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ABC MADRID 01-12-1995 página 13
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ABC MADRID 01-12-1995 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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El color de la mañana 1 v Vi OTRA HISTORIA TRISTE OS españoles, sin encomendarnos ni a Dios ni al diablo, hemos abdicado de nuestras estructuras familiares, de nuestros hábitos domésticos, y no hemos sabido suplirlos por otros, ni mejores ni peores: nos hemos quedado sin ellos y al pairo y aquí, paz, y después, gloria. La sociedad española, según salta a la vista, no funciona, tampoco lo hace la familia española ni las instituciones, salvo la Corona, y son varias las causas originarias de su parálisis, que no es enmohecimiento sino desentrenamiento. Hasta hace no muchos años las familias se estructuraban obedeciendo a pautas que siendo perfectibles, claro es, tenían al menos cierta tradición y una evidente inercia que les hacía cumplir con su tarea de adiestramiento, apoyo, socorros mutuos, asistencias y entierro, entre otros menesteres y adornos de mayor hondura y siempre recíprocos: el amor, la lealtad, el auxilio mutuo, la igualdad ante la pobreza y la riqueza, la solidaridad frente al extraño, etc. Antes, todas las familias se regían por los mismos usos y muy semejantes normas y todas las familias se parecían, sobre todo las felices porque las infelices, según nos cuenta Tolstoi en Ana Karenina lo eran cada una a su aire. Antes los padres ayudaban a nacer y criaban a los hijos y los hijos ayudaban a morir y enterraban a los padres: salvo en las guerras, tiempo en el que las cosas sucedían L al revés y eran los padres quienes enterraban a los hijos. Hay un amargo cuento judío que quizá haya contado ya alguna vez cuya moraleja nos entristece con la evidencia de que mientras un padre es capaz de sacar a flote a diez hijos, entre diez hijos ninguno acierta a cerrar los ojos cariñosa y respetuosamente al padre. Hoy los padres y los hijos se ignoran y, con harta frecuencia, ni se ven siquiera. Los niños van a la guardería desde que tienen pocos meses de edad y el no oír siempre la misma voz ni sentir nunca el mismo tacto de piel, los marca para toda la vida y los pone en el peligroso camino de la inestabilidad, esa etapa inmediatamente anterior a la droga y la delincuencia, situaciones ambas a las que se accede comiendo hamburguesas, en lugar de cocido, bebiendo cocacola en vez de leche o vino tinto, según la edad, y fumando porros y no labores de la Tabacalera; las madres, porque se creen en el deber de coadyuvar económicamente a la empresa que se supone común, trabajan fuera de casa y los cuartos que ganan se les van en niñeras y asistentas, con lo que todo va manga por hombro y no se beneficia nadie. A los viejos, primero se les humilla convenciéndoles de que su estado se llama la tercera edad y después se les encierra en un asilo al que eufemísticamente se designa como residencia, donde se les subalimenta con pienso para perros y se les condena a morir de soledad. ¿Y de hastío? -No. ¿Y de aburrimiento? -Tampoco. ¿Y de desinterés? -Sí, sin duda. A los viejos se les prohibe morir en su casa para que no mareen, y eso no es justo. Las tres más graves enfermedades del siglo XX son la soledad, la desadaptación y la seguridad social, esa buena intención ahogada por la burocracia, la propensión a la holganza y el reglamento. Leo en el periódico que desde hace cosa de un mes funciona el teléfono dorado, al que pueden pedir consuelo y quizá ayuda los solitarios, los olvidados y los tristes; en el poco tiempo que lleva sonando han marcado su número más de ocho mil viejos que no tienen un hombro sobre el que llorar; son más, muchas más, las mujeres que los hombres y yo ignoro si es que se sienten más solas y en amargura o si es que son más descaradas y valientes. El suceso queda señalado y quizá a alguien se le ocurra discurrir sobre las posibles cataplasmas que pudieran amansar tan heridor latigazo. Camilo José CELA p íSPllS lía X y f VrERNES 1- 12- 95 ABC 13

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