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ABC MADRID 10-03-1995 página 90
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ABC MADRID 10-03-1995 página 90

  • EdiciónABC, MADRID
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ci ne Cine de la Flor 90 ABC VIERNES 10- 3- 95 Vídeoclub El montador O no había tenido contacto profesional con ningún montador de cine, a excepción de alguna visita a la cueva maravillosa donde José María Forqué trabajaba con el inolvidable Julio Peña, maestro y montador habitual de sus películas. Allí me quedaba embobado contemplando cómo el milagro de la creación surgía de un extraño aparato con nombre aún más exótico: movióla. Movióla era una marca que extendió su poder hasta convertirse en el sustantivo que describía a todas las curiosas máquinas que ejercían aquel oficio, no es nada nuevo y sobran los ejemplos. El director y el montador- como dos magossugerían caminos, posibilidades, rastros y cambios. El montaje de una película es algo tremendo, tan tremendo que sus mutaciones a veces inconscientes y en ocasiones intencionadas o mal intencionadas- pueden variar el sentido de la historia. Yo venía de la tele, cuando ya existía el vídeo; pero aquello significaba otra cosa. El montaje era mucho más simple, sobre todo porque las escenas se grababan casi en continuidad. He pasado muchas horas hilando cuentos y he presenciado sucesos rarísimos: por ejemplo, a un censor ancestral- así lo diría Forges- que trabajaba con nosotros, asomándose a la pantalla para ver el escote de una actriz, más allá del abominable pecado. Recuerdo que le dije: -Don Francisco, por mucho que se asome usted, no verá el canalillo, porque no lo ve la cámara. Me respondió con un bufido medieval y tomó el camino. Ojalá no regrese más, ni don Francisco, ni ninguno de sus compinches. Ahora, pasados los años, ruedo una película en la incomparable Sanlúcar de Barrameda, en el sur de Andalucía, donde el Guadalquivir se junta con la mar, frente al coto de Doñana, entre acedías, cazón, manzanilla y buenos modos. Por cierto, hay algo que me molesta, por la forma y no por el modo. En todas partes, cuando un equipo de cine se dedica a su tarea, siempre pregunta algún cortés interesado: ¿Qué están grabando ustedes? -No estamos grabando: -suelo responder yo ofendido- Estamos rodando. Con el montaje de una película ocur- re io mismo: ahora resulta que se dice editar y al montador se le llama editor Son mañas y usos de la tele, que todo lo arrasa. Se graba y se edita, pase lo que pase, aunque detrás de la cámara se encuentre el mismísimo Billy Wilder. Feas costumbres que más vale desdeñar. El montador lleva en la sangre una mezcla de brujo, matemático y engañador o manipulador de imágenes. El padre de la película- el director, se supone- a su lado, mientras pasan las imágenes, que observa con cariño, con temor y a veces con espanto, sugiere, suplica, ordena y protesta. El montador es el dueño de las tijeras, aunque suele inclinarse ante la voluntad, no siempre, bien encaminada, del que hizo el gran trabajo. El montador no sólo conoce su oficio: sabe de memoria lo que aquellos miles de metros de imágenes desencadenadas contienen, es psicólogo y no ignora los trucos y las manías del director. A un ejemplar de este temple encontré yo en mi primera película: él me llevó de la mano y trató de enderezar una tarea que, al paso del tiempo, me atrevo a calificar de mediocre. Aquel hombre, que a mí me parecía muy Y mayor, sin razón alguna, se llamaba José Antonio Rojo. Nunca volví a trabajar con él, aunque siempre fue mi amigo. Ahora ha muerto. Por teléfono, José Luis Matesanz, mi colaborador en estas guerras, me dijo que había muerto, de un infarto, al pie del cañón. En los periódicos apenas tuvo un recuerdo, porque no es lo mismo que desaparezca Greta Garbo, que un montador que se desoja en la oscura y luminosa cueva de las maravillas. Al comenzar el rodaje de aquel día tuve la tentación de pedir un minuto de silencio en el patio andaluz que nos acogía; pero me pareció teatral, me pareció que yo buscaba un protagonismo que no era mío. Así que antes de rodar- guardé yo el minuto de silencio, que su arte mereció. Incluso ahora me malicio que contarlo desmerece su recuerdo; pero lo digo para quedarme a gusto. José Antonio Rojo, montador de cine, se fue en silencio, sin molestar a nadie, sin hacer ruido, acompañado por el redoble de cien moviólas bien engrasadas. Jaime de ARMIÑÁN Keanu Reeves en un plano de la película L Coplas y Ripios z O l es mi amigo un futbolista y además juega con arte, me da igual su camiseta, o el Club para eJ que jugase. Seguiría siendo mi amigo, sin el color importarme, ya fuera el Real Madrid, o el Hércules de Alicante. Me basta que juegue bien y no el Club que le fichase. Lo digo porque un paisano y un amigo inconmensurable, catedrático y poeta y de hermosas cualidades, le ha presentado el P. S. O. E. para Murcia como Alcalde. Yo, en verdad, preferiría que siguiera con sus clases, sus conferencias, sus libros, sus poemas y a su aire, que se evitara disgustos, zozobras y enemistades. Pero, también, conociendo sus sentimientos loables, su cuidadano interés por las causas más leales, ¿le reprocho lo que arriesga su corazón vulnerable? Sigue, pues, Pedro Guerrero, mi amigo noble y constante, que yo desde la otra grada de colores semejantes, sin ser de tu mismo equipo gritaré para animarte. Francisco RABAL Vicente A. Pineda A acción por la acción lo es todo en Speed, máxima potencia que juega con el riesgo y la aventura en unas situaciones llevadas al límite. Tres hechos diferentes, dentro de un argumento único, determinado por el nexo del héroe, el joven policía Jack Traven, y el asesino psicópata Howard Payne. Para empezar, Payne coloca una carga de explosivos en el ascensor de un rascacielos. Después sitúa debajo de un autobús de Los Ángeles un artefacto capaz de hacerlo saltar por los aires si no mantiene una velocidad superior a los ochenta kilómetros por hora. Por último, hay una agitada persecución en un rnetro que marcha a toda velocidad sin conductor. Jan De Bont, en esta primera película como director, evidencia su experiencia de fotógrafo en películas de acción y suspense, La caza del Octubre Rojo o Arma letal 3 El bueno es Keanu Reeves y el malo, Dennis Hopper, como corresponde. En alquiler al precio aproximado de 400 pesetas al día y en venta a 2.995 pesetas. La madre muerta Juanma Bajo Ulloa acierta a reflejar en su segunda película, La madre muerta una atmósfera de misterio e inquietud. Como en su primera obra, Alas de mariposa también en esta ocasión los hechos están vistos desde la perspectiva de una niña. Al cabo de los años no olvidará sus imágenes de la infancia cuando sorprende, sin ser vista, al asesino de su madre. Los años no borrarán su mirada de pánico contenido. El destino hará que ya de mujer vuelva a encontrarse con el hombre que mató a su madre. Un filme denso y grave, ambiguo y sombrío que tiene el aire de una pesadilla. En el Festival de Montreal de 1993 obtuvo el premio al mejor director. En venta al precio de 1.995 pesetas.

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