ABC MADRID 07-08-2000 página 24
- EdiciónABC, MADRID
- Página24
- Fecha de publicación07/08/2000
- ID0002239609
Ver también:
24 NACIONAL PUNTO JURÍDICO LUNES 7- 8- 2000 ABC Aquelarre criminal (I) ACE veinte años fueron asesinados Lourdes Urquijo, VI marquesa de Urquijo, y su marido, Manuel de la Sierra, consejero del Banco del mismo nombre, en su casa de Somosaguas, mientras dorinían. Al cabo de unos meses del doble asesinato fue detenido Rafi Escobedo- -ex marido de Miriam- -quien con sus confesiones provocó una serie de detenciones en cadena de todo un grupo de amigos suyos. A medida que se fueron acercando los días del juicio se organizó por determinada Prensa uno de los procesos paralelos más repugnantes de este siglo, intentando manchar el buen nombre de Miriam y de Juan de la Sierra, hijos de los marqueses, y el de otras personas relacionadas con ellos. Como en el juego aquel de nuestros días infantiles- los detectives -se daban todos los ingredientes para organizar una buena partida. Pero esto no era un juego, era tan real como la muerte misma. Resulta que después de una cena en el restaurante madrüeño El Espejo el desgarramantas de Rafi y sus compinches de la buena sociedad, con heroína o alcohol o las dos cosas juntas hasta las cejas, decidieron ir a por los padres de Miriam ya que a ún üuminado le había soplado a Rafi que sin la presencia de Manuel de la Sierra le sería mucho más fácil volver con Miriam, manipularla en su tristeza y, como no, controlar su fortuna. Entorno al caso se fue montando una espeluznante tela de araña de calumnias que, sin duda, hicieron su efecto. Pero, afortunadamente, quienes urdieron ese diabólico montaje casi nada pudieron conseguir ya que encontraron, frente a la mentira, la hercúlea acusación particular dirigida por el abogado Pedro Hernández- Mora, los titánicos esfuerzos por esclarecer la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad del fiscal Zarzalejos, y la impecable instrucción de Luis Román Puerta, hoy presidente de la Sala II del Tribunal Supremo. Pero quedó ima sombra de duda en la opinión pública sobre la inocencia de determinadas personas. En aquel entonces colaboré con la acusación particular en el esclarecimiento de los hechos por lo que algo puedo escribir sobre el asunto. Aunque quien quiera, con seriedad, informarse de lo ociurrido, no tiene más que acudir a los ya mohosos tomos del sumario y encontrará, probablemente, la respuesta a las preguntas, que, todavía hoy, se hace mucha gente. Voy a darles dos pistas que, sin duda, le sorprenderán, la primera sobre quien apretó el gatUlo y la segunda sobre quien organizó el juicio paralelo. Pero eso lo tendrán que leer en mi próxima coliuima donde, como siempre, les espero el lunes que viene. Jorge TRIAS SAGNIER H UNCA he hecho una huelga y me siento frustrado por ello. Ni siquiera paré aquel día en que el país entero casi se paralizó contra los ajustes en la política social del Gobierno de Felipe González, cuando Joaquín Almimia era ministro, creo que de Trabajo. Por esa falta de hábito o, quizás, por otro tipo de convicciones más serias, debí resultar im poco duro hace días en la valoración que hice de la huelga de farmacéuticos en un programa local de televisión. No se te ocurra ponerte enfermo- -bromeó un amigo tras la emisión- porque a ver quién es el guapo qlie te dispensa ahora ni im modesto antibiótico Reconozco que el no haber hecho nimca ima huelga resulta toda ima limitación social y, probablemente, también psicológica. La verdad es que nimca he tenido motivos personales para ejercitar esa forma de protesta no sólo legítima sino muchas veces la única posible para restaiurar o conseguir elementales derechos laborales conculcados. Uno pasó su primera adolescencia eñ im mimdo donde las huelgas eran cosa seria. Dramática. En las que sus protagonistas se jugaban el tipo. Donde la única información sobre esos acontecimientos corría de boca a