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ABC MADRID 08-03-1998 página 28
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ABC MADRID 08-03-1998 página 28

  • EdiciónABC, MADRID
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28 ABC OPINIÓN Panorama rX 0 ¿3 íje, x 3 tAPftvíbea QU DOMINGO 8- 3- 98 DÍA iNlHRA 4 ¿ioAÍAL DE M MUJER TIPOLOGÍA DEL ENEMIGO que se encuentra con tres cuatro enemigos Apocoque elouno se despiste, enteinsobornables, ya enemigo es un de aparición espontánea que se manifiesta de manera fortuita y caprichosa y que. elige a sus víctimas sin método ni razón, a la manera del virus de la gripe. Este dice el enemigo, y a partir de ese momento desencadena un minucioso mecanismo de tirria que se rige por unas leyes parecidas a las del vudú. Yo no sé qué clase de enemigos tendrán los notarios, los arquitectos o los obispos, pongo por caso al albur, pero sí la clase de enemigos que suelen tener los escritores: fundamentalmente, los demás escritores que son aún peores que él. Por motivos de índole más bien inconcreta y surrealista, im escritor insatisfecho decide un día cualquiera que tú eres su enemigo, aunque no lo conozcas de nada, y te mantiene una enemistad inquebrantable y ciega durante toda la vida, no sabe ni él mismo con qué objeto ni con qué fines. Desde ese día, pasas a formar parte de la vida profunda de un sujeto con el que posiblemente nunca vas a intercambiar una sola palabra, aunque él no deje de dedicarte las peores palabras que le brinda la lengua española, cheli y neologismos incluidos. Lo más normal es que tu enemigo sea alguien a quien ni siqvdera has visto en fotografía, porque la esencia de. la enemistad desconoce no sólo las leyes de la razón, sino también las del espacio: basta con que él te haya visto a ti, aunque sea en fotografía, porque el enemigo se conforma con poco. Por supuesto, hay enemigos literarios de muchas clases, pero sin duda el más pintoresco de todos es ese que dedica una buena parte de su ocio a intentar que tu vida sea tan horrible como la suya. ¿De qué modo? Bueno, en la medida de las posibilidades de cada, cual. Hay enemigos, por ejemplo, que disponen de suplementos üterarios de periódicos regionales para dar rienda suelta a su manía, y estos son enemigos de veras privilegiados, ya que ni siquiera tienen que fotocopiar sus libelos demoledores. Hay otros que organizan asociaciones de damnificados por el bien ajeno, y también pueden considerarse afortunados, puesto que sus lamentos adquieren así la densidad de un coro de jeremías ululantes, a modo de terapia colectiva, y evitan de paso el que sus lamentaciones sean proferidas en soledad, que es circunstancia siempre proclive a las psicopatologías más atroces y enrevesadas. Los enemigos te eligen, y tienes que aceptar de buen grado esa elección, porque en caso contrario te conviertes en enemigo de tu enemigo, y eso es ya el colmo: algo parecido al hecho de ser atacado por un perro y ponerte tú a ladrarle al perro. Gracias a una triple pirueta mental, no faltan los enemigos que se quejan públicamente de tu falta de correspondencia a su enemistad, exigiéndote la implicación en esa guerra unilateral y descabellada. Y no es que uno desprecie a sus enemigos. No es eso. El problema está en que lo que no saben los enemigos es que el verdadero enemigo vive dentro de nosotros. Y que con eso nos basta y nos sobra, ¿verdad? para vivir en un sensato régimen de terror, -si de eso se trata. Felipe BENÍTEZ REYES s sííffliíí sSiííiassrííí Cosas que p a s a n i TM ALFONSO DE LA SERNA sillón que ha en la Española por el ELRealdeAcademia quedado vacantefallecimiento José María de AreUza merece un heredero indisputado. El conde de Métrico representaba en la casa de Felipe IV a las letras y a la diplomacia. Es tradición en la Real Academia Española la presencia de un diplomático en su seno, siempre qué su cultiura y caUdad literaria lo justifiquen. Agustín de Foxá, que era un académico nato, se quedó a las puertas y fue vencido por el dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo. Se dedicaron epigramas tremendos el uno al otro. Foxá resumió los méritos de Calvo Sotelo en la vanidad, y Joaquín le respondió con metáforas taurinas. La diplomacia y la literatura siempre se han llevado bien, La Carrera ha contado con extraordinarios escritores entre sus miembros, y por ello la tradición académica no ha sufrido, en su caso, la humillación del honor inmerecido. Hoy mismo, y que me perdonen los que ocupan injustamente mi olvido, hay varios diplomáticos con méritos literarios sobrados para mantener dignamente la tradición. El marqués de Tamarón, erudito y brillante. Juan Antonio Vaca de Osma, culto y riguroso. Y Alfonso de la Serna. Süi menospreciar ni abrir distancias entre uno y otros me voy a extender con él por entender que se trata de un acto de justicia. Alfonso de la Serna es un escritor de una pieza. Su pluma es, al tiempo, rica, clara y, en muchas ocasiones, prodigiosa. El escritor es una obra viva, individual y cambiante con el paso de los años, pero también el uso y disfrute de la buena palabra tiene sus antecedentes. El de Alfonso de la Serna es don Víctor, su padre, más aún que doña Concha Espina, su abuela. Leyendo a Víctor de la Serna se entiende por qué una buena semilla se transforma en- árbol grande, frondoso y mágico. El diplomático que escribe es un escritor que se hace en la ¡ausencia, en la lejanía, en la experiencia de I la despedida permanente, y quizá por ello las raíces de su árbol son más I fuertes y profundas que las de otros. El gran embajador de Es- paña que ha sido Alfonso de la I Serna ha creado al gran escritor p español de la palabra justa, lú- I cida y precisa. Como diplomático jubilado ha reunido todos sus horizontes en la biblioteca de su otero mon- I tañes. AUí escribe Alfonso de la I Serna sus mejores prosas, dig- I ñas del paisaje mágico que le j ofrece su tierruca. A sus ensa- yos literarios. De la Serna añade I su brillantísima presencia como articulista. Al fin y al cabo, j como buen hijo ha honrado a su padre en el i mejor- casi exclusivo- género de don Víc- tor. Y si me está permitido escribirio, ha su- perado su obra. La literatura de Alfonso de la Serna es ¡tan limpia como su personalidad. Cuando el I hombre y la palabra se funden en el alma, nace el escritor profundo. De esa fusión compacta e invencible algo de culpa tiene el paisaje querido, durante tantos años descrito como el paisaje soñado. El estilo literario es la consecuencia del estilo vital, y en el caso de Alfonso de la Serna el buen estilo es una culminación. Cultura y claridad, añoranza y sitio. Alfonso de la Serna es un I escritor sin tachaduras, sin borrones y sin asperezas, porque su sabiduría, su inteli- j gencia y su señorío le han mantenido siém- I pre en su sitio. Me gusta haber escrito este artículo. Sin I motivo alguno, de golpe, como agradecido lector de su palabra y como torpe alumno de su ejemplar trayectoria vital abrazado a la hildalguía de la Montaña. Alfonso USSÍ A

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