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ABC MADRID 24-03-1999 página 3
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ABC MADRID 24-03-1999 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR DOMICILIO SOCIAL J I LUCADETENA, 2802 7- MADRID DL: M- 13- 58. PAGS. 136 PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 24 DE MARZO DE 1999 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUGA DE TENA Felicidad NA amiga me dice que no ha buscado, desde que nació, otra cosa que la felicidad: Yo le digo que esta es la mejor forma de no ericontrarla. No es tan fácil definir la felicidad. Aristóteles veía en ella, el fin que persigue la vida humana, pero distinguía la felicidad de la acción: el logro del placer, honor, riqueza, poder; y la del conocimiento. Feliz el que pudo conocer las causas de las cosas, dijo Virgilio. Pero el que persigue la acción y él honor añora el conocimiento, que también da honor; y el que busca el conocimiento, añora la acción y quiere ser reconocido. El político quiere ser sabio, escritor, académico; el sabio quiere tener poder. Y hay las subidas y bajadas, la rueda de la fortuna. A nadie consideres feliz antes de que muera, esla vieja sabiduría de Solón y de Sófocles HayJa injusticia inmerecida, hay la simple desgracia, el simple fracaso inexplicable. De ahí todas lasfilosofíasque alejsai la felicidad de este mundo. Eran los, dioses, para Homero, los; üe víyián fácilmentfe Coslidm- bres, desde siémRré: han sabido de: lá iñse ¿Ut ridad de i a d a de la imppsibiJi d. defcúia trolarlar cioñáhnéiile. -r De ahí iós ítaraísqs -La Edad de Oro en qUe la vida era, fácil yjábundosa, en ei. origen de los tiempps. -El Njñ de Virgilio ó el Mesíasjudío o el Mahdi musulmán que van a devolver esa felicidad. Y los paraísos finalé á donde van. Jos; héroes o los elegidos: los Campos u ijfeéps, el- Paraíso cristiano, él- musulmán. Y, las islas maraviliosás: de: Iosmitos. Peroréstos paraísos son para poocs) algunos hasta tienen serpiente y, sobré todo, están lejos. Frente a ellos la tierra, en la Salve cristiana, es un valle de lágrimas. Aunque a veces, por un momento, se encuentre aquí también el lugar codiciadero para hombre cansado, de. Berceo, o el huerto de Fray Luis. Todos huimos a él, de cuando en Cuando. Y nuestros dudados nos persiguen, embarcan con nosotros en la nave, decía Horacio. Se inventaron remedios o se intentó encontrarlos. Para el que sigue la justicia, decía Hesíodo, está llena de vigor la ciudad, florecen los pueblos; hay en la tierra una pá ¿que hace crecer a los niños, jamás Zeus envía la dura guerra. La tierra produce frutos abundantes, la encina lleva bellotas en lo alto, en su tronco abejas Para Platón, la; ciudad justa tendrá felicidad indecible. Pero, ¡ay! a veces sufi- é el justoy la ciudad feliz dg Platón nunca Üegó a existir. Una gran desesperanza sobre la desgracia que acompaña a la justicia, sobre el dolor de la vida social eí infierno son los otros sobre la miseria de las vidas individuales ydé la vida política nos invade. Claro que se han buscado remedios. Los epicúreos antiguos y los utilitaristas ingleses buscaban la ausencia de dolor. Se alejaban de la vida política (no demasiado lejos, no demasiado cerca, para no helarse ni quemarse) del matrimonio (malo estar fuera, malo estar dentro) de la acción. Un Lucrecio decía que U es placentero, cuando los vientos agitan el mar con grandes olas, contemplar desde la orilla las desgracias de los otros. También se ha apelado al alejamiento del placer, del deseo y el apego, que nos, unen a las cosas y nos hacen sufrir. El hombre feliz no tenía camisa. Y el asceta indio abomina de la acción, que produce A: ari 22 a y reencarnaciones: sentado sobre un puñado de hierba, desnudo, deja pasar el tiempo esperando la hberación, disolverse en el nirvana. Pero, ¿es esto humano? La acción, que trae dolor- y feUcidad, es el signo del hombre. Y hay remedios inversos. Renunciando a imir justicia y abundancia, como proponía Hesíodo, morsiistas como Platón propusieron que era preferible sufrir la