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ABC MADRID 20-10-1994 página 3
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ABC MADRID 20-10-1994 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 20 DE OCTUBRE DE 1994 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC blos y ciudades, sus paisajes, sus libros, su historia. De esto quería hablar. He dicho posesión el precio que por ella pagó Azorín fue la entrega, la devoción, la generosidad también, que no se limitaba a las personas. El increíble amor con que Azorín contempló la realidad española, mezclado con dolor en ocasiones, pero siempre con apego, el amor crítico pero de complacencia, es la clave de su obra entera, que empezó entonces. Todavía le faltaba mucho para ser Azorín era José Martínez Ruiz, y tenía que pasar por varios efímeros seudónimos. Pero al leer ese libro se advierte que Azorín había nacido ya: fue el que llegó a Madrid en 1895 con un proyecto que había de prolongarse tantos años. En su obra está vivida, imaginada, evocada, recreada España entera, con infinita delicadeza, que no excluye la visión dura cuando hace falta. España entera, en su conjunto primario y en su detalle, con delectación en cada uno de sus elementos integrantes. El mapa físico, artístico, moral, humano de España fue compuesto por Azorín como por nadie. El único antecedente que puede encontrarse, con ana capacidad de recreación que compensa la ausencia de grandes porciones, es Cervantes. Acaso, entre uno y otro, Galdós. Yo recomendaría, ahora muy especialmente, la lectura de Azorín como algo salvador, de primera necesidad. Porque entre los muchos peligros que acechan a los españoles, uno de los más graves es el de sustituir la imagen de España por, su caricatura. A veces, simplemente ridicula; otras, rencorosa, resultado de íntimas frustraciones, de descontentos que se ocultan con jactancia. El amor de Azorín abarcaba la totalidad de España; cada parte de ella, cada faceta de su realidad, cada fase de su historia estaba contemplada, descubierta, potenciada, DOMICILIO SOCIAL J. I, LUCA DE TENA, 7 28027- MADRID DL: M- 13- 58. PÁGS. 152 tante. Vuelvo a sus libros una vez y otra, y siempre me parecen nuevos: descubrí en ellos facetas que había olvidado, visiones sobre las que había resbalado y que deslumhran por su perspicacia y su poder de iluminación. Me asombra la amplitud de sus puntos de vista, el contacto invariable con la realidad, el acierto y riqueza de sus lecturas, la detención morosa, inteligente, complacida en lo que iba viendo. No estoy lejos de pensar que es uno de los escritores de nuestro siglo que más riqueza contienen, y que por eso enriquecen de manera increíble. La idea de que Azorín era un escritor limitado rnonocorde; en definitiva, poca cosa es resultado de escasa lectura o de haber resbalado por sus páginas, lo que ocurre incluso a algunos que escriben libros sobre él. El último libro de Azorín que he releído es Madrid Lo escribió en 1940, recién terminada la guerra civil, y se publicó en 1941. Leí con entusiasmo su primera edición; he vuelto a ella al cabo del tiempo, y mi entusiasmo se ha multiplicado. Azorín recuerda su llegada a Madrid, desde Valencia; erv un tren que tardaba más de veinticuatro horas, y su instalación en una modestísima casa de huéspedes o pupilaje en la calle del Barquillo. Alguna vez he recordado su salida hacia la calle de Alcalá, su admiración al ver a un señor- u n escritor- que lee a un pequeño grupo de amigos un original ante el teatro de Apolo, bajo la luz de los globos blancos, en un ambiente de fluidez, de señorío y de modernidad Todo esto, no se olvide, en 1895. Fecha en que ya estaba lo que se puede llamar el espíritu del 1) 8: ese año aparecieron en La España Moderna los cinco Ensayos sobre el casticismo de Unamuno, acaso el libro más representativo de la nueva época, y en los siguientes la obra entera de Ganivet, y nada menos que Paz en la guerra del mismo Unamuno. El libro Madrid es quizá el libro capital sobre la generación del 98 desde dentro Azorín la cuenta, explica, comenta, con talento, con la ilimitada generosidad que lo caracterizó- y que no siempre fue correspondida- Es admirable la riqueza de ese libro en que el autor se vuelve sobre sus orígenes, sus dificultades de escritor que empieza, su experiencia de las redacciones de periódicos, sus gratitudes, sus privaciones, su hambre, que llega hasta el desvanecimiento. Y a la vez la dilatación de la vida, la progresiva conquista del estilo, la seguridad, el dominio, todo ello con decepciones que no desembocan en el desaliento. Y sobre todo la toma de posesión de España: de su suelo, su territorio, sus pue- M I relectura de A z o r í n es casi cons- AZORÍN COMO ANTÍDOTO salvada, no hay excepciones ni exclusiones en la España de Azorín. Su mirada se extiende por la totalidad y va manifestando todo lo que hay- y todo lo que falta- a la vez que va imaginando lo que podría haber si quisiéramos, si tuviésemos inteligencia y cordialidad, amor, y no envidia o resentimiento. Habría que hacer las cuentas del resentimiento en España y su sin duda desigual distribución. El resentimiento- M a x Scheler lo vio bien- consiste en la negación de los valores o su inversión: la anteposición del valor inferior al superior, o más aún, del negativo al positivo. Hay una floración de resentimientos, el mayor peligro que nos amenaza, porque mina y corroe nuestra más profunda realidad. Ciertos grupos han puesto su vida a esa carta, y no es difícil ver que están dedicados a su destrucción; intentan la de otros, pero la que logran es la propia. Azorín podría ser el antídoto de todo esto. Si los españoles, sobre todo los jóvenes, lo leyeran, quedarían a salvo de esa dolencia perniciosa y con inmensa capacidad de contagio. Hay virus que prenden y se convierten en epidemia, acaso en plaga. Sé muy bien que se ha procurado en los últimos años disuadir de la lectura de Azorín, cuyos libros no están en demasiadas manos ni en suficientes librerías. El motor de esa disuasión ha sido precisamente el resentimiento. Pienso en los jóvenes, pero ¿y los que ya no lo son? Llevamos muchos años de desviación provocada de este escritor. Creo que es el menos leído de los autores del 98. Todos ellos son necesarios, hasta el punto de que un español que no los conoce es un hombre incompleto; pero acaso Azorín sea el más necesario, el más urgente. Tiene además otra virtud: es la mejor preparación para leer a los demás y a los más recientes que vaien la pena. Su generosidad para con todos aquellos sobre quienes escribió- desde el Poema del Cid o Gonzalo de Berceo hasta sus contemporáneos más jóvenes- su valoración de todos ellos, su entusiasmo contagioso, que nos hacía buscar- tar vez en vano- los libros de un oscuro escritor olvidado, que por el arte de Azorín resucitaba, es el estímulo mejor para que podamos emprender esa operación que cada uno tiene que ejecutar por sí mismo si quiere ser de verdad y no un fantasma o una réplica en plástico de lo humano: la posesión de la propia realidad; en nuestro caso, de España, y desde ella- s ó l o desde e l l a- del resto del mundo. Julián MARÍAS de la Real Academia Española

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