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ABC MADRID 07-08-2000 página 78
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ABC MADRID 07-08-2000 página 78

  • EdiciónABC, MADRID
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78 LUNES 7- 8- 2000 ABC gente de verano Relato de Lorenzo Silva Operación Termopilas (y Vil) El protagonista sigue contándole al juez cómo uno de los viejos amigos de Universidad- a los que ha convencido para que le acompañen a una juerga en w, que logran recuperar su espíritu revoludonario y combativo de entoiices- se salta una de las normas acordadas antes del encuentro. Y con más de 5.000 pesetas en el bolsillo les lleva a una casa de citas donde el acusado descubre a una joven temblorosa. 7. POR SIEMPRE JÓVENES y ííti ¡ríf p stá usted enamorado, Señoría? Bueno, no responda si no le apetece. Supongo que si no lo está, lo habrá estado alguna l H vez. Necesito que entienda lo que me pasó. Al ver a la chica, I después de tantísimo tiempo. No se me ociu re otra palabra 9 H para describirlo. No me importa no encontrar otra palabra, tampoco. No hace falta que le cuente cómo era ella, pero déjeme recordarla. CabeUo castaño claro, ojos negros enormes. De estatura mediana, hombros pálidos. El pecho escueto, en su sitio y su sazón. Y aquella mirada, como si estuviera asomada al agujero de ima escopeta a pimto de dispararse. La conseguí porque estaba dispuesto a conseguirla como fuera, y porque ella estaba demasiado anulada para resistirse. Pero la traté en todo momento con delicadeza, o con lo más parecido a la delicadeza que tm puerco como yo es capaz de mostrar. Eso se lo juro, Señoría. La Uevé a la mesa donde estaban mis compañeros, con sus dos cuarteronas exuberantes. Bernabé abrió unos ojos como platos. -Vaya, Roberto- dijo- Qué fuerte. ¿Cómo te llamas? -le pregunté a eUa. -Ainhoa- murmuró, con una vocecita quebradiza. -Ésta es Ainhoa- la presenté- Y éstos son mis amigos del alma, Bernabé y Alfonso, Y dos amigas. -Encantada- se la oyó apenas. -Bueno, ahora que estamos al completo- anoté, sin perder más tiempo- creo que tenemos que rematar el homenaje. ¿Cómo? -pregimtó Alfonso. -Nos falta el colofón- dije- Propongo que llevemos a las chicas. ¿Adonde? -volvió a pregimtar Alfonso. -Ya veo- adivinó Bernabé- ¿A la estatua o a la Real Academia? -Tú eliges- le ofrecí. ¿Qué? -dijo Alfonso, que seguía sin entender nada. -K- A la Academia- decidió Bernabé- Lo otro es im lanzazo a moro muerto. No tiene ningún aliciente. Pero la Academia, ya que contamos con tm prolífico escritor en el grupo... -No hace falta que lo justifiques -le atajé- Vamos. No costó persuadir a las mujeres. Bernabé enseñó el taco de bUletes y recurrió a su savoirfaire para convencerlas. A Alfonso, que estaba totalmente mamado, nos costó im buen rato hacerle comprender de qué se trataba. En cuanto a Ainhoa, se habría dejado Uevar a cualquier sitio, como un cordero. Le estreché la mano, para tratar de infundirle confianza. Quizá eso la inquietó más. Cogimos dos taxis. En imo subió Bernabé con las dos venezolanas. En el otro montamos a Alfonso en el asiento del copUoto y Ainhoa y yo subimos atrás. El taxista nos observó de reojo por el retrovisor. Cualquiera que fuera su juicio, optó por callárselo. Mientras bajábamos por la Castellana, viendo pasar las luces y las estatuas de las rotondas, me pregunté a mí mismo si iba a tener el aplomo necesario. Miré el perfil de Ainhoa y me jviré que sí. Bajamos de los taxis en la esquina de los Jerónimos. Componíamos un grupo inverosímil. Las dos altas venezolanas, los dos cincuentones presumidos, la tierna muchacha despavorida y el gordo repugnante y desastrado que era yo. Pero no podía fijarme en eso, ni dejar que nadie más se fijase. Así que tomé la palabra, porque la palabra es el único sortilegio conocido para negar lo notorio y hacer creíble lo que nadie sería capaz de creerse: -Queridos compañeros, distinguidas invitadas, aquí estamos. Puede decirse que un hombre resiste mientras