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ABC MADRID 20-08-2000 página 3
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ABC MADRID 20-08-2000 página 3

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ABC DOMINGO 20- 8- 2000 EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA PM una cuestión para los estudiosos: llevado de su afán patriótico, ¿no habría distorsionado Manzoni la verdadera situación de aquel Milán español? Curiosamente ese fue un gran debate suscitado en Italia hace cosa de medio siglo. Y lo sé muy bien porque, de forma inesperada, me vi envuelto en eUo. -Las cosas ocurrieron así: en abrü. de, 1950 acudí a Ñapóles para buscar en su Archivo de Estado documentación referente a las relaciones entre España e Italia en FUNDADO EN 1903 POR DON- TORCUATO LuCA DE T E N A La novela histórica S evidente que la novela his- tórica iiene buena aceptación. Pero eso no es cosa de nuestros días, como podría creerse por el éxito actual logrado por Noah Gordon, con El último judío, o por Miguel Delibes con El hereje. Y no digamos por Umberto Eco con El nombre de la rosa, cuyo brillante arranque, por cierto, tanto recuerda al imaginado por Voltaire en su divertidísimo relato Zadig (y asombra que nadie sé haya percatado de ello, si es que asombrarnos podemos, por el olvido en que han caído los grandes escritores del siglo XVIII) Ahora bien, ese atractivo, esa buena acó- gida popular de la novela histórica, -no es cosa de nuestros días. En mis tiempos jliveniles, por lo, tanto aUá por la II Repúbli, ca, obras como Rob Roy o como Ivanhoe, ambas de Walter Scott, aparecidas en 1817 y 1820, seguían siendo leídas, comentadas y celebradas; cómalo eran Los tres mosquea: teros, de Alejandro Dumas, aparecida en 1844, y que todavía no tiene rival en las. novelas de capa y espada. Sienkiewicz logró su Premio Nobel en 1905 gracias a la fama conseguida por Quo vadis? publicada en 1895. Hacia 1950 todo el mundo quería leer al escritor finlandés Mika Waltari, sobre todo por su novela Sinuhé el egipcio. Si incorporamos títulos como Guerra y paz, de León Tolstói, o Lo que el viéntase llevó, de Margaret Mitcheü, de muy desigual calidad literaria pero de similar impacto popular, parece incuestionable la notable repercusión de la novela histórica sobre el lector medio. Sin embargo, no sé hasta qué punto esa fama es igualmente valorada por los propios creadores o por los críticos. Dejando aparte obras como Guerra y pa: f, que por su épica grandeza están fuera de toda discusión, lipark ni) pocos la novela histórica es una especie de género híbrido que no acaba de ser ni novela ni historia, y como tal puesto bajo sospecha. Recuerdo la dura crítica de una escritora a la que yo admiraba mucho, cuando tuvo en sus manos mi novela Z Príncipe rebelde. Un caso particular es el de aquel autor que no trata de evocar un pasado misterioso, más propicio a, las fantásticas aventuras, sino el de poder expresar con más libertad su pensamiento para combatir una censura opresiva; espera contar con la complicidad del lector para que cargue todas sus protestas contra el régimen imperante, con la consiguiente consigna de rebelión. Tal fue, en efecto, lo ocurrido con la novela de Alejandro Manzoni Los novios, en la que, al presentarse la insufrible opresión del dominio español sobre el MUán del siglo XIX, se trataba de combatir el poder austríaco del siglo XIX. Pues Manzoni era un gran patriota y trataba de luchar por la libertad de Italia con la mejor arma de que disponía: su pluma. Sólo que de ese modo se alzaría pronto Siendo tan viejo como era, aquella empresa quedaba fuera de su alcance. ¿Querría yo hacerla en su nombre? Ni que decir que acepté el reto. Y el resultado fue que encontrase en Simancas el proceso incoado al gobernador español de Milán, Gonzalo Fernández de Córdoba (un tataranieto del Gran Capitán) Y como Nicolini sospechaba. Olivares había procedido contra él por su blandura en la crisis mUanesa de 1627. Por lo tanto, una prueba de la escasa base histórica del relato. de Manzoni. Y eso nos plantea una cuestión: ¿Cuál es la mejor manera de afrontar una novela histórica? O dicho de otro modo: ¿quién está en mejores condiciones de hacerlo, el novelista o el historiador? El novelista tendrá que informarse sobre una época que desconoce; el historiador tendrá que acudir a un estilo narrativo que no es el suyo. Uno y otro están expuestos a cometer fallos, si bien el lector perdonará más fácilmente los anacronismos del novelista, siempre que no Sean demasiado escandalosos, que la insipidez del historiador. Que se presente a un marino hacia 1550 manejando un catalejo cuando su nave se acerca a la costa, resulta admisible, entre otras cosas porque el lector no sabe bien si ese instrumento se inventó medio siglo después; en cambio, no toleraría que aquel capitán estuviese al frente de un barco de vapor. Los anacronismos exagerados arrojarían, sin duda alguna, al novelista: y a la novela a los infiernos, si es que no se declara abiertamente esa intención, como Mark Twain en su célebre relato Un yanqui en la Corte del Rey Arturo. Pero en general, parece que al novelista le resulta más fácü su tarea. Le basta con una prudente información sobre la época escogida. Claro que su obra ganará en calidad cuanto más tome en serio esa fase previa, como lo hizo Pushkin en su novela La hija del capitán, publicada en 1836, un año antes de su muerte, después de un cuidadoso estudio sobre la terrible rebelión de Pugachev contra Catalina n. Y no de otro modo procedió Pío Baroja cuando quiso novelar las aventuras de Aviraneta, acudiendo no: sólo a los archivos, sino también á los lugares frecuentados por aquel personaje, como cuando nos describe en El aprendiz de conspirador la vüla de Laguardia en 1837; no lo hace desde su cuarto de escritor, sino yendo él mismo a Laguardia. Cierto que novelistas como Baroja nunca hubo muchos. Pero yo diría que existe una tercera vía: la que puede seguir aquel que habiendo tenido que dejar su vocación de escritor por el oficio de historiador, al cabo de los años decide volver por sus fueros, para novelar la época a la que dedicó media vida. Y de eso hemos de hablar. MANUEL FERNÁNDEZ ALVÁREZ Al presentarse la insufriblíe opresión del dominio español sobre el Milán del siglo XIX, se trataba de combatir el poder austríaco del siglo XIX la época del Conde- Duque de Olivares. Así pude conocer a im archivero, Benedétto Nicolini, con el que hice algo de amistad. Era hijo del más destacado colaborador de Benedétto Croce, Fausto Nicolini. Y él me puso en contacto con su padre. El viejo Nicolini fue el que me informó sobre la polémica entonces entablada entre los historiadores que, como Quazza, creían en las huenas fuentes históricas manejadas por Manzoni, y los que, como el propio Nicolini, tenían todas las dudas del mundo. Para el historiador napolitano, la respuesta no estaba en los archivos italianos, sino en el español de Simancas. p 4 Í ALARMA PISO NEGOCIO CHALET Ultima Teoiologio ¡SIN CABLES Vía Radio SIN OBRAS PTAS. DIA i 366 366 de la Real Academia de la Historia

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