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ABC MADRID 03-05-2001 página 133
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  • EdiciónABC, MADRID
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Igl S 4 n l cidrid X O 3- V- 2001 13 La voz del. cardenal arzobispo, en el 1 de mayo de 2001: Fiesta de San José Obrero El egoísmo económico produce insolidaridad social Testigos del amor en el mundo del trabajo: ésta es la exigencia que, en el 1 de mayo de 2001, Fiesta de San José de Obrero, propone nuestro cardenal arzobispo en su exhortación pastoral de esta semana. Dice: ción apostólica- dispuestos a actuar en la vida pública con el talante y la forma espiritual de los que viven, día a día, la experiencia de la comunión eclesial, como permanente ejercicio de una entrega al hermano, y de una caridad que se concibe siempre, y a la vez, como un servicio universal y como una muestra personalísima y concretísima del amor al necesitado que encontramos a la vera de nuestra vida. Partiendo del propósito decidido de cooperación con todos los que se empeñan con buena voluntad en la humanización del mundo laboral, según las exigencias de la justicia y solidaridad sociales, que no puede dejar de ser activa en un cristiano, apóstol en el mundo del trabajo; sin embargo, la aportación del impulso, de la luz y del sacrificio abnegado, tan imprescindible para conseguir esa humanización, sólo puede venir del que ha descubierto el amor de Cristo resucitado y quiere ser su testigo. La Liturgia del tercer domingo de Pascua, a las puertas de la Fiesta del Trabajo- el día de los trabajadores- nos habla de ese hecho tan gozosamente revolucionario para la historia y la transformación del hombre que ha supuesto la Pascua de Jesucristo resucitado: el de que haya recobrado la adopción fdial, la dignidad insuperable e inaudita de la vocación a ser hijo de Dios. ¿Se puede imaginar nadie una fuente más auténtica, más fecunda e irreversible para la renovación y rejuvenecimiento del espíritu del hombre? Indudablemente, no. Por ello, volver con espíritu de conversión personal y comunitaria a las raíces de nuestro bautismo, buscar la renovación interior en la oración, en la escucha de la Palabra y en los sacramentos del Resucitado- en el encuentro hondo con Él- constituye una premisa indispensable para que prestemos al mundo del trabajo, en este año primero del siglo y del milenio, lo que le debemos: el testimonio perseverante e indesmayable del amor de Cristo. Ese amor del que fue un testigo excepcional don Manuel González, obispo de Málaga y de Palencia, acaba de ser declarado Beato por Juan Pablo n, en la Plaza de San Pedro. El Apóstol de los sagrarios abandonados lo bebió en el corazón del Cristo resucitado, presente en la Eucaristía, para entregarlo heroicamente a los pobres, día a día, en Huelva, en Málaga, en Palencia... La Santísima Vu: gen, la Madre que nos ha dado al Hijo cracificado y resucitado, el Redentor del hombre, el que nos ha traído el Evangelio del trabajo, nos acompaña y vela por nosotros. Así todo será más sencUlo. Antonio M Roucó Várela l 1 de mayo, día del Trabajo, no ha perdido ni vigencia ni urgencia con el paso del siglo XX al siglo XXL No la ha perdido en sí mismo y en su significado social, ni la ha perdido para la Iglesia ni para los cristianos. El Santo Padre no vacilará en recordamos, en su Carta apostólica A comienzo de nuevo milenio, evocando su encuentro con los trabajadores el 1 de mayo pasado en el Año Jubilar, su llamada a remediar los desequilibrios económicos y sociales existentes en el mundo del trabajo, y a gestionar con decisión los procesos de la globalización económica en junción de la solidaridad y del respeto debido a cada persona humana. Ciertamente, la problemática actual del mundo del trabajo se presenta como una situación en la que sufre muy directamente la dignidad de la persona humana, y en la que actúa sin tapujos una conducta social de insolidaridad, muy generalizada. Fenómenos como la economía sumergida, la precariedad de muchos contratos de trabajo, la explotación de los iimiügrantes en situación de irregularidad, las dificultades, tantas veces insalvables, para el trabajador y, sobre todo, para la trabajadora, de compaginar sus obligaciones laborales con las propias e irrenunciables de la familia y del hogar, lo ponen abiertamente de manifiesto. E Por otro lado, aún nó se ha logrado resolver satisfactoriamente el problema del paro. Son todavía muchos a los que cuesta encontrar un empleo digno en lo económico y en lo social. Ganar dinero a toda costa, aspirar al- éxito económico por encima de cualquiera otra consideración, marca tan absolutamente el comportamiento de todos los agentes de la actividad económica, que se ha hecho inevitable un clima de creciente deshumanización de todo el proceso productivo y, consiguientemente, del mundo laboral. Del egoísmo económico sólo puede brotar insoüdaridad social. Se trata de un círculo vicioso que sólo se puede romper eficazmente cuando en los contextos privados y púbücos de la familia, de la empresa, del mundo sindical, de las relaciones laborales, de la poKtica y de la sociedad entran, aparecen y operan los testigos del amor, los que proyectan su actividad y toda su existencia hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano, como tan lúcidamente nos lo pide el Santo Padre. Un especial compromiso de la Iglesia Los problemas actuales del mundo del trabajo exigen un especial compromiso de la Iglesia y de todos sus hijos- en primera línea, de sus seglares con clara voca-

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