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ABC MADRID 31-08-2000 página 26
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ABC MADRID 31-08-2000 página 26

  • EdiciónABC, MADRID
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26 NACIONAL JUEVES 31- 8- 2000 ABC AD LIBITUM Un lendakari con fisuras EAN- Pierre Chevénement no es uno de los santos de mi devoción política. Su partido, el MDC (Movimiento de los Ciudadanos) se sustenta en la rancidez de la más vieja izquierda y antepone el Estado a la Sociedad. Con su ánimo jacobino ocurre como con las diligencias: fueron buenas, magníficas, antes de la implantación del ferrocarril. Con todo, su dimisión es un ra o de honradez y coherencia que no debe pasar inadvertido entre los de su oficio. Cuando, hace unos meses, Lionel Jospin admitió negociaciones con los nacionalistas corsos sobre el estatuto de autonomía de Córcega, sin la exigencia previa del total abandono de la violencia, germinó una crisis entre el primer ministro y el titular del Interior que, civilizadamente, ha concluido con la retirada de este último, gran experto en retiradas. Cuando, en este otro lado de los Pirineos, el lendakari Ibairetxe pide- nó es la primera vez que lo hace- -ima respuesta sinfisuras contra la violencia que arrecia en, y desde, el País Vasco, asistimos a un fenómeno inverso al de Chevénement El francés se siente dueño de sus actos y actúa en consecuencia, con acierto o desacierto, pero ñel a sus convicciones y creencias sobre la unidad de Francia. Ibarretxe, ¿es dueño de sus actos? Esas fisuras que tanto le alarman están en su propio partido y en los que con el PNV respaldan el actual Gobierno de Vitoria. Por la fisura que señala, ya convertida en inmensa grieta, se le están escapando al lendakari todos los fluidos de la ética ciudadana, la observancia democrática y el futuro vasco. Chevénement dimite ante la repugnancia moral que le produce acatar una línea política que atenta, al menos en su personal interpretación, contra los supuestos de la patria francesa. Sea cual fuere la patria que Ibarretxe entiende como propia, que esa es parte del problema, el lendakari se debe a todos los vascos. Esa es la regla del juego; pero, lejos de atender la quebrada demanda de la sociedad, busca con sus ojos diminutos los signos del auténtico cenfro de poder en el territorio: la mirada santona e üimiinada de Xabier ArzaIluz. Además, lo hace sentado en el sillón de su poder con el apoyo de quienes sin ambigüedad alguna, no condenan el terrorismo etarra y, al menos en los hechos, se subordinan a éL La libertad, eso que no existe en el País Vasco, es la meta de cualquier acción democrática. Ni en aras del marco vasco de decisión -un eufemismo sin pasado real y sin futuro posible- el máximo responsable político del territorio tiene legitimidad moral para pedir lo que no da y hacerlo, para mayor escarnio, en obediencia a su jefe partidista y en olvido de la demanda ciudadana. Unidad de los demócratas, sí; pero, ¿desde qué supuestos éticos? Ético es el problema vasco antes que político. La mucha sangre embalsada no puede amortajarse con frapos ideológicos. M MARTÍN FERRAND J SISTÍ la otra noche a la proyección de una película escuetamente hermosa, turbadora y terrible. Se titula Leo y la dirige José Luis Borau, sobre quien no cometeré la trivialidad de aportar detalles biográficos ni méritos artísticos. Lo más desolador resulta comprobar que Borau, que también firma el guión de la película, afirma haberla producido a la fuerza por no haber encontrado un mecenas que apoquínese la pasta. Alguien debería empezar a proclamar que el cine español, tan misteriosamente encumbrado por los medios de adoctrinamiento de masas (se Uega a afirmar, juraría que humorísticamente, que atraviesa su edad dorada se está escorando con ima petulancia grosera hacia los territorios de la banalidad. Las películas arriesgadas y valiosas, como esta Leo que enseguida pasaré a comentar, esas películas que se quedan al mareen de la fanfarria mediática siguen sin encontrar patrocinadores, y sólo la convicción obstinada de sus creadores logra trasladarlas de las musas al celuloide. Nuestro cine, apartada la hojarasca del boato, se queda reducido a un exiguo venero