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ABC MADRID 14-07-1990 página 58
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ABC MADRID 14-07-1990 página 58

  • EdiciónABC, MADRID
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VI ABC ABC Uúv vlo 14 julio 1990 -Crítica de la crítica- Jugar al billar E gusta mi oficio, esta extraña profesión- que no se sabe muy bien si lo es de verdad- que debo resignarme a llamar de crítico literario Trabajar en lo que a uno le divierte, además, constituye por lo menos el cincuenta por ciento de lo que uno puede hacer en la vida para ser feliz, o quizá lo menos infeliz posible. Después de treinta años de hacerlo- empecé en enero de 1960 en la revista Acento Cultural -mi primer consejo para todo aquel que se acerca a ia crítica literaria es siempre el mismo: para ser crítico hay que ser sobre todo un lector, amar la lectura- y la escritura también, pues leer es otra manera de escribir, no se olvide- y ser tenaz, aguantar, soportar y resistirlo todo frente a viento y marea: mantener esa independencia de lector frente a los escritores, los editores, las empresas que nos pagar, los amigos, las modas, y muchas veces los otros críticos. Y hasta frente a la propia familia, a los vecinos y hasta al perro, que también intenta distraerte de la lectura, y ejerce extrañas censuras casuales. Una vez tuve un perrito joven que se comió- supongo que para afilarse los dientes- la mitad de El proceso de Gilíes de Rai s de Georges Bataille. Tampoco tenía tan mal gusto. A mi perro Toby in memoriam M co y estético, pero no en él pim- pam- pum de las críticas genéricas y personales que no comporten un razonamiento literario. Esto es todo. Lo demás es política, y de la mala además. Voy a poner un ejemplo. En el último número de esa esforzada y desigual revista literaria y cultural denominada El Urogallo -donde hace un par de años, por ejemplo, se defendía la existencia de una nueva generación literaria, y ahora se abomina del método generacional por poner por caso- se publica un suelto titulado El efecto bola de billar comentando el fenómeno acaecido con esa espléndida novela que es Juegos de la edad tardía de Luis Landero, que, culminando una gloriosa temporada, ha obtenido recientemente- y por este orden- el premio de la Crítica y el Nacional de Literatura. A la citada revista no le parece mal del todo, pues en su día hizo una buena crítica del libro, pero se muestra preocupada por el efecto bola de billar que hace dudar de la preocupación exclusivamente literaria de nuestros popes de la crítica Lo lamento mucho, pero esta hipócrita y cocodrilesca preocupación de una revista de crítica literaria me parece una manipulación nada literaria de un fenómeno exclusivamente literario, mediante el cual, la calidad de una primera novela de un autor desconocido se ha impuesto a casi todos hasta alcanzar un consenso- perdón, unanimidad- casi total, cosa que raras veces se da, pues por lo general los críticos andamos entre nosotros más bien a la greña, y también es bueno que así sea. ¿Quiénes son para El Urogallo los popes de la crítica ¿Acaso mi compañero, y sin embargo amigo, Miguel García- Posada y yo mismo, que, por una vez y sin que sirva de precedente, nos pusimos de acuerdo de los primeros en resaltar las evidentes calidades del libro, junto con críticos de El Mundo y Diario 16 por cierto? Hablar de popes de la crítica sin citar nombres ni argumentos no es sino un burdo intento de descalificación genérica. Pues, además, los críticos fuimos en este caso responsables de nuestras críticas sobre el libro- que no han sido muy discutidas públicamente- y si acaso del premio de la Crítica, pero no de los efectos subsecuentes. El efecto bola de billar no es el efecto dominó cuando caen las fichas colocadas en hilera verticalmente. Este segundo efecto nada tiene que ver con el Creo en la critica literaria de la crítica literaria como algo absolutamente necesario desde él punto de vista ético y estético, pero no en el pim- pam- pum de las criticas genéricas y personales que no comporten un razonamiento literario. Lo demás es política, y de la mala además juego del dominó, mientras que el primero sí es producto de la carambola, del juego, del noble; arte del billar, que para ser jugado requiere sabiduría y habilidad, pues no quien quiere puede producir la carambola, sino quien sabe jugar al billar, o a la crítica literaria en su caso. Por otra parte, el premio de la Crítica recayó en 1975 en Eduardo Mendoza, y se adelantó también al Nacional al premiar a Luis Mateo Diez, Antonio Muñoz Molina y Bernardo Atxaga en años anteriores. Da igual, pues así están las cosas y voy a terminar. No sé si soy un buen crítico, ni siquiera si un escritor, a pesar de que escribo casi sin parar. No tengo ningún poder, ni lo quiero, sólo me conmueven los libros, las mujeres y la buena gastronomía. No sirvo más que al libro, lo mejor que puedo y sé, y nunca me he negado al debate ni a la crítica. Cualquier libro, por el mero hecho de serlo, merece todo mi respeto, por lo menos antes de leerlo. Después, la literatura dirá. Y después del libro, sólo respeto al público, pues en medio de ambos me sitúo. Y lo demás es silencio, con perdón. Rafael CONTÉ En estas condiciones, tras haber perdido muchos amigos- más pretendidos que reales, desde luego- algunas novias otrora, patrones que iban a lo suyo, y no gozar de la confianza de editor alguno, lo que me queda tengo que considerarlo lo mejor del mundo, pues ha resistido todas las pruebas posibles y por haber. Ante todo esto, ¿qué tengo que decir acerca de esa divertida manía nacional de criticar al crítico? Poca cosa, en verdad, y hasta la fecha de hoy, en la que se vuelve sobre el tema, me parece sintomática: es como una serpiente de verano. Aunque lo cierto es que, en el fondo, debiera serlo de las cuatro estaciones, pues no creo en la realidad mostrenca, y pienso que no puede haber un conocimiento verdadero que no sea de buenas a primeras un conocimiento crítico. Lo demás son banalidades. Y si creo en la crítica de todo, de los políticos, de los dogmas, de los periódicos, de los arquitectos, de los misioneros, de los toreros y de la literatura, ¿cómo no creer en la crítica de la crítica? No lo sería si no lo fuera, aunque cidvirtiendo que creo en la crítica literaria de la crítica literaria como algo absolutamente necesario desde el punto de vista éti- ¿Criticar C ONTESTAR a botepronto que la crítica española se d i s t i n g u e por su inexistencia resulta muy tentador, para el editor apasionado, que cree que sus autores están siempre injusta o insuficientemente valorados, en especial por el mayúsculo tribunal del Premio de la Crítica. No menos tentador, para un editor más sensato, es optar por la cautela y afirmar que los críticos, en su mayoría, son objetivos, lúcidos, preparados, refractarios a amiguismos, favoritismos editoriales y otras formas más o menos sutiles de corrupción. Una tercera vía más ecléctica, más socialdemócrata más presentable: mientras unos críti- cos son amantes generosos de la literatura, que asumen con heroísmo el riesgo mal recompensado de la critica militante, con sus inevitables secuelas de odios e incomprensiones, en otros colegas predomina la desinformación, el arribismo, los ninguneos y sectarismos más implacables: un nido de víboras. Un catálogo no exhaustivo nos muestra que, además de los críticos ejemplares, a quienes tanto queremos, existen una serie de prototipos recurrentes en muchas geografías, quizá incluso en nuestro país: el falso feroche especialista en a moro muerto, gran lanzada a veces habilísimo detector de incipientes consensos; quien tiene opiniones

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