ABC MADRID 13-09-1994 página 15
- EdiciónABC, MADRID
- Página15
- Fecha de publicación13/09/1994
- ID0001946148
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El color de la mañana ON Ibrahim de Carmita y de la Morena, protésico dental y antes padre escolapio que un día más o menos memorable tomó la confusa o semiconfusa decisión de ahorcar los hábitos, decía siempre que lo grave no era la envidia sino el dar carta de naturaleza a la envidia. Es erróneo admitir que la envidia sea consubstancial con el español, como la hipocresía con el inglés, la avaricia con el francés, etc. las generalizaciones son siempre falsas y no funcionan más que en la conversación entre señoras de mediana edad y con celulitis, esto es, entre seres no rigurosamente pensantes. ¿O no rigurosamene racionales? -Usted lo ha dicho: no rigurosamente pensantes ni racionales. Azorín, el olvidado Azorín, pensaba que la envidia, como la ira y la tristeza, se siembre en el corazón del niño al mismo tiempo que se le hace derramar la primera lágrima injusta, y para Quevedo, que la sufrió en sus carnes, la envidia es flaca porque muerde pero no come. Unamuno difería de don Ibrahim, el clérigo rebotado, al suponer que la envidia era la íntima gangrena del alma española. -Y o pienso- decía don Ibrahim, que no Unamuno- que es verdad eso de la gan- D EL HUEVO DE LAS CALAMIDADES grena pero no creo que seamos sólo los españoles los envidiosos, para mí que es un mal bastante extendido y que quizá vaya por temporadas, como la gripe. Es probable que la razón la tuviese fray Luis de León al preconizar la huida del mundo para poder vivir ni envidiado ni envidioso, lo que pasa es que no suele querer dársele la razón porque el hombre es animal gregario y esto del gregarismo, pese a todos sus idealizadas connotaciones, entiendo que no es una virtud sino una tara. ¿Se puede colegir de lo dicho que usted no aplaude la función social de las congregaciones, los sindicatos y las hermandades? -No, señorita, uno, en su humildad, no sólo no cree en cuanto usted enumera sino que lo teme más qué el fuego; en esos estratos y eri el corporativismo debieran rastrearse las causas, próximas o remotas, de la envidia: el término medio es el embrión, el huevo de todas las domésticas o generalizadas calamidades, la envidia, por ejemplo, y en su prosecución se estrellan y se esterilizan los buenos y generosos propósitos que a veces tiene el individuo, jamás la sociedad. Camilo José CELA A- BC 15