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ABC MADRID 08-08-2000 página 38
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  • EdiciónABC, MADRID
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38 CULTURA ADIÓS AL BRITÁNICO IMPASIBLE MARTES 8- 8- 2000 ABC Gran Bretaña despide en silencio a sir Alee Guinness, el último gran actor del siglo La muerte de Alee Guinness a los 86 años en un hospital del condado de. Sussex, que ABC recogió ayer en su segunda edición, no ha r conmocionado a Gran Bretaña, que parece algo avergonzada por haber tardado más de un día en darse cuenta de su fallecimiento. En la BBC alguien explicaba que el haber muerto de forma casi inadvertida era una muestra más de la increíble timidez del actor LONDRES. José Manuel Costa a muerte de Alee Guinness debiera abrir una profunda herida en la identidad inglesa. De los Olivier, Gielgud, Richardson, la última expresión del teatro post- victoriano, ya sólo queda una mujer, la gran Judy Dench. Con Alee Guinness se ha ido el penúltimo de los trozos que componian esa identidad y en un mundo y un teatro de héroes masculinos, el vacío es ya casi completo. Sobre lo peciüiarmente británico de Guinness no caben demasiadas dudas. Pero ayer, ante las necrológicas enjaretadas por los diarios británicos tan aprisa y corriendo como las de todo el mundo, imo caía en la impresión de que no se sabe mucho más. El país parece incluso algo avergonzado por haber tardado más de im día en darse cuenta del fallecimiento, y en la BBC alguien explicaba que eso es una muestra más de su increíble timidez. Haber muerto de forma casi inadvertida Es una excusa extremadamente británica, que se antoja algo estrambótica en una nación donde los más mínimos acontecimientos personales, verdaderos o ficticios, están sometidos a un escrutinio agobiante. John MUls, otro histórico compañero de los principios de Guinness- -aimque actor aún más lugareño- declaraba muy emocionado que Alee era muy, muy inusual. En primer lugar, claro, era im grandísimo actor, pero, también, era extremadamente retirado, tímido, encantador y profesaba ima enorme humildad En su autobiografía Guinness parecía observar el mimdo con mirada de entomólogo, el sabio distraído y ocxurente que puede amar pero nunca sentirse identificado con el resto de la creación, mucho más si no ha nacido en estas umbrosas islas. Alee Guinness ha muerto en la campiña inglesa y sus compatriotas, de vacaciones, no han reaccionado con demasiados reflejos. Pero le echarán de menos. L Hn -i ¿Ifi f i ir if I kii I if 4 f 1 1 U V... I -U U W riiTiii WI I. W I V. V- M Macbeth. Sobre estas líneas, en su actuación en la película Monseñor Quijote basada en la novela homónima de Graham Greene Guinness y la muerte a muerte de Alee Guinness me pilla en un pueblo costero que lame el Mediterráneo. El sol fríe a los veraneantes mientras yo me refugio en vm cuarto húmedo y solitario al que se asoma, impertinente, ima buganvilla. Leo los periódicos, veo la televisión, y hago un esfuerzo- -el sonido de las abejas libando en las flores de la ventana me distrae- -para acordarme de aquel Londres en el que viví y en donde el teatro acabó por convertirse en mi más profunda razón de ser. Intento fijar en mi memoria la primera vez que vi a Guinness sobre im escenario y no lo consigo. ¿Una noche después de im paseo por Green Park? ¿O a la salida de un restaurante italiano en el Soho? Lucho contra la imagen que conservo de él en las películas y busco su cara, su voz y su gesto, en aquella obra que se me ha perdido en el tiempo y que debe de andar olvidada en algún bolsillo de esos pantalones que ya no L me pongo porque se me quedaron estrechos. Tal vez ésta sea la dramática grandeza del teatro. Si estuviese en Madrid, podría acercarme a la tienda de la esquina y comprar m vídeo de El puente sobre el río Kwai o de aquella deliciosa comedia que se Uamaba El quinteto de la muerte en la que el humor británico hacía saltar todos los goznes del aburrimiento, pero me sería imposible encontrar ima sola de sus interpretaciones teatrales. ¡Qué absurdo y qué hermoso! Como decía Shakespeare, estamos hechos de la misma materia de los sueños y sólo despertamos cuando alguien escribe- -como yo en este caso- -ima dolorida nota necrológica. Alee Guinness tenía la asombrosa virtud de saber desdoblarse en múltiples personajes, sin perder, en esta peligrosísima transformación, nada de sí mismo. Tengo la impresión- -no puedo afirmarlo porque nunca hablé con él- -que se burlaba socarronamente de los atormentados discípulos del Actor s Studio, esos que para representar que han asesinado a su padre se sienten en la obligación de matarlo antes. La credibilidad de los actores como él, se basa más en la técnica que en las emociones. Cuando se interpreta el Rey Lear por ejemplo, lo importante no es que el actor se coimiueva sino que lloren los espectadores. Alguien me contaba no hace mucho, que Laurence Olivier, un día, al acabar la representación de Edipo en el Oíd Vic, se sacó unas lentUlas que Uevaba para fingir la ceguera del personaje y le dijo, enjugándose las lágrimas, a un amigo que le esperaba entre cajas: Bueno, ¿y ahora dónde vamos a cenar? Me duele tener que decirlo, pero los comediantes ingleses son mejores que los nuestros. Actúan en los teatros porque lo consideran, sobre

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