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ABC MADRID 10-08-1991 página 52
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ABC MADRID 10-08-1991 página 52

  • EdiciónABC, MADRID
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XII ABC ABC ttTCV V Q 10 agosto 1991 Pensamiento y ciencias sociales Curas rurales, ilustrados, poetas J. Martín de Ximeno, Meditaciones de un cura de aldea. Institución Duque de Alba (Ávila, 1990) 243 páginas. 1.000 pesetas IS lectores, guiados por la transparente mano de Azorín, habrán sin duda visitado Riofrío, ése que él llama un pueblecito de Ávila Y habrán podido ver en los anaqueles de la librería parroquial el libro que su protagonista, Jacinto Bejarano Galavís, escribió para solaz lectura que en invierno ayudase a superar fríos y soledades. Yo también obedecí el consejo de Azorín y me dirigí hacia la Morana, dispuesto a seguir el consejo de Josep Pía en su Viaje a pie llegar al pueblo, buscar la arboleda de la plaza, sentarse a hablar con los que allí están en la misma actitud sapiencial y ociosa con que los miembros del areópago y del agora oyeron a San Pablo en Atenas. Pía dice que un pueblo sin cura, sin plaza con árboles, sin tertulia, sin gente que quiera escuchar no es pueblo. Siguiendo los pasos del buen cura de Riofrío me topé, al lado de Arévalo, con el cura de Rasueros, que es también, como aquél, un verdadero amigo del país: ¿No es sorprendente que las celebradas Sociedades de Amigos del País estuvieran casi siempre fundadas, animadas y sostenidas con la presencia de un clérigo? Allí lleva años en compañía y en soledad con las gentes que cultivan la tierra; pero ya no es el clásico cura de aldea porque tal clásica aldea ya no existe, una vez que la televisión existe y la inmigración ha deshecho los pueblos y la pobreza del medio rural los ha convertido justamente en aduares. Allí está, como tantos otros, nuestro nuevo Bejarano Galavís, amigo de los hombres y de unas pocas palabras verdaderas; a la búsqueda de las pocas cosas que el hombre necesita para vivir; capaz de contentarse con lo único necesario y desde ahí obsequiar al prójimo con su pobreza libre. Por ejemplo, con un buen vino. Las cosas, loado sea el Señor, no son distintas en Castilla respecto de lo que Pía describía en la Cataluña de mediados de siglo: En los pueblos rurales el cura forma parte del grupo de personas más definitivamente pobres, sobre todo si el cura no tiene disposición para hortelano, si es uno de esos curas que los payeses llaman sabios... Antes daba gusto ir a las rectorías campesinas. Eran casas hospitalarias, que gustaban de obsequiar. Siempre había un poco de buen vino en una botella y galletas para roer mientras se hablaba. Pero no se engañen, el autor de estas Meditaciones que es absolutamente cura y absolutamente rural, viene de lejos y de fondo. Sufridor como muchos en la minería asturiana, con sus problemas sindicales y políticos; conocedor como pocos del pensamiento moderno y traductor del mejor estudio sobre el idealismo y su pretensión de heredar al cristianismo como religión del espíritu y de la libertad. Hay libros para saber y libros para ver: libros para pensar y libros para vivir; libros para estar enhiestos durante la vida y libros para recostarse libres esperando la muerte. El lector dirá por sí mismo de cuál de ellos es éste, sencillo y sustancial, escrito por un cura de aldea, que se abre con esta frase: Os digo, sinceramente, que también los curas de aldea tenemos el peligroso vicio de pensar. Yo no he dejado de preguntarme por qué los autores más sensibles del siglo XIX y XX español han tenido que vérselas con el enigma del cura rural. Desde el Nazarín de Galdós, al El peso del integrismo en el catolicismo de la Restauración Joan Bonet y Casimir Martí, L integrisme a Cataluña. Ed. Vicens Vives (Barcelona, 1990) 645 páginas L libro de Joan Bonet y Casimir Martí, bien documentado, completa un aspecto de la historia político- religiosa española del siglo XIX hasta hace pocos años bastante mal conocido: la división política de los católicos españoles durante la Restauración canovista. Algunas publicaciones recientes (los libros de Begoña Urigüén, José Andrés Gallego, Marta Campomar, Cristóbal Robles y Vicente Cárcel Ortí) nos habían aproximado a una visión muy ajustada de los términos y el alcance de la polémica y de las posiciones y actitudes de los distintos protagonistas. El libro de Bonet y Martí viene a completar y enriquecer ese conocimiento con una inédita e interesante