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ABC MADRID 22-08-2000 página 69
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ABC MADRID 22-08-2000 página 69

  • EdiciónABC, MADRID
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2 S: ABC MARTES 22- 8- 2000 69 gente de verano VEJER DE LA FRONTERA (CÁDIZ) Cuaderno de estío los niños les pasa como a las veletas: les afecta mucho el cambio de aires. Sopla Levante, se despeja el Estrecho y rastrilla el cielo para que desde la terraza de Caroline Gross se divisen de noche las luces de Tánger. Se compró la casa en la judería de Vejer- que como tantos otros pueblos blancos se ganó el sobrenombre de la frontera por ser durante décadas tierra de disputa entre moros y cristianos- porque quería un balcón sobre su querida África, adonde tantas veces ha viajado y donde tantas veces se prometió no volver, sin conseguirlo. Venenos que no tienen cura. Co: mo el hambre de viento de las veletas. Cuando niños las miramos, entre cigüeñas que mascan estopa como si les castañetearan las muelas y gallos de hojalata, como el que subido a la terraza de Caroline le dice a Fabián de dónde viene el viento. A Fabián no le importa todavía, él come, duerme, abre los ojos, juega, sonríe y de tarde en tarde llora. La veleta de su casa, mientras tanto, da vueltas, se deja marear por los vientos que suben desde el mar, La Janda del río Barbate y la serranía que lleva a Medina Sidonia, que también pone a sus luces en danza cuando cae la noche y se van quedando desiertas las empinadas callejuelas de Vejer, por las que anduvieron desde Guzmán el Bueno a Edward Kennedy, pasando por Miguel Primo de Rivera, burros, anarquistas, milicianos, moros del Rifa las órdenes de Franco, falangistas y, hasta fecha reciente, cobijadas, que como cuenta el libro Memoria de Vejer no dejaban ver a quien no querían, sino un solo ojo, desde el que dominaban el mundo circundante, vestidas de negro de la cabeza a los pies, como saudíes, iraníes o afganas de hoy día. La mujer, consciente del juego de miradas y relámpa- gos de cara, alimentaba, a menudo, el deseo y la pasión que la superioridad del misterio le otorga A veces la mujer desvela el secreto y, al alirir el manto, el galán enamorado descubre su interior, entre, los colones vivos del forro de seda o raso- verde, rosa o turquesa- la blancura de una camisa adornada de encajes o provocativamente calada, unas mejillas sonrosadas y unos ojos chispeantes Novelas que encienden las fotografías antiguas, teatro que la memoria imagina, estampas de cobijadas que tanto dicen del pasado común, cuando el Estrecho no era frontera, sino río del inísmq reino, cristianas que parecen moras, moras que parecen cristianas. Cantan las campanas como si mezclaran cal viva con vino de rosas, como si echaran al aire las penas para que se las llevara el viento de Levante, como si agitaran cuentas para que la noche fuera fresca y llevadera. Cantan las campanas de Vejer a todas horas mientras la tarde pasa con sosiego de arriero antiguo, como las calles iluminadas de blanco, que es el color de los que saben enamorar al sol y ahuyentarlo para que no se apasione tanto que lastime. En esto del blanco hay que saber los quites, ahuyentar olores y pestes con caligrafía de enjabelgador, tinta que sabe de sombras y de vanos, de arcos y celosías, de aljibes y anaferas, zaguanes y lebrillos, palmeras y limoneros. Hace tiempo que fui A La veleta y el niño s Corína Arranz El niño Fabián y el gallo de la veleta niño pero no se me ha olvidado ni el agua de los pozos ni el vuelo de las cigüeñas, la espadaña de la plaza de la Consolación y el ringorrango de las campanas, el vuelo vertiginoso de las cometas y el dibujo de las veletas. El niño mira al gallo de hojalata, que a veces es gallo de hierro, silueta de cresta, pico y espolones, y recuerda un cuento que le contaron, de sombra, calor y lagarto, con el viento tan calmo que parecía muerto y él todo orejas, bebiendo las palabras como quien bebe vientos. Beber los vientos por las chicas fue otra edad de plata del- niño que dejó doblados los pantalo- N- iv II- EYuerto ele Santa Ma ía Y J rez de- í Jí la Frontera cáci Vejer de af frontera o. Océano Atlántico Mediterráneo- Igeeiras Sibroltar nes cortos para siempre y empezó a hacer el ganso como si tuviera planta de veleta. Pero a veces vuelve a asomarse a la terraza, a la torre que, como la de la iglesia de Vejer de la Frontera, fue antes alminar, como la iglesia fue mezquita, y a poner, como Fabián, ojos de niño que mira el mar, marinerito, hijo de la veleta, que se sube a lo alto de la cal y compra cielos de añil para que cuando crezca sepa. de donde viene el viento y que lo importante no es vivir, sino navegar. Pues. eso. Alfonso ARMADA Tarifa Ceuta r

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