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ABC MADRID 24-10-1990 página 22
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ABC MADRID 24-10-1990 página 22

  • EdiciónABC, MADRID
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22 ABC OPINIÓN MIÉRCOLES 24- 10- 90 Panorama Planetario: LAS MUCHACHAS EN FLOR ESDE lejos, las encajábamos en este término genérico, jóvenes que puede aplicarse desde los catorce a los veintitantos años. Vistas de cerca, la edad las separa en clases, vidas y mundos diferentes. Las adolescentes habitan un planeta propio, homogéneo en las sociedades occidentales; las jóvenes en cambio se aproximan día a día a los esquemas del mundo adulto. Pero esas muchachas en flor, de catorce a dieciocho años, son todavía indecisas, imprecisas, inestables- física y mentalmente- aunque a veces adopten aires de suficiencia, de estar de vuelta de todo; quieren simplemente escandalizar, sorprender, llamar la atención, decir que existen. Y la forma más general de decirlo adoptada por las adolescentes de todo el mundo es el look la apariencia exterior: los mismos vaqueros, las mismas camisetas con textos y dibujos estampados, las mismas cazadoras de cuero o de gabardina usada, los calcetines de colores, las basket los maillots lycra ajustados o los calzones cortos, brillantes de ciclista. El atuendo es el caparazón de esta generación que vive- como las anteriores- el complejo de la langosta en trance de muda. Quieren salir en grupo, frecuentemente con coetáneos del otro sexo, aunque critican el machismo persistente en los muchachos y no les gusta que estén siempre dispuestos a saltar sobre quien sea o que sólo hablen de tenis y de fútbol. Van en pandilla al cine. Les ha gustado Rain man y El club de los poetas muertos suelen tener las mismas ¡deas, los mismos gustos, sueñan con profesiones brillantes, y mientras mascan chicle perfumado a la frambuesa, escuchan a Madonna para saberse bajo su constelación. Son, quizá, más conformistas, más pacíficas, menos insolentes que la generación que les ha precedido. Pero crecer, evolucionar, es siempre difícil, es como caminar en un pasillo a oscuras en el que van tropezando, y luego asumir, las tres I Identidad, Intimidad e Ideal (según Sauver Burkis, autor de Adolescencia, la edad de las tormentas La fase de la Identidad es la primera cronológicamente, la muchacha de catorce años se encuentra inopinadamente con los cambios de su cuerpo, de su fisiología, y tiene que decir adiós a la infancia. Hacia los quince años viene la fase de Identidad, centrada en la relación con otro ser, un confidente, una amiga, un diario... La fase del Ideal es crucial, surge alrededor de los diecisiete, un empacho de romanticismo que la joven vive como una desgarradura entre ideales profesionales y la llamada de la feminidad. Las adolescentes hoy son también más responsables; saben que tienen que hacer algo en la vida y se preparan con ahínco para ello. Sin embargo, las cifras de suicidio de jóvenes son el doble que hace veinte años. El suicidio se ha convertido en la segunda causa de mortalidad de los jóvenes, detrás de los accidentes de circulación. Los motivos a veces son insignificantes: un suspenso, la ruptura de un flirt una acusación... sin duda, afrontar estas contrariedades les asusta; la vida les da más miedo que la muerte. Marta PORTAL LA MAÑANA DE DON JUAN N. ON Juan N. que previsoramente ha puesto la manilla del despertador una hora antes de lo habitual, o sea, a las siete de la mañana, salta con las pestañas barnizadas de sueño, se ducha, se afeita y revisa su parvo equipaje. Tiene en el bolsillo el billete de tren para uno que sale de Chamartín a las ocho treinta y cinco de la mañana. Está oyendo distraídamente, que no escuchando como ahora dicen a troche y noche, vaya o no