aportación documental (principalmente la correspondencia de F. Sarda y Salvany, y de algunos obispos catalanes) que los autores insertan profusamente en la narración de los hechos. Los autores, que en otros momentos han abordado otras dimensiones estructurales de la realidad histórica, confiesan la necesidad de reconstruir esta parcela de la historia, el debate ideológico, que no excluye, muy al contrario, reclama, el análisis de otros aspectos políticos, sociales e institucionales, de la Iglesia y del catolicismo. De otro lado, la distancia de los autores respecto a la época les permite escribir una historia desapasionada e inteligible, de una apasionada polémica que, más allá de las apariencias, lo es más sobre cuestiones de estrategia que sobre cuestiones de fondo. Los autores subrayan el común antiliberalismo de posibilistas e integristas acorde con la visión teo- lógica vigente en el tiempo del Vaticano I. El periodo narrado (1881- 1888) corto aunque muy intenso, está marcado por la publicación del folleto de Sarda y Salvany El liberalismo es pecado que se convierte en el verdadero hilo argumental de esta historia: su proceso de publicación y difusión, y las respuestas y demandas de aprobación o condena que su aparición suscita. Las polémicas internas, las presiones de unos y otros sobre Roma, las intervenciones de la Santa Sede y las interpretaciones interesadas de aquéllas, se van sucediendo. Las respectivas posiciones de los obispos catalanes- Morgades (Vic) Casañas (Urgel) y Cátala (Barcelona) quedan perfectamente perfiladas. Más allá del tituló, L integrisme a Catalunya la historia que narra no es específica ni principalmente catalana, aunque los protago! nistas de este libro sean mayoritariamente los I obispos y publicistas catalanes. El libro inte, resa, pues, al conocimiento general del catolii cismo español y de la historia política de la Restauración. Pues, aunque la polémica se plantee de forma especialmente aguda en Cataluña, la discusión se reproduce en toda España, y no adquiere en principio perfiles peculiares en el ámbito catalán. Si bien es cierto, como argumentan los autores, que ese impasse que se produce en el catolicismo español por la estéril polémica entre integristas y mestizos sobre el régimen de tolerancia canovista posibilita el éxito en Cataluña de la tercera vía posibilista y catalanista, que representa Torras i Bages. Feliciano MONTERO M San Manuel Bueno, mártir de Unamuno, o al Cura de Monleón de Baraja. Pero no sólo en nuestro país. Ha ocurrido en toda Europa: recuerden a Francis James, Bernanos o Graham Greene con sus admirables y dramáticas figuras de curas, atraídos por la agonía de Jesús o por la transfiguración, sostenidos por esa pobreza que es cruz y gloria cuando el hálito del Espíritu Santo ha pasado por ella. Los curas en España se dividieron en civiles y montaraces. La división de las dos Españas comenzaba por esa escisión interna a la propia Iglesia. Si en ella se daba ya la ruptura hay que comenzar a pensar que el problema no era reli- E gioso, sino de naturaleza previa; es decir, cultural y educativa. Y lo nuevo de España es que la generación actual de curas somos hijos de ambos y su doble alma empuja nuestros actos. Yo mismo surgí a la sombra de uno que se dedicaba a criar vacas y toros en las montañas de Gredos y con el mismo bastón que las cuidaba a ellas apaleaba en caso de necesidad a sus feligreses, con tanta vesania como cercanía solidaria. Y, a la vez, soy hijo dé alguien que, profesor en Berlín y Oxford, hizo de Ávila residencia de amor para sus días y junto con San Juan de la Cruz puso en nuestras manos a Goethe y Shakespeare, a Rilke y a Eliot, a Ortega y a Congar, a D Ors y Valéry. Se llamaba Alfonso Querejazu. Durante treinta años en los días de Pentecostés dirigió en Gredos las Conversaciones de intelectuales Cientos le deben su fe y su lucidez intelectual. Quienes de allí venimos tenemos el campo metido en el alma, y el alma extendida al mundo, a la catolicidad del pensamiento y de la fe, al ecumenismo de las razones y de las religiones. Mientras podamos seguir yendo a visitar a Marcelino Legido en el Cubo de don Sancho o a Julio Ximeno en Rasueros, hay esperanza entre nosotros para los hombres y para la palabra. Ser cura es de las cosas serias que hay en el mundo. Mientras haya en España curas rurales ilustrados y poetas, pese a todo anticlericalismo, España gozará espiritualmente de buena salud. Olegario GONZÁLEZ DE CARDEDAL

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