oreja. Recuerdo, desvanecida por la bruma dé los años, la larga y tormentosa huelga de Laminación de Bandas, ima empresa de Echávarri en la que alcanzaron su perfU heroico algunos líderes del momento, como José Antonio Martínez de Osaba, creo que así se llamaba el hombre. En aquellos años sesenta, había algunos universitarios travestidos de trabajadores manuales, aspirando a distintos tipos de revolución. Era la época, también, de los primeros curas obreros y del magisterio personal del padre José María Llanos en el Pozo del Tío Ratmiuido. Con esos y otros ingredientes, Santiago Carrillo había acuñado años antes la denominación dé Huelga General Política, que acabaría por N EN DOS MINUTOS También querría yo hacer huelga No haber hecho nunca una huelga resulta toda una limitación social y, probablemente, psicológica derroceír al régimen de Franco a lavuelta de la esquina. Años después, aún bajo el régimen franquista, conocí im día en París al entonces secretario gene- ral del PC, el partido que se decía, como si no hubiese otros, también clandestinos, eso sí. Me pareció Santiago Carrillo persona de gran lucidez y con una aguda perspicacia política. Pero oí las patrañas interesadas, de falso optimismo revolucionario, que le transmitían sus camaradas llegados del interior y me di cuenta de que con mimbres tan fraudulentos era imposible fabricar cesto político con coherencia alguna, huelga general incluida, por muy listo que fuese el tipo aquél del perenne cigarrUlo en los labios. Así me desengañé de una huelga general en la que no creía y que nvmca tendría ocasión de practicar. Me acometen estos recuerdos de cuando las huelgas eran una cosa seria ahora que se producen las acciones de los farmacéuticos y de otros gremios que puedan seguirles en su protesta contra las últimas medidas gubernamentales. El cierre de las farmacias, por razonable que pudiera ser, como el de las joyerías hace dos semanas- -que parece justificable, a tenor de la inseguridad física de sus trabajadores- o de las gasolineras y de los estancos, si se diese el caso, no son ninguna huelga, sino que se trata de un cierre patronal, de un dock out que decían aquellos manuales de economía que vmo estudiaba en su mejor época. Calificarlas de otra manera sería tan equívoco, o tan perverso, como una hipotética e imposible huelga de los ejecutivos de las grandes empresas tras la medida gubernamental de obligarles a declarar sus stocks options ante la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Una huelga de multimillonarios poseedores de opciones sobre acciones resultaría algo tan grotesco y tan sarcástico que no vale la pena ni que lo consideremos durante un segundo. No llega a tanto la huelga de farmacéuticos, claro. Pero en su caso se trata también de vma defensa de privilegios que, justos o no, ya se tienen, en vez de una reivindicación de derechos de los que se carece, como en- él caso de las huelgas clásicas. En suáefensa a ultranza del statu quo, algunos de estos profesionales Uegan á actriaciones calificables, al menos, de paradójicas. Hace un par de años, por ejemplo, di cuenta en el periódico que entonces dirigía de las tres farmacias de la localidad que abrían permanentemente. Me pareció el suyo un impagable servicio a la comunidad y el de mi periódico, al dar noticia de eUo, también un mejor servicio a los lectores. Pero, ¡ay! al día siguiente me llamó indignado el presidente del Colegio de Farmacéuticos por dar cobertiura informativa a unos establecimientos que, al prestar este mayor servicio, ¡rompían la disciplina colegial! Como, lamentablemente, tendremos ocasión de volver sobre el tema farmacéutico- medicamentos éticos, licenciados en paro, parafarmacias, etcétera- cierro yo también aquí mi tienda por el momento. No sé si lo mío es propiamente una huelga, pero ya me gustaría hacerla, ya, y no sentirme un bicho raro, como me sucede hasta ahora. Enrique ARIAS VEGA WlílV ÍM í 1 re