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ABC MADRID 27-04-1991 página 72
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ABC MADRID 27-04-1991 página 72

  • EdiciónABC, MADRID
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XVI ABC ABC fílcrarío La última palabra 27 abril 1991 Clip CARICIA su mejilla deteniéndose en el milímetro, sin bajar hasta la sonrisa. -H a y que volver a Gracián- dice. Ella lo empuja, se levanta de la cama y avanza decidida hacia el tocador, dispuesta a peinarse. ¿P o r qué? ¿Por lo de lo bueno, si breve, dos veces bueno? -S í el lenguaje pide síntesis, soporta un exceso de información. ¡Bah! A q u e l bah lo enardece. Lo encuentra sin duda muy significativo, porque olvida la idea de encender el cigarrillo, y corre a mirarse también él en el e s p e j o Como ella no se deja acariciar el pelo, se apodera de su hombro, un hombro de angulaciones casi infantiles, pero firme, ingenuamente robusto: -Insisto: hay que reducir la expresión al mínimo, y la narración, al fragmento. Sólo los fragmentos pueden aspirar a una totalidad. Es el signo de los tiempos. Lo mismo ocurre en el amor. Ella se vuelve, molesta por las cosquillas, risueña y desafiante: -N o estoy de acuerdo. Admito que la palabra está cada vez más cargada, que cada vez tiene más connotaciones, pero eso no nos lleva al fragmento, sino a la digresión, a la necesidad de acotar los significados. -N o escucha, sólo el fragmento es eficaz. Pero, si te empeñas, que sea un fragmento de digresión... Y a modo de ejemplo, le besa ei lóbulo de la oreja izquierda: ¿Ves? -E r e s un sofista. Pretendes convertir en eficacia la impotencia. Apártate de mí. No tiene intención de claudicar. Hay otros métodos. -Tienes la prueba en la literatura actual. En el auge del cuento y la decadencia de la novela, o por lo menos del novelón. -Estás muy equivocado. Todos los grandes éxitos son novelones. Se despega él, va a la ventana, se demora lo justo para empezar A a inquietarla, y contraataca por fin: -N a d i e lee los novelones. O casi nadie. Cuando compramos un novelón no compramos una lectura sino una promesa de lectura, la promesa de, algún día, en una playa del Caribe, lejos del mundanal ruido, enfrascarse en ella. de fragmentos. Además, sólo leo los titulares. Y si leo algún texto, empiezo siempre por el final. -Estás loco. -Convéncete. Hoy no es posible el argumento total. No hay Atlas que sostenga la bola del mundo. El último fue el Ulises y ya v e s en el fondo no era sino un fragmento, la apología misma del fragmento. -Hum... Primero un beso. Luego otro beso. Así está mejor. ¡Y dale con el tiempo! ¡Pero si la gente tiene más tiempo que nunca! En el Metro, en el autobús, en la sala de espera del dentista... -Deja en paz a los dentistas. Además, no es cuestión de tiempo libre, sino de paz de espíritu. Ven. LLA no va pero él alarga el brazo, toma su mano, y la atrae hacia sí: cuatro gestos para, con dulce renuencia, dejarse caer de nuevo sobre la cama. En la mesilla de noche, mudo testigo de toda la escena, un ejemplar de La hoguera de las vanidades También un cigarrillo que pide lumbre. Ahora bien, si lo enciende, ella escapará de un brinco, y ya no habrá quién la despegue del espejo. -Y a sé que tú sí lees los novelones. Y que no necesitas una isla del Caribe para ello. Pero es que tú misma eres una isla del Caribe, entiéndelo. Ella se zafa de su brazos, aunque ño totalmente decidida a salir del ring No tanto, al menos, que no quede a la espera de un nuevo signo, de una nueva embestida. Astuto, se estira él para apoderarse de las cerillas. Frunce ella el ceño. Amaga él, pero no enciende. ¡También tú lees! Eres capaz de tragarte de cabo a rabo varios dominicales, en una mañana... -L o dicho: fragmentos, sumas E -Tal es el arte de nuestro tiempo, humilde: cumplir con lo pequeño, sacrificar los fines P al medio, centrarse f en el indicio, renunciar a la vanidad de querer abarcarlo todo... ¿Como en el amor? -Como en el amor. ¡Déjame en paz! Urge un plazo, una estratagema, una idea. -Entiéndeme: ¿qué es el amor, sino un paréntesis, un instante inaprensible en el que sin embargo se contiene todo, todo, la vida misma? ¡Hay que ser más ¡nocentes! L factor sorpresa ha surtido efecto, aunque ella sonría con desprecio: se nota en el nuevo perfil de la cadera, más caído, en el cuello que se esconde, en el hombro que busca cobijo en el nido del cuello. Se abrazan pues, se acarician, se persiguen como se persiguen en la tatuada esfera la aguja de la hora y la de los minutos, como sabiendo que a las doce en punto ha de irrumpir un viento, inverosímil y oportunísimo, golpeando los batientes de la ventana, tirando libros y papeles al suelo. Se esconderán entonces bajo las sábanas con un extraño, suspiro, anuncio de un lenguaje ahora ya hermético, inviolable: ocasión que ni pintada para, cerrados los postigos, aventados los sueños, poner punto final a esta crónica. (Esta crónica que, como todo fragmento, parecía no tenerlo. Agustín CEREZALES E

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