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ABC MADRID 02-03-1995 página 3
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ABC MADRID 02-03-1995 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO PRENSA POR ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 2 DE MARZO DE 1995 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC doctorados honoris causa hasta hace pocos años reservados a excepciones. La mayoría de las críticas de todos los ámbitos llevan a la desorientación más completa. Las causas de esto último son muy diversas. En parte, la escasa competencia de los que las hacen, que no tienen medios de juzgar el valor de las obras comentadas. Añádase a esto lo que es una nueva forma de lo que se llamaba respetos humanos hay figuras intangibles- con frecuencia ilegibles- que exigen automática veneración y acatamiento, sea cualquiera la calidad de sus obras. El partidismo tiene enorme peso en las valoraciones: se pueden leer diez o veinte comentarios elogiosos de una obra deleznable, junto a la ausencia total respecto a otros autores o sus obras. Esta situación lleva al desaliento a los que no tienen una vocación muy firme, a los que esperan acogida y valoración, a los que creen necesario el éxito. Algunos se desaniman y dejan de producir; otros, no renuncian a ello pero piensan que da lo mismo y se abandonan- es tristísimo el espectáculo de autores que han sido valiosos y en cierto momento dejan de serlo- Un paso más, y más lamentable, es el que dan los que deciden conseguir el aplauso y el éxito a cualquier precio, siguen las normas dominantes, buscan los apoyos eficaces o cortejan a los que distribuyen la fama. Es muy difícil evitar estos peligros, quimérico oponerse a los malos usos que dominan en el mundo de las ciencias, las letras y las artes. La inmensa mayoría de las personas no producen obras culturales; las conocen, leen, contemplan o escuchan, se nutren de ellas, con ellas hacen su vida y procuran que sea más digna, levantada y DOMICILIO SOCIAL J. I LUCA DE TENA, 7 2 8 0 2 7- MAD RI D DL: M- 13- 58. PÁGS. 120 D OS hechos me sorprenden desde hace mucho tiempo. Uno de ellos es la escasa frecuencia con que se usa el adjetivo inteligente cuando se elogia a personas dedicadas a funciones del pensamiento. El otro, que se presenta muchas veces a los que se consideran valiosos y aun eminentes en esos menesteres sin indicar que posean ninguna doctrina, no digamos que la hayan creado. Hace unos días, según he leído, un distinguido ensayista francés ha dado una impresión resueltamente pesimista, casi lamentable, del estado actual de la cultura de su país. Creo, y así lo he dicho con insistencia, que estamos amenazados de una decadencia, que califico de evitable porque pienso que todavía no se ha consumado y podría tener arreglo si se hicieran unas cuantas cosas que no se ven todavía en el horizonte. El caso de Francia es particularmente revelador, porque, aunque no forzosamente genios -especie muy escasa- siempre había tenido figuras descollantes en todos los campos; país sin decadencias, pero que desde hace treinta años largos está amenazado por la que ahora se percibe desde dentro. Es evidente el descenso de la calidad intelectual media en casi todos (os países que conozco. Las causas de ello son varias. Una, el hecho de, que se dedican a menesteres intelectuales- en el sentido lato de la palabra- altísimo número de personas que probablemente carecen en gran parte de verdadera vocación. El número de profesores ha crecido de modo asombroso; no sólo por el aumento de los estudiantes, sino por la creciente especialización, y por la universal vigencia de que la proporción o ratio como suele decirse, entre unos y otros debe ser reducida. Por otra parte, el desarrollo de las técnicas de trabajo, apoyada en la técnica en sentido estricto, ha permitido que se haga labor científica con un mínimo de inteligencia, y que se considere valiosa la acumulación de noticias, estadísticas y experimentos. Paralelamente, se lee que a tal concurso se han presentado doscientas o trescientas novelas, lo que produce asombro. Se reúnen congresos con centenares de teólogos; los poetas pueden alcanzar multitudes que no cabrían en ningún Parnaso. Algo semejante sucede en las artes plásticas o la música, y desde luego en el cine. Todo esto podría estar frenado o contrapesado por la exigencia de calidad. Pero esto es lo que más se echa de menos. Se multiplican los premios de toda índole, que a veces parecen justos, pero con frecuencia se posan sobre figuras insignificantes o resueltamente negativas. Se prodigan los LA CALIDAD INTELECTUAL placentera. Su desorientación es muy grave, quizá lo más inquietante, porque constituyen el conjunto de la población, del cual tendrán que surgir los creadores -si se quiere emplear esta palabra excesiva- Si el nivel de los más desciende, es improbable la aparición de las minorías que los nutrirán y elevarán el nivel de sus vidas. En cuanto a los que producen esas obras o ejercen las funciones docentes o rectoras, lo absolutamente necesario es que se exijan a sí mismos la calidad requerida. Frente a la opinión común de que los hombres no se conocen, y tienen todos alto concepto de sí mismos, tengo la creencia arraigada de que se conocen bastante bien y tienen una idea aproximada de sus posibilidades y del valor de lo que realizan. Es notorio el descontento profundo, que suele desembocar en hostilidad y rencor, de muchos que están colmados de éxitos, distinciones y elogios. Es más soportable- y menos dañino- el fracaso o el desconocimiento que el éxito injustificado. Lo que no parece admisible es el abandono, la renuncia a las propias posibilidades. Es imperdonable que el creador o el que se mueve de cualquier modo en el ámbito de lo intelectual, por ejemplo en la enseñanza, no haga lo que tiene que hacer lo mejor posible poniendo en ello todas sus potencias, su entusiasmo y su esfuerzo, sin cuidarse de cómo será acogido, recibido, comentado o silenciado. Esto es lo único verdaderamente eficaz que puede hacerse para impedir que la decadencia se adueñe de nuestra época. La calidad se afirma por sí misma, acaba por imponerse. Los que necesitan claridad, orientación, belleza, después de buscarlas en vano en lo que se les ofrece como tal, tendrán que recurrir a aquello en que residen. Se puede anticipar el balance, casi siempre justo, que el tiempo termina por llevar a cabo. Los libros, los cuadros, las partituras que han resistido el paso de los años- o, con suerte, el de los siglos- quedan ahí y constituyen aquello de que nos nutrimos para seguir viviendo y acaso avanzando. Ya que estamos en una época acelerada, ¿no se puede anticipar esta depuración? Tal vez en el plazo de nuestras vidas se puede restablecer el sistema de las estimaciones. Hay un criterio infalible: es valioso aquello que nos proporciona claridad, orientación, que resiste a las dudas y las preguntas; o aquello que nos enriquece, potencia nuestra vida, nos produce placer verdadero, no un cosquilleo que halaga nuestra sensualidad o nuestra vanidad y de lo que sentimos, casi simultáneamente, vergüenza. Julián MARÍAS de la Real Academia Española EL LIBRO DEL ANO Espasa Calpe

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