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ABC MADRID 26-08-2000 página 22
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ABC MADRID 26-08-2000 página 22

  • EdiciónABC, MADRID
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22 NACIONAL AD LIBITUM SÁBADO 26- 8- 2000 ABC El nefasto miedo a la impopularidad BARRETXE- -dice Nicolás Re I dondo- -parece estar más preocupado por EH que por la unidad de los demócratas Claro, la democracia es vivificante e integradora mientras que EH, con cuanto significa, resulta mortal y excluyente. Aquí, desde siempre, la muerte ha tenido más fuerza y presencia que la vida. Ibarretxe, como cualquier político en el poder, está más preocupado por las fuerzas que le sostienen que por las grandes teorías y principios. Ese es xmo de los efectos secundarios, seguramente el más nocivo, de la democracia. Los políticos, siempre hechizados por la potencialidad del voto, quieren que les quieran y, sencillamente por eso, hacen muchas veces, a sabiendas, lo que no le conviene a nadie con tal de gustarles a muchos. Ya decía Emilio Castelar- lo cuenta Carmen Horca en su magnífica biografía del personaje- -que para ser verdadero hombre de Estado hay que perder el miedo a la impopularidad Y eso que Castelar no llegó a vivir la plenitud del s u f i j o imiversal. Ese es el miedo que va retrasando decisiones sabias, cuando no sustituyéndolas por otras mezquinas, hasta el punto en que los problemas alcanzan la condición de irresolubles. ¿Hay alguien en la política española- -nacional, regional o local- -dispuesto a sacrificar su carrera, a perder el favor de sus votantes, por hacer, con el coste de la impopularidad, lo que verdaderamente le conviene a la Nación, la Autonomía o el Ayuntamiento? Ibarretxe, además de ser un muñeco del guiñol de maese ArzaUuz es un superviviente, un náufrs o asido al tablón de EH HB. Lo mismo podría agarrarse, si le vaUera, a un flotador con patito de los que los niños utilizan en las playas del veraneo. ¿Cómo le va a preocupar más la imidad de los demócratas- -im concepto moral- -que EH- -un recuelo del matonismo independentista de ETA- -en contra de su tan insóüta como escasamente ameritada carrera política? Su propio grupo, el PNV, es im caso raro sustentado en la nostalgia de lo que nvmca existió. El disciplinado, contradictorio y escaso Ibarretxe- tan dogmático, tan inverosímil- -es hoy, con el 1,5 por ciento de los votos nacionales, el faro y la guía fócticos de la vida política española. Él y lo que le encumbra. Todo un caso de patología representativa. Los pocos se imponen a los muchos, cambian sus ritmos y designios, porque los pocos del nacionalismo vascotienenel refuerzo de los batallones del miedo y la violencia en contra de la voluntad de paz y progreso de los muchos del resto de España. Eso es grave, pero lo es más aún el que nos estemos acostumbrando. En el País Vasco no hay libertad y la democracia, viciada por los acontecimientos, es un remedo débü de su verdadera naturaleza. Por eso hacen falta líderes a los que no les importe demasiado la popularidad. Las elecciones, cada cuatro años. M. MARTÍN FERRAND ECÍA Juan Belmente que, en los días de corrida, le crecía más la barba. Era el miedo: a perder la vida, a hacer el ridículo, a de audar a los demás, a fracasar en un empeño, a sentir en los adentros la puñalada honda de no haber sabido estar, en un momento determinado, a la altura de las circunstancias, al pasar del todo lo posible a la nada de lo imposible. El miedo es tan de los humanos como el espantarlo debe ser de los hombres. Quien no lo tiene, es un loco; quien no lo supera, o no lo aguanta, no pasa de ser, en mayor o menor grado, un cobarde. Quien lo supera, lo domina, lo vence o se lo quita de encima ya pone la primera piedra para el pedestal de héroe. Ni todos tenemos madera de héroes ni todos podemos superarlo, dominarlo, vencerlo o quitárnoslo de lo alto como para, siquiera, soñar con llegar a ese pedestaL Y todos lo hemos sufrido, en mayor o menor medida, muchísimas veces en nuestras vidas: a la oscuridad en la niñez, a las sombras de la noche, al horror a lo imprevisible, al espanto a las situaciones donde se huela el peligro, al temor a lo desconocido y, todavía más, a lo que, por conocido, se sabe las intenciones que trae. Todos esos miedos, todos juntos y uno por uno más los que cada cual pueda o quiera añadir, están viviéndose en las Vascongadas y, por extensión, en mucha España