vaya bien en la tele y en la radio, donde se ha perdido el verbo oír, las noticias matinales, cuando algo le sobresalta. Los taxistas han iniciado a las seis de la mañana una huelga, dice la locutora, y es dificilísimo tomar un taxi. ¡Gran Dios! exclama Don Juan N. que es un poco echegarayano, ¡Cielos, qué catástrofe! Acelerado empieza a telefonear a todos los servicios de tele- taxi que habitualmente utiliza. Unos no contestan. Se ve que hacen huelga descarada. Otros mantienen el bíb- bip de estar comunicando. Minutos y minutos. Quizás han optado por la huelga socarrona que oculta su nombre. Don Juan N. saca a su mujer de la cama. Corren apresuradamente al aparcamiento. Hay cola. Sacan el coche. ¡Brumburruuum- brumbrum! Comiéndose los semáforos, practicando los métodos deslizantes del grand Slalom que descubrieron en Saint Moritz hace casi medio siglo en el viaje de novios, llegan a Chamartín. Corren como locos. Se enfrentan al innumerable batallón de cuadros horarios. Descubren su tren, llegan jadeantes al andén. La cola del convoy se ve todavía en el campo al borde casi de la marquesina. D D Don Juan N. ha perdido el tren. Otros seres anónimos que viven, que trabajan, que sueñan con aumentos de sueldo o mejoras justas de sus míseras pensiones, estarán perdiendo otros trenes, perderán autobuses de líneas periféricas, aviones. La huelga imprevista causará, habrá causado, millares de pequeñas catástrofes, de dolorosos dramas, de graves contratiempos. Don Juan N. regresa a su casa por las calles desertadas estratégicamente por los taxistas. El otro día, los camioneros no dejaban desiertas las carreteras. Las taponaban. Esa era otra. Don Juan N. resignado, frustrado, se toma un café con leche y una ensaimada. Como ya está metido en años, recuerda aquel viejísimo tango en el que el garufa con un café con leche y una ensaimada remataba sus locas noches de bacanal. Yo, filosofa, de bacanales, nada. Sólo un madrugón decapitado. Hojea el periódico del día. Este Sadam Husein, reflexiona, va soltando los rehenes después de haberles hecho la puñeta unas semanas. Los taxistas nos tienen a todos, cuatro millones de inocentes madrileños, como rehenes de su probable subida de tarifas. Estar en Madrid es tan peligroso y tan dañino como estar en Bagdad. Madrid no es el Golfo. Es una golfada. ¿O está siendo una golfada todo el barullete reivindicativo que antes de ir al presupuesto, para que lo paguemos, anula nuestros despertadores, prohibe nuestros viajes, nos deja sin coles de Bruselas? Lorenzo LÓPEZ SANCHO Mirador LOS BORRICOS DE LA ARENA IV yiEDIANERA entre Rota y el Puerto de I V I Santa María se tendía generosa a los pies del Atlántico una playa de arena blanca por donde, al caer el día, caminaban, preñados de silencio, los areneros. El sol abandonaba desde Poniente sus últimos rayos sobre el agua en calma y, sin apenas fuerza, alargaba las sombras de los pinos que, en aquella hora, templaban con sus ramas, muy arriba, el rumor de la brisa. Cada uno de aquellos hombres llevaba, asido del ronzal, un borriquillo de mirada resignada de cuyo lomo colgaban, como monturas de esparto, dos serones. Al llegar a los terrenos que las olas habían esculpido calladamente durante la marea alta, se clavaban hasta las rodillas y, con recias paletadas, iban colmando de tierra húmeda las espuertas. En su regreso, al filo de la noche, con la luna apuntada en lontananza, los borricos, sabedores de que su espalda cargaba con los trozos que sus mayorales hurtaban a la playa de arena blanca, dejaban dibujadas en la orilla las huellas de sus pezuñas, como donación postrera a un mar inmenso que contemplaba, maravillado, aquel misterio. Hermenegüdo ALTOZANO camas nido literas n u ñ e. z d e b a l b o a 9 GAL

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