injusticia a hacerla. Y al sabio estoico, aunque sobre él caiga el cielo hecho pedazos, esa ruina le herirá impávido. El santo cristiano sufrirá todos los rigores, hasta el tormento y la muerte, pensando en la patria celestial. La muerte es la felicidad: trastrueque de valores. Hermoso todo ello, peyó, sin duda, incompatible con la sociedad h aímaétí su totalidad. Fundadores de íeligionés, revolucionarios poHticos hán: trat ado de crear doctrinas salvadoras éíi qué- un hombre nuevo, justo y frateriíal, yíyé feliz entre sus iguales: dan resueltas todas jlas verdades, -satisfechas todas las necesidacfesv Gfrecen reglas seguras de conducta. Peroálfinál, una vez más, -el hombre se encuentra sóló ¿desea, choca. Y, eñtonices, se desentiende de esos liberadores, büsbá Sus- pequeños consuelos a escala personal. Qiciizá. nmitando la ambición se expóngamenos al fracaso. Quizá tenga éxitos, aunque a veces por vías descarriadas y siempre transitorios. Y acordarse de la feücidad pasada es el mayor tormento, decía ya el Dante. Y hay el amor: el olvido de todo lo que no es la otra persona, la unión añorada, la creación de un mundo nuevo que es un ¿Qué debo hacer ABC RESPONDE Corriga lo que necesite llamando al teléfono: 902 121 902 i mundo antiguo. Transitorio también. Y el hallazgo en el arte, en la Ciencia: un momento divino que luego se hace im reto porque cada vez es más difícU superarlo y a veces no es apreciado por la turba de los necios. También dan dolor la belleza y la idea. Es algo etéreo, misterioso, la felicidad. No es el puro placer físico aunque puede entrar en ella, no es la riqueza aunque a veces vaya unida, no es la soledad ni la compañía, gratas las dos algunas veces. Los griegos acertaron llamándola eudáimonía: algo que va unido al influjo de un buen daimon, un buen dios obsequioso. Mejor que el término feliz que es el latino felá: son árboles feüces los que dan fruto abundoso, que puede ofrendarse a los dioses; son feüces un hombre o un suceso unidos al éxito. Eudaimoma es algo más. En nuestra felicidad sé hanunido ambos conceptos. Es paz del alma, es éxito, salud, triunfó, ausencia de nuevos deseos. Deaiasiádo. Por esoi el honibre, en tienipos como el nuestro, que ya no son dógjnátiicos- y más bien Üjfeii. de; los idealismoáV: procura ño embarcarse en pasiones desaforadas, peligrosas: lás qüé en la- política y eñ. el amor y en tantas cosas más han sido causa dé las grandes tragedias- Busca un hedonismo moderado- habló del hombre medio- cqrisumista si se quiere, se agarra a aficíonesQ hobbis se hace: paáivó ante los tópicoá comunes, tan poderosos. Trata de presentar las menos aristas posibles a la corriente. Pero no püeiJé evitar del todo el aspirárá crecer, a salvar su individuaUdad, á ser amado, a ser íecónocido. No llega del todo, aunque lo intente, a subsumirse en la masa amorfa, en el estUo de vida y pensamiento (o no pensamiento) de los tiempos. Y entonces se siente solo, infeliz. Las varias anestesias operan por un tiempo, pero no eternamente. Entonces, buscar la felicidad del poder o la pasión o de la simple paz del espíritu, olvidando todo lo demás, es peligroso: todos los morahstas nos lo han dicho. Pero hacerse del todo conformista, no buscar, es al final imposible. Y así estamos: estamos donde estábamos, con tanto progreso seguimos siendo iguales. Buscamos la fehcidad cuando la buscamos y cuando no la buscamos, y lo hacemos de varias, contradictorias maneras, sin confesárnoslo a nosotros mismos. Y la encontramos un instante: en el dinero, en el poder, en el éxito, en la justicia, en el amor, en la paz. En la contemplación de un beUo paisaje, en una idea que rumiamos, en una mano que cogemos. Luego se va. Es como una ninfa juguetona que, escon- diéndose entre los árboles, nos hace guiños. Si tratamos de acercamos, nos rehuye. Si no, a lo mejor, cuando menos lo esperamos, se nos ofrece. Luego huye. Pero quizá no para siempre. Desesperar es lo peor que puede hacerse. Francisco RODRÍGUEZ ADRADOS de la Real Academia Española

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