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ABC MADRID 19-01-1999 página 3
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ABC MADRID 19-01-1999 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADo POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 19 DE ENERO DE 1999 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA IL hallazgo en Sudáfrica de los restos de un hombre- mono, de una antigüedad de tres millones y medio de años, plantea otra vez esa pregunta tan antigua sobre desde cuándo el hombre es hombre. Y la más radical de qué es ser hombre. Difícil pregunta. Yo no voy a disertar aquí sobre el hombre en el hombre de que hablaba Platón ni sobre otras definiciones sublimes, como la de Rudyard Kipüng. Ni sobre la enorme extensión del concepto hombre a través de las edades, el espacio, las razas: del Neandertal (que todavía pervive) al héroe y el santo y a los que rompen las barreras en la sabiduría, las artes, el deporte. Los griegos obviaban el problema definiendo al hombre, simplemente, por oposición al animal y al dios. Pero aun estos límites no han sido siempre claros para muchos. Quizá ayude transportar el problema a la historia remota y a la situación del hombre en el mundo animal, al que pertenece. ¿Era ya hombre, como el término implica, el homo habilis que, hace dos millones y medio de años, manejaba instrumentos, tal un palo para alcanzar la fruta o abrirle la cabeza al prójimo? ¿O el homo erectus erguido, que colonizó el mundo a partir del África Oriental hace, más o menos, millón y medio de años y domesticó, parece, el fuego? ¿O el de Atapuerca que, hace irnos 300.000 años, se vestía con pieles y tenía, quizá, ritos funerarios y unos rudimentos de lenguaje que otros atribuyen a los neandertales? Parece, entonces, que se podía ser hombre sin conocer el fuego ni el lenguaje ni principios religiosos. Para las religiones y los mitos, del Génesis a los sumerios, los griegos o los aztecas, el hombre fue creado formado ya y de una pieza. Pero para los antropólogos el hombre se ha hecho a sí mismo poco a poco. El concepto de hombre es, una vez más, múltiple y relativo. Hoy nos asombra la unidad de la cultura humana en los más lejanos tiempos y las más lejanas tierras. La coincidencia en las formas y tipos de las armas, instrumentos (musicales, de trabajo) vasijas de cerámica o de cestería, tejidos. Y esa misma coincidencia en el valor sagrado del oro y el jade; en los sistemas de organización social estratificada, con Reyes de carácter sagrado en la cúspide; en tantos elementos del culto, tantas creencias, tantos mitos y ritos. De los hebreos y griegos a los aztecas y los bantúes y los pueblos de Oceanía. Pues bien, una gran parte de esto viene solo del neolítico del séptimo o el octavo milenio: de ayer. Y la escritura, otro universal, es más reciente, podemos seguir su difusión. Como, desde el siglo pasado, la del ABC motor de explosión o tantos y tantos inventos. No definen al hombre, pues, los universales humanos: nacieron aquí o allá, en un tiempo u otro. A veces son desarrollos paralelos, como la agricultura del cereal, el maíz y el arroz en lugares distantes o la misma escritura, nacida independientemente en Egipto, Mesopotamia y China y entre los mayas. El hombre se está haciendo siempre, no es posible fijar un punto temporal en que se hizo hombre: ni ha terminado de hacerse. En un cierto punto, en un cierto momento, hubo o hay un salto que bien se difunde, bien se encuentra con otros saltos paralelos. Juntos, nos parecen hoy rasgos del ser hombre pero no siempre la fueron. Lo único común es la capacidad de creación, de evolución, de difusión. Ni siquiera el logos que es razón y palabra y que Aristóteles atribuía al hombre por oposición al animal, es algo decisivo. Prescindimos dé la mayor o menor apertura a la razón de unos y otros individuos humanos, sobre esto disertaron los filósofos griegos y sería fácü disertar ahora. Pero, ¿y la lengua? Conviene considerarla un momento porque, entre