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ABC MADRID 14-07-1990 página 64
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ABC MADRID 14-07-1990 página 64

  • EdiciónABC, MADRID
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XII ABC ABC HTcrarío 14 julio 1990 -Crítica de la crítica- H AY un hecho histórico que los escritores, por tierno, anecdótico y esclarecedor, nunca debemos olvidar: John Keats, el poeta inglés, murió a causa de los disgustos que se llevó por las malas críticas. Además, andaba siempre pachucho, ya se sabe. Pero no pudo, no supo encajar aquella serie de comentarios que lo destrozaron con apenas veinticinco años. ¡Dulcísima criatura... ¡Si hubiese sabido que el destino le reservaba un lugar de honor entre los inmortales... Y es que así están las cosas desde que el mundo es mundo. Por algo somos personas, y no ositos, koalas o batracios. Bueno, ése es mi lema, desde hace ya dos décadas, para asimilar con gallardía las sucesivas bofetadas que uno recibe de la realidad. ¿Por qué, entre escritores, cuando se oye la palabra crítico uno levanta la guardia? Supongo que porque nunca acabaremos de entender esa monumental incongruencia que supone que el otro el crítico, venga a establecer juicios de valor, con pavoro- Criticators y Literatura A algunos críticos les vendría de maravilla una lobotomía espiritual- -curioso concepto acuñado por Glenn Gould- para opinar desde el ámbito de la pura objetividad y el conocimiento sa frecuencia tajantes y subjetivos, y lo que es peor, públicos, sobre aquello que sale del alma de uno. Debo reconocer, no obstante, que mi visión a este respecto ha ido cambiando con los años. Imagino que a causa de haber recibido excelentes críticas y, de otro lado, palos fenomenales. Con el tiempo he ido entendiendo- a u n q u e aún de vez en cuando sufro virulentos accesos de una especie de epilepsia mental ante ciertas críticas, no sólo a mí, sino a otros compañeros- lo que esas críticas querían decirme. He aprendido de ellas. Lo que no debía hacer, lo que sí debía hacer. En cualquier caso me han ido enseñando en qué terreno nos movemos los novelistas. Sólo con el tiempo he aprendido que la crítica, en esta sociedad de los medios de comunicación, tiene sólo una relativa importancia. A menudo los escritores supravaloramos la opinión de los críticos, y no debiera ser así. Eso puede acabar destruyendo a cualquiera, sobre todo porque si de algo me he convencido es de que siempre habrá un crítico que te toque en los morros porque sí, porque sencillamente no le gusta lo que haces. Nadie es intocable. Primer axioma. Pero tampoco debemos olvidar que éste es un país de impulsos, de actitudes sanguíneas, de amigos y, por tanto, de feroces y tenaces enemigos. Ello puede convertir al escritor en un paranoico nato, y al crítico, si cae en la trampa, en un ser amargado y con complejo de pycho- killer de asesino del inconsciente o algo así. Lo más lamentable y preocupante de este país, por contra, no es tanto el espíritu belicoso y destructivo que algunos parecen tomar cada mañana a modo de desayuno, cuanto el pobre nivel cultural que padecemos. Todo lo cual desemboca en el segundo axioma: en este país se opina mucho y se lee poco. Por mi parte sólo me cabe reconocer esa evolución, ese cambio, que a lo mejor únicamente significa que me hago viejo a marchas forzadas. Ahora creo que la crítica está ahí para algo, y que el mero hecho de que haya crítica literaria es positivo, al menos, para que siga funcionando ese latido dialéctico ante las obras de arte. Con crítica literaria, aunque también cierta crítica incurra a veces en tamaña venalidad, es más difícil que la gente, los lectores, sean engañados. Sin crítica, en cierto sentido, la actividad creadora carecería de fundamento. Sobre todo, y me incluyo en ese grupo de inmaduros crónicos, la función del crítico es, también, explicarle a un autor qué ha hecho al escribir una obra. Por supuesto que cuando tenía la edad de John Keats ideé, e incluso llegué a redactar bastantes párrafos, un texto que iba a nacer como secuela de la lectura de Criticar al crítico y otros escritos de T. S. Eliot. Mi texto iba a llamarse Degollar al crítico y otros escritos Temo