Archivo ABC
ArchivoHemeroteca
ABC MADRID 18-08-2000 página 78
ABC MADRID 18-08-2000 página 78
Ir a detalle de periódico

ABC MADRID 18-08-2000 página 78

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página78
Más información

Descripción

78 VIERNES 18- 8- 2000 ABC gente de verano Relato de Juan Manuel de Prada Pulp RGtJon (y VI) El protagonista en un acto desesperado sale en la búsqueda de Bela Daninsky, el hipnotizador que ha intercambiado el alma de su conservadora esposa con la de una chabacana mujer. En medio de la confusión y de sensaciones ambivalentes, el afectado recuerda la apatía en la que está sumida su vida matrimonial, al mismo tiempo que observa con horror cómo sus fantasías de tener una mujer más lasciva y vulgar se ha hecho realidad ay que ver qué elegante se ha puesto! -me saludó Daninsky, con un retintín guasón o alevoso. Y, volviéndose hacia la; penumbra de la habitación, explicó- Es el señor de anoche, Bárbara, que viene con traje de gala y alpargatas a presentarnos sus respetos. Daninsky vestía un pijama con motivos chinescos que veinte años atrás quizá hubiese merecido, el calificativo de suntuoso; el uso y unas relaciones conflictivas con el jabón lo habían convertido en un harapo ennegrecido por el sudor y otros flujos corporales menos nobles. Tardaron mis ojos en habituarse a la penumbra y en distinguü- los contornos de la habitación o cuchitril donde aquel individuo desaprensivo había secuestrado el alma de Adela. Sobre ima cama que más bien parecía un jergón descansaba una caja oblonga de madera negra, que al principio confundí con un ataúd; un examen más sosegado mé permitió distinguir que se trataba dé uno de esos cachivaches con ranuras y cajones de doble fondo que los prestidigitadores usan, para fingir que seccionan en pedacitos a sus ayudantas. Dentro se hallaba Bárbara, o, mejor dicho, el caparazón carnal de Bárbara, en postura yacente. Daninsky había abierto im postigo en la tapadera del catafalco que permitía ver el. rostro, blanco conio la tiza, de la falsa Bárbara; me bastó reparar en su mirada, desvalida y amedrentada, a xm punto de las lágrimas, para concluir que, bajo los ras. gos soeces y calentorros de aquella mujer; anidaba el espíritu enjaulado de Adela, aguardando su rescate. Precisamente, estaba ensayando con Bárbara el numerito del próximo programa- -se excusó Daninsky; tenía los cabellos revueltos y las facciones embrutecidas por los; placeres criminales- Si me disculpa... Introdujo con saña un se- rrucho que descansaba sobre las sábanas en la ranura que separaba el postigo abierto del resto de la caja. El metal fue penetrando poco a poco, con un rimior de huesos tronzados, justo donde el cuello de la falsa Bárbara desembocaba. en las clavículas. Cincuenta dedos fríos como el mármol me recorrieron la espalda cuando pensé en la posibilidad de que el espíritu de mi mujer resultase decapitado. Había en aquella habitación ún olor de letrina o barracón militar. Daninsky completóla disección fingida; cuando extrajo el serrucho de la ranmra, la hoja de metal no mostraba vestigios sanguinolentos. La falsa Bárbara esbozó un tímido gesto de alivio, afcomprobar que permanecía üesa, pero evitó mayores efusiones, como si permaneciera en trance. -A otro ratón con ese queso, Daninsky- -escupí- Usted sabe tan bien como yo que esa mujer nb es Bárbara, sino mi esposa Adela. Daninsky ensayó ím gesto de desagrado, como él aristócrata que prueba una sopa demasiado insípida. Entre las ranuras de la persiana, se fütrabanma luz tuberculosa que se posaba sobre sus ojos: distinguí el brillo pavonado de sus pupüas, los sutilísimos vasos sanguíneos que enrojecían su córnea, las cuencas lóbregas, las cejas hirsutas y feroces. -Déjese de monsergas- -dijo, con afectado desdén- ¿No se da cuenta de que está delirando? ¿No ve que esa señorita de la caja es mi secretaria? -Apartó la tapadera