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ABC MADRID 17-10-1993 página 57
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ABC MADRID 17-10-1993 página 57

  • EdiciónABC, MADRID
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DOMINGO 17- 10- 93 CULTURA A B C 57 Hoy, el legado de Aron comienza a emerger, majestuoso, marmóreo, entre las cenizas de un espectral campo de ruinas, campos de batalla donde las víctimas se amontonan, ensangrentadas e insepultas Argelia, ante Vietnam, ante las guerras de liberación nacional ligadas a la descolonización, ante las instituciones de la IV y la V República francesas, ante la diplomacia francesa, europea y americana, ante la historia de las ideas de nuestro tiempo, Aron consuma siempre, al mismo tiempo, una gigantesca aventura intelectual. Como editorialista, en Le Fígaro primero, y en L Express finalmente, es un polemista solitario, irredento, temido, odiado y respetado. De Sartre a De Gaulle, por citar sólo a sus pares, Aron combate, defiende, con una independencia de criterio perfectamente única, siempre ejemplar, ideas y principios. Medio siglo más tarde, sobre todo, es posible percibir hasta qué punto fue un combatiente solitario, un irregular en la guerra de las ¡deas, víctima de los cuerpos de e ército de la Academia, la Universidad y la Industria de la Cultura. Como ensayista, sociólogo, historiador, pensador, filósofo de la historia de las relacio- Treinta y ocho años después de su primera edición, El opio de los intelectuales continúa siempre vigente, incluso después del derrumbamiento fáustico del marxismo; la descomposición de la URSS extremos antagónicos del pensamiento francés. Sartre estaba al pie de la tumba. Y Aron continuaba trabajando en su ensayo sobre Maquiavelo. Años antes, todos los príncipes de la República francesa, habían intentado atraerse, en vano, su consejo o su silencio. Kissinger, el historiador del Consejo de Viena y el teórico de la estrategia en la era nuclear, siempre trató a Aron como a un maestro. Hoy, el legado de Aron comienza a emerger, majestuoso, marmóreo, entre las cenizas de un espectral campo de ruinas, campos de batalla donde las víctimas se amontonan, ensangrentadas e insepultas, pasto para el consumo de imágenes audiovisuales igualmente difuntas, vampirizando nuestro destino. Aron intentó, hasta el fin, seguir el modelo de Tucí dides, intentando que el escalpelo de su discurso pudiera iluminar nuestro camino, siguiendo una máxima que él hizo célebre, diciéndose víctima del pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. nes internacionales, Aron consumó una tarea múltiple, todavía mal explorada: introductor, en Francia, de las corrientes de pensamiento alemanas; vehículo de comunicación y diálogo entre las tradiciones culturales alemana, francesa y anglosajona; arquitecto, él mismo, de una majestuosa cartografía del pensamiento político, filosófico, histórico y estratégico de nuestro tiempo. Polémica con Sartre André Glucksmann intentó al final de los años setenta una imposible reconciliación intelectual entre los dos antiguos camaradas, Sartre y Aron, que encarnaron, en su día, dos Reencarnación del pensamiento socrático ON frecuencia, desde su desaparición en 1983, se ha considerado la obra de Aron como una digna y brillante continuación en nuestra época de un pensamiento liberal de la estirpe de Tocqueville o Montesquieu. Añadiría que Aron reencarna la tradición profundamente occidental del pensamiento socrático y sobre todo el talante del filósofo clásico. Como Sócrates, Aron ha sido constantemente el tábano que no ha cesado de aguijonear a sus contemporáneos; les ha impedido que descansasen en sus seguridades, ha destrozado sus tópicos, ha desorientado y ha inquietado. Y por todo ello, también ha estado siempre en el filo de la navaja asumiendo riesgos y sufriendo descalificaciones. Su rechazo tajante de todo maniqueísmo en la historia, su esfuerzo para comprender una realidad social y política tan compleja como la del siglo XX y para ello partir siempre de la distinción dolorosa entre lo deseable y lo posible, su valentía para ir contra la corriente y no admitir que pueda haber totalitarismo bueno todo ello supuso un esfuerzo de lucidez y coraje. Un pensamiento potente de esta índole, acompañado de una práctica periodística, que situaba siempre a Aron en el ojo del huracán de todos los problemas contemporáneos, difícilmente podía tener acogida entusiasta en el ambiente intelectual español. Desde luego, sus libros traducidos al español se leían y estudiaban en el medio universitario de los años sesenta y setenta, pero generalmente con el filtro ideológico y la definición vaga y equívoca- C mente descalificadora de ser un pensado de la derecha La poca conciencia histórica y la nula reflexión geopolítica que aquejaba a los jóvenes universitarios europeos, señalada en los brillantes diálogos de Le spectateur engagé era todavía más aguda en nuestro país. Ni un solo prólogo, ni una introducción sólida, encontramos en esas traducciones. Y cuando un joven español estudia su pensamiento, generalmente se centra en el aspecto más neutral de la sociedad industrial. Naturalmente hubo excepiones, especialmente en la generación coetánea del gran pensador francés y en el pequeño núcleo liberal del pensamiento español. Una de las pocas referencias directas que tuvo Aron de las cosas de España se debió a su relación con Luis Diez del Cotrral. Fue éste quien en 1951, en París, reunió en un almuerzo a Aron con Ortega y Gasset. Ambos guardaron un grato recuerdo de esa reunión y Aron siempre recordaba ante Diez del Corral la amena y profunda charla de Ortega, especialmente sobre el mundo hispanoamericano y sus teorías sobre la mujer criolla. La. relación de Aron con Diez del Corral fue continuada: desde la intervención de ambos en el Coloquio de Rheinfelden en 1960, al que asistieron otras importantes personalidades, hasta sus encuentros en los dos breves viajes de Aron a España, y especialmente la participación conjunta durante años en la Comisión nacional para la reedición de las obras de Tocqueville Aron profundizó poco en la historia y el pensamiento español; más volcado hacia el norte europeo obvió el mundo europeo del sur, tanto en España como Italia; seguramente no fue indiferente para su relación con Ortega y Diez del Corral el que tanto uno como otro poseían, como el propio Aron, una sólida formación alemana. Desde luego, como él mismo contaba en las páginas inéditas de ABC en 1988, habia leído La rebelión de las masas en el inicio de los años treinta y respetaba y se sentía cercano en varios aspectos al pensamiento orteguiano, en la medida en que lo conocía. En los años ochenta, y ya antes del estrepitoso hundimiento del mundo sovietizado, la obra de Raymond Aron, junto con la de otros ilustres liberales como Karl Popper o Isaiah Berlin, ha ido ganando espacio y densidad en los ámbitos culturales de nuestro país, no sin ciertas resistencias. Una reflexión política y moral que afirma su independencia y coraje y que se niega tanto a ser confidente de la Providencia como consejero del príncipe no es fácil de asimilar en un medio dado a las etiquetas ideologizadas como instrumento para descalificar al contrario. En este punto, Aron hacía suyas las palabras de Ortega: Ser de izquierdas o ser. de derechas es escoger una de las innumerables maneras que se ofrecen al hombre para ser un imbécil. Ambas son formas de hemiplejía moral Si me hubiese acordado de esta frase- prosigue Aron- hubiese encontrado la mejor respuesta a los que me preguntan si yo era de derechas o de izquierdas Carmen IGLESIAS

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