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ABC MADRID 30-03-1995 página 3
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ABC MADRID 30-03-1995 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 30 DE MARZO DE 1995 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA NA de las ventajas del pensamiento es que a veces permite ver venir las cosas. Hace diez años, cuando se inició la decadencia del comunismo, de la Unión Soviética, la desaparición del muro de Berlín y otros hechos que provocaron justificado optimismo, señalé que el gran problema que se anunciaba, y que iba a ocupar el puesto de los que retrocedían, era el Islam. Ahora parece evidente, y en formas de una agudeza que no era fácil de imaginar. Llevo mucho tiempo también percibiendo la amenaza de una decadencia que afectaría a Europa y América, lo cual significaría una decadencia mundial, más pronto o más tarde. He tenido buen cuidado de hablar de una decadencia evitable -no inevitable como alguna vez, incomprensiblemente, se ha dicho- Si fuera inevitable, ¿para qué hablar de ella? Lo único sensato sería la resignación o la desesperación. Creía, y sigo creyendo, que estamos en los comienzos de una decadencia, y que todavía se puede uno resistir a entrar en ella. Porque si se entra, no se sabe cómo ni cuándo se puede salir, y las ha habido que han durado varios siglos. Lo más grave es que la decadencia misma destruye las posibilidades de escapar a ella. No advierto síntomas de que se hagan los esfuerzos- inteligentes y enérgicos- que serían necesarios para conjurar ese peligro. Más bien al contrario, creo observar cierta complacencia con los síntomas en que se manifiesta, y esto sí me produce verdadera, inquietud. Uno de ellos es el descenso de la exigencia. Se puede tener prestigio sin saber lo que es necesario para merecerlo, se puede tener fama de gran escritor a pesar de escribir mal- y en otros campos se podría decir lo mismo- en algunos casos se sigue aplaudiendo insinceramente a los que hace cuarenta, cincuenta o sesenta años hicieron algo valioso, y viven de sus rentas; sería aleccionador- y estremecedor- comparar el nivel actual de algunas publicaciones con el que tenían hace unos cuantos decenios: se publica, y no pasa nada, lo que se habría rechazado sin vacilar en mejores momentos. Se acepta que el nivel de muchos estudiantes universitarios sea inferior al que se solía exigir en la escuela; la degradación de la lengua- en todas las lenguas que conozco- es espeluznante, y como la lengua conduce al pensamiento, esto acarrea un descenso del nivel general de la vida. Las relaciones humanas- amistosas, amorosas, profesionales- decaen en un grado del que se tarda en darse cuenta, cuando es difícil el remedio. Se habla todo el tiempo de corrupción, y se entiende casi exclusivamente la económica, y principalmente por parte de los políticos. Es gravísima, pero si no me equivoco ABC es consecuencia de otra más honda y que afecta a las raíces mismas de la vida. Si esta corrupción no existiera, la otra sería excepcional, Infrecuente, y además no sería tolerada. La corrupción visible y de la que todos se ocupan es como la espuma de otra más difícil de descubrir. Pero decía que si la decadencia fuera inevitable no habría que hablar de ella; lo que interesa es precisamente su evitabilidad, la posibilidad de que nuestro mundo se salve de esa amenaza ya inminente, pero no cumplida. Hay que darse cuenta de ella, como cuando se prevé una inundación o se advierte la probabilidad de un alud. Hay que impedir la sorpresa, el encontrarse en medió de una decadencia ya consumada, cuando sea irremediable. Lo más urgente es no contribuir personalmente a ella, exigirse a uno mismo, hacer lo que se puede y debe hacer, y lo mejor posible, aunque sea con recursos modestos. Tengo una fe ilimitada en las personas modestas que hacen bien lo suyo, lo que les pertenece. Tanta, que pondría en ellas mi mayor esperanza: si las personas que tienen pocas pretensiones y conocen sus límites conservaran o recobraran su moral, estaríamos salvados. Si esto falta, por mucha genialidad que exista, el riesgo es muy grande. La razón es que la sociedad se funda en el nivel general, que es el de esas personas. El concepto de intrahistoria que Unamuno lanzó hace exactamente un siglo, en 1895, me parece precioso; tuvo la tentación de interpretarlo como algo ahistórico, cuando es, por el contrario, intrínsecamente histórico pero es esencial. Por debajo de los que llamaba los bullangueros de la historia están los hombres y mujeres que constituyen el tejido social, que van a sus quehaceres y hacen que el mundo siga marchando. La condición es que sepan distinguir, que no se dejen engañar, que tomen en serio lo que sienten: su admiración, su repugnancia, su desprecio, su aburrimiento. Y después de DOMICILIO SOCIAL J. I. LUCA DE TENA, 7 28027- MADRID DL: M- 13- 58. PAGS. 136 u SOBRE LA DECADENCIA EDICIÓN INTERNACIONAL Un medio publicitario único para transmisión de mensajes comerciales a ciento sesenta naciones tomarlo en serio, obren en consecuencia. Esta es la condición capital para que exista democracia, eso que se toma como panacea universal y que en grandísima parte del mundo no existe, y en otra parte considerable está deformada, desvirtuada, profanada. Me doy cuenta de que el poder increíble de los medios de comunicación está perturbando el funcionamiento y hasta la existencia de la intrahistoria y reclama ciertos antídotos que tienen que proceder de las minorías capaces de discernimiento original y de expresión eficaz. Sobre éstas recae la tarea apremiante de restablecer el equilibrio, la exigencia de verdad, la distinción entre lo admirable y lo despreciable. A esas minorías se les puede pedir cierta disposición al sacrificio, por lo menos a muchas renuncias. Los pocos justos que pedía Dios para perdonar a Sodoma y Gomorra serían, en este contexto, los necesarios veraces resueltos a no contaminarse con la mentira, la suplantación de la realidad o la mera indecencia. Podríamos decir que la misión social de los dedicados al pensamiento, la literatura, el arte, la expresión pública, en general, sería velar por la intrahistoria por el sustrato silencioso que constituye los países y con él va tejiendo el mundo. En circunstancias de extrema gravedad en un país, cuando la vida en él se ha hecho tan desagradable y peligrosa que la emigración ha parecido la solución, he sentido su justificación en casos extremos, cuando era la única manera de salvar la vida o la libertad, pero no he extendido mi simpatía a los casos menos apremiantes. He pensadp en el deber de quedarse de no dejar solos a los pueblos, de prestarles la ayuda de una palabra orientadora y veraz. En la medida en que esto ha existido ha sido más fácil la superación de la adversidad; si ha faltado, se ha comprometido, tal vez indefinidamente. Si se pasa la mirada por el mapa y se recuerda la historia reciente, la evidencia de esta consideración se impone. Algo análogo puede decirse del riesgo de decadencia, más solapado que las grandes catástrofes, porque opera de dentro afuera, insidiosamente. Se puede salvar con la convergencia de las mayorías silenciosas y el acierto, unido al denuedo necesario, de los que tienen la pretensión y el deber de expresar la realidad. Todavía estamos a tiempo. Pero temo que no queda mucho. Estoy impaciente por ver salir de su docilidad a los silenciosos para prestar su apoyo, casi tectónico, a los que podrán velar por ellos y prestarles el gran servicio que es el descubrimiento y ía manifestación de la verdad. Julián MARÍAS de la Real Academia Española

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