que vedaba la contemplación de su cuerpo- ¿Desde cuándo su mujer es tan exuberante? La falsa Bárbara estaba desnuda, despojada de aquel vestidito míni- mo que a duras penas velaba sus vergüenzas en el programa televisivo. Me produjo un vértigo acongojante contemplar la piel blanca de Bárbara, algo magullada quizá por el vicio, pero todavía manipulable, los senos como un gran mapamundi lunar en reposo, los muslos que apenas podían cobijarse en la angostura de la caja, el pubis negrísimo, como lin altar erigido al pecado. Su garganta no exhibía los estragos de la sierra, ni siquiera la más leve cicatriz. -Venga, amigo, no se engolosine tanto, que ya lo veo lanzándose sobre el cuerpo del delito- -se carcajeó Daninsky- Aquí, como ve, no hay trampa ni cartón. Mi frente había empezado a trasudar un líquido espeso, como si una Vaca me la hubiese lamido con su gran lengua afiebrada. La ira me había trepado al pecho; agarré a Daninsky por las solapas de su pijama de motivos chinescos y lo zarandeé con ün frenesí homicida. ¡Devuélvame ahora mismo a mi esposa o le pico los bofes! Daninsky no dimitía de su sonrisa obscena y despectiva: -Si no me suelta, tendré que defenderme, y quizá lo lamente... Sobre la cama o jergón, Daninsky había dejado el serrucho con el que acababa de completar su truco. Lo blandí amenazadoramente y lo arrimé a su gaznate. ¡No me soliviante más! ¿Cree que soy güipoUas, o qué? Ayer, durante la sesión de hipnosis, me pegó el cambiazo. Supongo que ya estaría harto de esta tía salida que tiene por criada y sustituyó su alma por la de mi esposa, que es una mujer decente y como Dios manda. Un goterón de sangre desfilaba por su cuello, como una joya líquida. El rostro de Daninsky había adquirido, de repente, una palidez pétrea, casi müénaria. Apartó la hoja del serrucho que dificultaba su respiración con el mismo desapego con que, al volver del programa televisivo, se habría despojado de su corbata de pajarita. Mi furor, de repente, se había aplacado. -Está bien- -consintió Si usted prefiere volver al tedio matrimonial de siempre, aUá se las componga. Pero que conste que lo hice por, su provecho. ¿Cómo que por mi provecho? -Sí, hombre, sí, por su provecho. Durante la sesión dé hipnosis a Adela penetré también sus pensamientos, y supe así que a usted le hubiese gustado estar casado con ima mujer menos pudorosa, menos mo. jigata, más cachondona, para entendernos. Una mujer como, Bárbara. Así que hice un trueque entre sus almas, empleando técnicas aprendidas en mi tierra natal. Me abochornó que aquel individuo execrable hubiese saqueado mis secretos mejor custodiados. Afectando unos modales agresivos, lo conminé: Pues se equivocaba. Yo estoy con Adela a partir un piñón. Devuélvamela de inmediato. El hipnotizador ensayó unos pases en la penumbra de la habitación. A los olores fétidos que atestaban la atmósfera sé sumó de repente un perfume calenturiento y chabacano. Bárbara- -ahora sí, la verdadera Bárbara- -se remejió voluptuosamente en la caja oblonga, como si sé desperezara, y arqueó la espalda, para resaltar la arquitectura im poco asimétrica de sus senos. Ya puede irse. En su casa- lo espera la estrecha de su mujer- -me informó Daninsky, cabizbajo y contrito. Antes de abandonar el cuchitrü, lancé una mirada de vergonzante nostalgia al cuerpo feraz de la ayudanta o lacaya o criada de Daninsky, que ya nunca cataría. Regresé a casa a la carrera, hasta donde me lo permitían los impedimentos de las chancletas y los michelines, para que la fatiga me impidiese albergar síntomas de arrepentimiento. No podía imaginarme que allí me aguardaba, derrumbado sobre la cama que acogía desde hacía quince años nuestros tedios conyugales, encharcado de sangre, el cadáver decapitado de Adela, mi querida Adela, para siempre mía y sólo mía. ffgg l u A. tX 3

Te puede interesar

Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.