que, al menos ése sí, se hubiera vendido de modo considerable. Luego, por sufrirlo en mi propia carne, fui dándome cuenta de que las cosas eran muy fuertes, pero no tan bestias como yo creía. Hace tiempo en España se atravesó por un oscuro momento (y aún quedan francotiradores desperdigados por ahí, prueba de lo cual es que dudo que exista un solo autor libre de un par o tres de estas avispas zumbonas, que se nutren de resentimiento y que lo acosan con roedor encono) en el que el tema alcanzó su cénit más alarmante. Uno leía críticas pensando: ¿Pero qué le habrá hecho este pobre (escritor) para que ése sádico (crítico) se ensañe así con él? El crítico, o bastantes críticos, por lo general se limitaban a citar absolutamente todo lo que fallaba en la novela, y en todas las novelas fallan cosas, como bien es sabido, y dejaba más o menos claro que él, el crítico, habría hecho las cosas de modo muy distinto. En una época de Alienators Terminators y Exterminators Reanimators Warriors Indianas Rambos etcétera, etcétera, surgió, supongo que porque así debía ser, una nueva raza que había que tener en cuenta: los Criticators Destruían cuanta letra impresa se ponía a su paso, excepto las de sus más íntimos, y aun así estos recibían un toque de tanto en tanto. Para que quedara claro que la cosa no iba en broma. Albergo la esperanza de que esa época ya pasó. La rabia biliosa y negativa de toda una legión de Criticators quedó diluida en la propia inconsistencia de las argumentaciones que pretendían sostener. Se hartaron ellos solitos, por fortuna. Aunque vuelvo a advertir que aún quedan francotiradores que le pueden hacer mucho daño a la Literatura. Evidentemente hay dos cosas, los axiomas tres y cuatro, que me mantienen el ánimo esperanzado. Axioma tres: nunca he creído, a diferencia de otros colegas, que los críticos sean escritores que lo son sólo en potencia, y que por lo tanto actúan con hostilidad hacia los escritores que, les gusten a ellos o no, sí lo son. La crítica en sí es creativa, como la ficción. Y si bastante complejo resulta ya hacer ficción, es decir, hablar, especular con aquello que no existe, no menos complejo y arriesgado debe ser especular sobre la ficción que hacen otros. Una crítica literaria bien hecha es una pequeña joya. Una crítica que indique, que sugiera, que marque pautas de lectura, que enseñe, a los lectores y al propio autor, como decía. Que deje ganas de leer un libro o todo lo contrario, pero con respeto, con elegancia, con una base sólida, con un sustrato cultural evidente, con muchas lecturas detrás. Eso es algo que no tiene precio y siempre será útil a la Literatura. Por ejemplo: no es lícito, o al menos no lo es moralmente hablando, hacer una crítica- salvaje o laudatoria, lo mismo da- -de un autor que se inscribe en una tradición más o menos clásica, sin tener muy por la mano a los clásicos. Vale también para autores que se encuadran en otros estilos, que se mueven en otros parámetros narrativos. Axioma cuatro y último: es necesario que los críticos sean conscientes de una vez por todas de que su misión es muy importante, pero no vital, y que escriban en libertad, sin presiones editoriales, por ejemplo. O de amistad, compromisos, etcétera. Es necesario que lleguen al convencimiento de que, pasado el primer toque de vanidad si la crítica es buena, o la primera pataleta si es mala, los autores son lo último que cuenta, aunque, y valga la redundancia, nadie como nosotros tendrá en cuenta sus palabras en el futuro. A ellos pertenece un poco, pues, parte de la responsabilidad de nuestras obras de mañana. Que ellos diluciden qué parte exactamente, o si lo creen así. A los autores nos vienen muy bien ciertas curas de humildad. A algunos críticos les vendría de maravilla una lobotomía espiritual- curioso concepto acuñado por Glenn Gould, virtuoso del piano y crítico, aunque no compositor- para opinar desde el ámbito de la pura objetividad y el conocimiento. A otros, la mayoría, sólo nos resta, desde la perspectiva de autores, reiterarles nuestro agradecimiento por la labor de puente, sacrificada y nunca bien pagada, entre las novelas y los lectores. Javier GARCÍA SÁNCHEZ

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