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ABC MADRID 10-08-2000 página 67
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ABC MADRID 10-08-2000 página 67

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC JUEVES 10- 8 2000 67 gente de verano Cuaderno de estío Cabezas de St- ildo en una tienda de Valencia CHINCHILLA (ALBACETE) scribe Cioran en sus Cuadernos publicados ahora, cinco años después de su muerte: Cada luip de nosotros está encerrado detrás de barrotes más o menos visibles Se Uama Dolores y está sentada en el suelo, junto a la plaza del Ayvmtamiento valenciano. Es pequeña y flaca. Tiene los pies sucios y engarabitados, y el rostro y las manos tan arrugados como una nuez. Mira con ojos de agua y habla a solas, una mano flaccida extendida sin ninguna confianza en la caridad pública y mucho menos en la revolución de los pobres de la tierra. Vestida con un sari de colores vivísimos parece una gitana venida de Hungría o de la India. Pero en realidad nació en Manzanares el Real y es tan vieja que no recuerda su edad. Duermo en una caja de cartón, donde puedo. Tengo cuatro hijos, pero se casaron y no sé dónde andan. Nadie se cuida de mí. Estuve trabajando el campo, recogiendo chicharros y en la vendimia, toda la vida trabajando, en Villarrobledo, La Roda y La Gineta Tampoco recuerda cuándo se vino a Valencia. Dolores tiene un acento de gitana manchega complicado por la orfandad dental casi vmánime de su boca, y que acentúa la blandura de los pómulos hundidos, surcados por grietas tan hondas como desfiladeros. Tiene los dedos historiados de aniUos de antigua orfebrería, baratijas que se le han ido acostumbrando a la carne escasa de las falanges, como un esqueleto que se insinuara en este espectro de mujer en la que casi nadie repara, garabato de colores contra la velocidad de crucero del verano. Cuatro o cinco calles. Todas las librerías parecen cerradas a cal y canto por la canícula valenciana. No queda más remedio que volver al Corte Inglés. Pero ni rastro de la Ruta de don Quijote y Sancho Azorín sigue al margen de los caminos contemporáneos. Tampoco tienen ningún ejemplar en Seguros El Apocalipsis, y más vale no preguntar en El Libanes, donde las relaciones entre los camareros no pasan por su mejor momento. Tararea un taxista una copla clásica frente E Fotos: Corina Arranz El eterno verano de los pobres a una tienda de moda que proclama sus rebajas en varias lenguas amontonando cabezas de poliuretano expandido y azul cobalto. ¿Rebajas de cerebros? ¿Rebajas para descerebrados? ¿Rebajas para ejecutados? ¿Rebajas para perder la. cabeza? Antenas finas sobre los tejados de Valencia. Treinta y cinco grados a la sombra. Aparcamiento subterráneo de la plaza de Tetuán. Todo parece en manos de las máquinas, hasta el hilo musical, que envuelve las plantas impecables. Avisos en todas las bocas: Pague antes de salir en las máquinas automáticas El único ser humano, un negro que abrillanta los suelos. Salimos de Valencia como si huyéramos de algo, sin saber muy bien de qué se trata. Adelantamos a un gran camión azul con matrícula de Albacete y la caja herméticamente cerrada por un inmaculado toldo azul. En la trasera, grandes letras blancas en semicírculo: BiUy Joe y, debajo, Blanca. En el costado. Transportes La Loba. El día está tan ardiente como cuando salió don Quijote a los campos de Montiel y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera Cerca de Almansa, un bosque de molinos de viento es un sembrado eólico de aspas muertas. No se mueve una hoja, si hoja hubiera, pero el bueno de Don Quijote no hubiera sobrevivido a tamaños aspavientos tecnológicos. El desvío es a la altura de Horma, estación de ferrocarril de Chinchüla, en la carretera entre Almansa y Albacete. El horizonte se amplía súbitamente, con grandes. planicies de tierra arada y roja, trigonometría segada y amarUla y árboles tan solitarios bajo el sol imparcial de agosto que resultan admirables. Los árboles siempre sorprenden por su creciente rareza en los paisajes españoles. Pasa xm tren pegado a la vía como si. Dolores tiene un acento de gitana manchega complicado por la orfandad dental casi unánime de su boca, y que acentúa la blandura de los pómulos hundidos, surcados por grietas tan hondas como desfiladeros tuviera vértigo. No se ve ni ün alma. Hasta que entramos en Casa Gualda. Una bandada de palomas levanta el vuelo de las sierras de grano y se refugia en los alféizares del granero enjalbegado. Ladra un perro sin convicción y subraya el süencio fresco de la dehesa. La brisa es levísima, como si temiera despertar las ramas bajas de los pinos. Empieza a acostarse el sol sobre las copas, entre voces de niños que vuelven de recorrer pistas forestales en bicicleta. Se cruzan con las larguísimas sombras de los troncos, y de la casa, que parece acostarse sobre su propia umbría. La noche comienza a instalarse en el campo mientras Dolores, en Valencia, esta- rá buscando dónde dormir. Alfonso ARMADA

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