otras cosas, nos devuelve al tema de la relación del hombre y el animal. Lo primero: solo la conocemos, y solo en unos casos privilegiados, desde hace cosa de cinco mil años. Hay que decir que, pese a la existencia de miles de lenguas, su estructura y su funcionamiento son casi los mismos. Nuestras lenguas representan un salto respecto a los signos orales de los animales: pero de ellos arrancan. Son gritos perfeccionados de monos dijo alguien. En lo más profundo y original, vivo aún en el niño y en los gritos e invocaciones de tantos ritos antiguos, la lengua expresa al hombre en sus sentimientos y estados físicos y anímicos y le ayuda a actuar sobre sus semejantes y hasta sobre el dios. La interjección unida al gesto corporal es lo más antiguo de nuestro lenguaje. Y es propia, igual, del animal. El perro, por ejemplo, se expresa en forma diferente según trate de defender su territorio o defender a Su amo, indicar un peligro, llamar la atención, iniciar un ataque, gemir de dolor, ronronear de fehcidad. Claro que el niño da un paso adelante cuando ve una fotografía y dice papá aquí está ya el lenguaje que describe e interpreta objetivamente. Y hay otras diferencias más: pero la creación de sonidos con valor distintivo y de signos combinados variamente puede comprenderse como una evolución. DOMICILIO SOCIAL J. I. LUCA DE TENA, 7 28027- MADRID DL: M- 13- 5 PAGS. 112 E ¿QUÉ ES SER HOMBRE? Así, no hay un comienzo claro ni una definición clara y exhaustiva. Grupos emparentados de hombres- mono desarrollaron y aceptaron innovaciones sucesivas, el lenguaje es sólo una de ellas. Así, hay en el animal principios de organización social: funciona a veces una colectividad con individuos rectores especializados (el enjambre y la reina, la manada y el jefe) con una demarcación del territorio, con guerras defensivas. Hay ritos, como los previos al apareamiento (el cortejo) Y hay el principio de la imitación y hasta un manejo de instrumentos por el chimpacé. Estoy luchando contra la imagen esencialista del hombre, con su origen y definición bien fijados, con su unidad. El hombre era ya hombre cuando no tenía aún el fuego y cuando no tenía nuestro lenguaje. Y en su evolución creó cosas nuevas, pero conserva las antiguas: tantos lazos que nos siguen uniendo a las antiguas culturas, al primitivo y, sin duda, al hombre prehistórico, al hombre- mono, al animal. Ser hombre no equivale tanto a la existencia de unos universales, unos u otros, más o menos antiguos: consiste en la capacidad de crearlos e innovarlos, de difundirlos y aprenderlos, y de recordarlos sin olvidar lo antiguo. La apertura y el aprendizaje casi sin límites es lo propio del hombre. Lo que sí representa un misterio es el corte por el cual el hombre tuvo, una y otra vez, la capacidad de hacer esos cambios radicales, y el animal no. Pero no es mayor misterio que el del origen de la vida o el del paso del mundo mineral al vegetal y de éste al animal o el de la creación de las especies. El hombre, que nace como criatura indefensa, ya lo decía el mito de Prometeo, es inferior al animal en tantas y tantas cosas: lo sabían las antiguas rehgiones y los antiguos mitos y fábulas. Pero misteriosamente, a lo largo de saltos diversos aquí y aUá y de su confluencia y difusión, ha creado algo nuevo, abierto. La naturaleza sí hace saltos. Tan difícil como decidir el origen del hombre, como decidir su definición unitaria, es decidir cuál será su futuro, imaginar ese hombre nuevo de que han hablado tantos profetas y tantos falsos profetas. Pero ahí está el hombre: vive y actúa y, entre terribles retrocesos y fracasos, camina hacia un futuro abierto que el animal no tiene. Se re- créa a sí mismo día a día como se creó día a día. Es fascinante recorrer su historia y peligroso definirlo, porque definir es limitar. Y es un ser que ha roto y rompe cada día los límites. Del hombre- mono hasta aquí. Francisco RODRÍGUEZ ADRADOS de la Real Academia Española

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