porque andamos viviendo los coletazos más indiscriminados, más salvajes, más horrendos y, al mismotiempo, más cobardes, de una manada de asesinos a los que les da igual quién sea la víctima porque saben que, sea quien sea, les servirá para lo que dios creen que puede servirle: reclamar lo irreclamable para que puedan tener la justificación que no encuentran, aunque muchos, no tanto desde la ingenuidad y hasta me atrevería a escribir desde la comphcidad, sino simple y llanamente por miedo insuperable, se la dan, para que ellos puedan seguir matando, puedan continuar homenajeando a los asesinos y puedan alardear de la razón de la fuerza cuando no tienen, ni tendrán nunca, la fuerza de la razón. D EL VENTORRILLO Clarines del miedo A los demás, en aquello de la tregua no los mataban, pero no los dejaban vivir De esos miedos incontrolables, insuperables e inapelables hemos tenido estos días ejemplos a manojitos y, por encima de todos estos adjetivos, comprensibles. Y me expMco: si uno pacta con asesinos o cómplices de asesinos sabe, desde el momento en que lo hace, que es casi imposible la marcha atrás porque, paso que se dé en ese sentido, es escalón que se sube a la posibilidad, en carne propia, del ajuste de cuenta, el tiro en la nuca o la bomba lapa. Cuando uno se sube en un tigre es difícil b arse. Pero, tarde o temprano, o sé b a o se cae y, entonces, será presa de ese tigre. Mientras se uante arriba, axmque sea a costa de que les toque a los demás eí papel de víctima, todo será llevadero. Humillante y deleznable, pero llevadero. En esa encrucijada, en ese callejón sin salida digna se ha ido metiendo el PNV por el camino de la justificación de la violencia, tüdándola, en su momento, de baja intensidaí creyéndose, que ya es creer, que fuera un logro, que ya es ingenuo, u otra cosa mucho peor que üuso, que una tregua de los de las pistolas iba en serio; o haciendo ima división, producto de ese miedo espantoso, entre los nuestros y los demás para que a los primeros no se les toque un pelo de la ropa y que lo que le pase a los segundos sea siempre, si no justificable, sí permita navegar en la indefinición no sea que se vayan a enfedar los de la capucha y se equivoquen en el saludo a la hora de buscar vma nueva víctima. ¿Es, no ya tolerable ni siquiera presentable, sino admisible que, en un Estado de Derecho, se permita hacer apología del terror aunque se esté en la raya de picadores de la interpretación de un articulo del Código Penal, o se pueda seguir pactando con quienes son, en muchos casos, porque así lo han declarado, los que señalan con el dedo a las víctimas para que los sicarios los maten? De esos miedos que se mascan pasamos a la contradicción, que es aún más espesa: los dirigentes del partido que pacta con los que matan hay veces, depende de quien sea la víctima, que hasta lloran en los entierros. ¿Cómo se puede asistir a un entierro por la mañana y a un pleno en im Ayuntamiento compartiendo mesa y gobierno con los que jamás han hecho el mínimo gesto de repulsa de im asesinato? Estas pr untas siempre han tenido, para muchos, la respuesta más clara, concisa y contundente: por miedo. Y ya, desde que el otro día el alcalde de Marquina lo dijo así de claro, ya no es que sea opinión de muchos, sino el hecho objetivo de quien dijo que sí a dejarle la casa consistorial para homenajear a vmos asesinos convictos y confesos, que miuieron cuando iban a seguir matando, porque sentía ese miedo que no sólo le hacía crecer la barba sino que le hacía empequeñecer hasta la nada en su condición himiana. No por nada, sino porque, vencido y vendido por el miedo, derrotado y humillado por el pavor, ya formará parte de esa lista, ¿cuántos serán los que son? que claudicando de todo lo que haga íalta, comulgando con las ruedas de molino de conservar la vida aunque la vivan de rodillas y estando a merced de sus verdugos, siempre temerán lo que se ve venir que, en cuanto le contradigan lo más mínimo, les puede tocar a ellos. A los demás, en aquello de la tregua no los mataban, pero no los dejaban vivir. A ellos, ahora, es el miedo el que no los deja vivir, avmque sus socios no los maten. Clarines del miedo que los atenaza porque temen que, por ellos, terminen doblando las campanas. Manuel RAMÍREZ -Cada verano es mayor el número de conductores que se quedan sin ver los incendios forestales, porque mueren en accidentes de circulación.

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