resisten los ritos de su juventud. Confieso que no esperaba que me acompañaríais hasta aquí. Que os daba por perdidos, cómo a mí mismo. Pero aquí estamos, ebrios como legionarios, con estas bellas damas que no habrían deshonrado una de nuestras viejas noches de gloria. Y aquí os pido, hermanos, que renovemos nuestro ritual. ¿No es adorable, este gordo cabrón? -gritó Bernabé. -Cabrón e hijo de puta- murmuró Alfonso- Pero sí. Venga, tíos, que voy demasiado ciego, hagámoslo de una vez. -Antes quiero que nos recuerdes una cosa- le detuve. -Qué- suspiró. -Termopilas- dije. Alfonso me miró, incrédulo. Pero ya estaba vencido. -Joder- farfulló- Cómo iba. Espera. Honor a todos aquellos que en su vida... mierda, ...fijaron y defendieron unas Termópüas. Sin jamás apartarse del deber, justos y rectos en todos sus actos... Siguió, a trancas y barrancas. Lo recordó, hasta el final. En toda mi vida. Señoría, no he escuchado im poema más formidable que el que salió de los labios de aquel borracho corrompido. Dejé que me envolviera, mientras luchaba por mantener el equilibrio y por no perder de vista a Bernabé. AUí estábamos, por última vez puros. Era un milagro, y me pertenecía. Fui el primero en acercarme a la pared de la Real Academia y abrirme la bragueta. Ellos tardaron un poco, y eso me dio la ventaja que necesitaba. En este punto del relato. Señoría, quizá necesite usted un porqué. Quizá sea porque espera que voy a dárselo por lo que ha aguantado usted estoicamente mi narración premiosa y demencial. Pues bien, no tengo un porqué, sino un enjambre de ellos, avmque no espero que ninguno vaya a convencerle. Podría decirle que lo hice por higiene, porque no era conforme al orden natural que tres tipos como nosotros tuviéramos todo lo que teníamos, mientras tanta gente Uena de vida y de esperanza carecía de lo más ünprescindible. Podría decir que lo hice por una cuestión de espacio, por todo el hueco que ocupábamos los tres (yo con mis libros y mis exposiciones anodinas, Bernabé con sus casas y sus campos de golf, Alfonso con su usurpación farisea de la difunta izquierda revolucionaria) faltando como faltaba sitio para otros que tenían algo decente que ofrecer. Podría decirle que lo hice por una cuestión de justicia, porque hacía años que habíamos dejado de servir al bien de los demás y a nuestro propio bien, porque habíamos arramblado con lo que no era nuestro y eso nos había convertido en un tumor que había que extirpar. La vida es muy cruel, Señoría. Un día uno tiene veinte años y siente el pecho Ueno de rosas nuevas, de promesas de regeneración del mundo. Y al día siguiente uno lo ha jodido todo y es la basura que hay que retirar para que el mundo no apeste. Pero creo que lo hice sobre todo por ellos, por nosotros. Quise que el tiempo se les detuviera ahí, meando contra la pared de la Real Academia Española, como cuando teníamos veinte años, mientras dos putas venezolanas y vma niña angelical los observaban estupefactas. Quise redimirlos de todo lo demás, de su mezquindad, de sus abdicaciones, de su mugre. Quise recordarlos para siempre así, meándose encima de la autoridad que nos había derrotado, que no era la de la Real Academia, claro, los símbolos en sí no son nada, sino la que prefería que una chusma innoble y ventajista dictara el cvurso de las cosas; Quise, en fin, que siempre fueran limpios e indómitos. Por siempre jóvenes. Así que saqué el revólver que Uevaba metido bajo el pantalón, el que la camisa me había ayudado a encubrir y mi abyección me había enseñado a manejar. Dos tiros en la nuca, no pudieron hacer nada. Luego metí el cañón en mi boca. Pero no disparé. Creo que fue lo mejor. Así valgo menos que muerto. Soy un loco, y mis palabras, un simple delirio. No lo discuto. Sólo quiero una cosa de usted, Señoría. Que me ayude a darle todo lo que poseo a Ainhoa. Que no deje que me incapaciten hasta que la donación sea efectiva. Porque sólo para eso, ya ve, sigo vivo.

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