donde aún sobreviven unos pocos creadores que creen en su arte, como este José Luis Borau que, lindando ya con la senectud, nos regala esta película que derrama ima pujanza juvenU. Leo nos habla de la vida, del cataclismo del amor, de la turbiedad que anida en las pasiones, de la fatalidad, de la traición, del débü barro con que estamos construidos los hombres, ese barro que el destino moldea con dedos trágicos. Es ima película que exuda natviralidad de ley, sorteando los peligros del naturalismo impostado. También es una película que, sin renunciar a los mecanismos de la intriga, se esmera sobre todo en la indagación de almas y en el testimonio sobre la realidad. En Leo tenemos ima emmefatale, encamada prodigiosamente por Icíar BoUaín, en quien descubrimos las mismas virtudes A EL ÁNGULO OSCURO Leo Habla de los arrabales del mundo, que es precisamente donde el mundo muestra su rostro más auténtico interpretativas (y hasta cierto parecido físico) que hicieron de Victoria AbrU la actriz más eminente de la anterior generación: convicción, desgarro y un fondo de inescrutable ambigüedad que desfila como un río secreto, por debajo de la fachada del personaje que interpreta. He escrito femmefaíale, y ya casi me arrepiento, pues no quisiera que er lector le adjudicase los estereotipos que suelen atribuirse a este modelo femenino. Leo, la protagonista de esta modesta política asombrosa, es portadora de esos designios fatales que desencadenan el dolor y el pecado, pero en su naturaleza no hay atisbo de impostura o afectación. Frente a ella, encontramos a Salva, interpretado por Javier Batanero con ima templada pasión, im hombre que sucumbe a las estrategias de un amor opresivo y trágico. Una de las virtudes más notorias de esta película consiste, precisamente, en renovar el asunto del amourfou sin desafueros ni estridencias, con esa especie de tranquila desesperación. Leo es ima película de una amargura feroz, de una desolación sin alharacas, que aprisiona al espectador y lo obliga a vivir con Javier Batanero su descenso al infierno del amor, ese infierno que congrega las cloacas de la pestilencia, pero también los fugaces remansos del deslumbramiento. Borau invoca a Shakespeare, para recordamos que el amor sólo merece este nombre cuando termina en muerte, y logra amasar en una aleación desazonante ambos teínas, en secuencias que poseen una fuerza arrasadora, como aquéUa en que los protagonistas, con el cadáver todavía tibio de la madre en la habitación contigua, se entregan al tormento de la pasión. Una secuencia que, por cierto, parece directamente inspirada en el capítulo veinticuatro del Génesis, cuando, para apaciguar su dolor, Isaac mete a Rebeca en la tienda de su madre, Sara, que acaba de fallecer, y se consuela acostándose con ella. Esta coincidencia revela el material primigenio y turbador- con el que está elaborada Leo ese material imperecedero y terrible que alienta las mejores creaciones, desde el comienzo de los tiempos. La originalidad de Leo consiste, precisamente, en haber renovado ese material antiquísimo en una película que clava sus uñas en la más perentoria realidad. Leo nos habla de las pensiones sórdidas donde hombres anónimos se masturban, exaltados por un amor envilecido y luminoso a partes iguales; nos habla de esos pavorosos cinturones industriales de las grandes ciudades, donde se hacinan los desheredados; nos habla de los trabajos más subterráneos, sobre los que nuestra sociedad asienta su prosperidad presuntuosa; nos habla, en definitiva, de los arrabales del mundo, que es precisamente donde el mundo muestra su rostro más auténtico. Las bajezas morales, el imperio oscuro de las pasiones, la maldición de un pasado oprobioso al que los personajes no se pueden sustraer (o quizá no quieran) hallan su caldo de cultivo en ese paisaje desvencijado de los arrabales y crecen, como flores venenosas que nos embriagan y asustan. Borau ha sabido, además, servirnos ese plato cruel envuelto en una ambigüedad que lo hace más irresistible y verdadero. Pero me temo que la verdad está reñida con las fanfarrias de los medios de adoctrinamiento de masas. Juan Manuel DE PRADA cmciúíifCrs wiiglvI- iviM iovaí

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