escribir, para proporcionar tecniñcada lectura a los otros. Pero el verdadero, el auténtico lector, nada tiene que ver con la devoradora- -y a veces placentera- -capacidad de lectura del burócrata, para quien el expediente, la memoria, el iitforme, la minuta, la obra de consulta, la enciclopedia, el proyecto... constituyen no sólo la esencia nobilísima de su trabajo, sino hasta en algunas ocasiones el peligroso sucedáneo de un estüo de pensamiento. ero la conciencia de ima cultiu- a de papel- -del libro, en definitiva instancia- -parece irse desdibujando. La apoteosis del realce voluptuoso de la lectura se produce- -para el hombre occidental- -a partir del Renacimiento. No es que antes no existiesen los lectores apasionados. A nadie extraña la imagen del monje medieval inclinado fervorosamente sobre un códice Uuminado o im palimpsesto revelador. Pero si la Edad Media fue la oración, los tiempos modernos son la lectura. Muchas concausas contribuyen a ello. El renacentismo- -con su cuota de vivificadas filosofías y de mármoles recién descubiertos y sensualizados- -representó la magnificación del vivir laico, la categorización del libre examen y la apertura- -valga la paradoja- -del delirio racionalista. La técnica- ¡esa diosa de los siglos modernos! traída de la mano de los chinos o de Gutenberg, iba a cerrar el círculo, a formar el anulo envolvente y cautivador de la lectura, facilitada por la multiplicación prodigiosa de la imprenta. El libro ha sido- -y es todavía- -el rey, el mito, la corporación de la cultura. Hombre de muchos libros se denomina al espíritu cultivado. No hay libro malo que no contenga algo bueno Uega a decir, con enardecido fuego de letrado, nuestro Miguel de Cervantes. El florüegio sobre el libro podría llenar sustanciosos volúmenes. Nadie se atreve a negar la existencia de su trono. Mas la técnica, que un día lo exaltó sobre el plinto de la conciencia sensible del alma humana, comienza a jugarle la mala pasada de intentar arrebatarle su condición arquetípica de instrumento del saber, de la ilustración, de la emoción espiritual y de la inquietud inventora. El cine, el disco, la radio, la televisión, la cinta magnetofónica... se están convirtiendo en los vehículos inmediatos de un estilo de comunicación y de cultivo que ya comienza a apartarse de las privativamente librescas. Es aún el pórtico de la batalla. Pero lo indudable es que P por sutilísimas tentaciones. Por ejemplo: la de la pragmática utilización de la lectura, la de la aplicación de un honroso- -si se quiere- -discernimiento utilitario. Ser un sabio, transmutar las largas y casi concupiscentes entregas a una lectura penetrante en un sistema de sabiduría, puede constituir una instigación interior que revolotee en torno al vuelo de las páginas. Pero el buen lector, el legítimo, no desconoce la generosa distancia que le separa del estudioso, del erudito. La lectura- -al igual que los más üustres y honrosos condicionamientos de la existencia- -concluye en sí misma. La acontece lo que el amor: que se prostituye irremediablemente en cuanto quiere ser aprovechado para cualquier fin que no sea el de percibir el sublime soplo que conduce al hombre hasta el arrabal de la divinidad. El lector puro no ansia partir hacia ninguna empresa exterior. Por el contrario, él busca llevar todas las aguas del ensimismamiento hacia su molino, condicionar su ser hacia una mágica metamorfosis de vivo embalsamamiento a través de la lectm- a. l lector apasionado es un triunfador que ha obtenido una de las más difícües victorias de todos los tiempos: la superación de la soledad. Sólo él ha conseguido zafarse de ese aniUo de angustia que acicata la tortura del acurrucado habitante de las cavernas, al igual que el desamparo desolador del enredado prisionero en la tela de araña de las grandes urbes. La lectura es la particular y privada claraboya abierta al cielo Uuminado. Y como tal, la esperanza de la liberación. Su torre- -esa deseada y condenada torre de marfil- -no es una cárcel. La muralla de libros es una vía auténtica hacia la libertad. Hacia la libertad interior, que es el punto de arranque de la dignidad del espíritu. Ayudémonos todos a salvar la lectura; a no dejarnos arrancar ese vicio refinado e impune esa duradera embriaguez Perdón... el libro abierto me aguarda. Voy a ponerme a leer. E ya han sonado esos disparos que anuncian el arranque de la ofensiva. Claro es que al lector de arrestos insobornables no le van a arañar, siquiera, estos síntomas ni otros parecidos. El verdadero, el genuino lector, ha atravesado diversas zonas de riesgo, algunas de ellas recubiertas

Te puede interesar

Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.